Sentado a su lado, en una de las camillas del hospital San Rafael de Tunja, Melquisedec se pregunta si acaso su esposa, Lady Belsú Coca Gaitán, correrá la misma suerte que su suegra y dos de sus cuñados, que murieron por cuenta de la diabetes.
Ahora mismo, una fría mañana de martes, este esposo devoto, que no ha hecho cosa distinta en la vida que trabajar en el campo, vigila el sueño intranquilo de la madre de sus dos hijos. Una mujer de figura grácil, cabello negrísimo y a punto de cumplir 40 años, que además de esta enfermedad con la que cada año son diagnosticados cerca de un millón doscientas mil personas en el país, libra una batalla mucho más compleja y derivada de la misma: el pie diabético.
El diagnóstico de Lady Belsú, contará en algún momento el campesino, fue descubierto hace unos diez años. Desde ese momento, la mujer tuvo que cambiar su vida, su dieta. Papita por verduras. El tinto sin azúcar, ni panela, como lo había bebido siempre. Aplicarse una insulina que la EPS dejó de entregar hace varios días, en medio de una crítica escasez de medicamentos nacional, y que la familia ha tenido que costear de su ya mermado bolsillo.
Lo del pie diabético se daría hace poco, —”hará unas tres semanas, más o menos”, dice Melquisedec—. Y ocurrió, como en casi todos los casos, porque Lady, que suele andar descalza en la finca, se hizo una herida bajo uno de sus pies, el derecho, y este no paró de sangrar.
A Lady no le dolió. La verdad —aclara el marido—, es que ella hace mucho “dejó de sentir cosas en ese pie”. Solo salió de dudas cuando vio empapada en sangre su vieja sandalia rosada. Entonces, se sentó y vio ante sus ojos una laceración profunda, que a cualquier otro habría logrado hacer llorar de dolor. Para ese momento, la herida ya estaba infectada. El pie estaba oscuro, “de un morado feo”.
Melquisedec es un hombre de pocas palabras. Pero suficientes para describir la angustia de tener a su mujer hospitalizada desde hace seis días, lejos de la vereda Patiño, ubicada en Buenavista, el pueblo boyacense donde se enamoraron y decidieron construir una familia hace dos décadas.
Lo cuenta casi en susurros, en una habitación del sexto piso del hospital. No quiere que la mujer despierte. Es que no hace mucho, como ha sucedido desde que pasa sus días en el San Rafael, un médico fue a examinarla temprano para lograr lo que parece inevitable en la gran mayoría de estos pacientes: que los niveles altos de azúcar en sangre dañen poco a poco y para siempre los nervios y vasos sanguíneos de los pies, y no quede más remedio que amputar la extremidad.
El San Rafael, de hecho, es uno de los centros asistenciales de Boyacá en los que más se practican estos procedimientos. Quien lo explica es Diego Morales, médico ortopedista de este hospital universitario de nivel tres. Uno de los líderes del programa ‘En tus pies’, que busca revertir las estadísticas en un departamento donde en un solo mes pueden presentarse unas 280 amputaciones, asociadas en su mayoría al pie diabético.
Morales y otro grupo de especialistas, del que hacen parte cirujanos, fisiatras, cardiólogos y endocrinólogos, viven una especie de carrera contra el tiempo y las costumbres de Boyacá, el departamento colombiano donde la incidencia de pie diabético es mucho más elevada que en el resto del país, especialmente entre la población campesina.
“Con el programa queremos que la amputación sea la última de las posibilidades”, se le escucha decir. Pero, “lo que está pasando es que los pacientes llegan por urgencias, cuando su condición se agrava. Y uno de los pies, a veces hasta los dos, están comprometidos, con úlceras y ataques agudos de pie diabético, con cifras de glicemia elevadas, lo que hace muy difícil salvarlos”, aclara Morales en SEMANA.
Y antes de que alguno de esos enfermos llegue a sus manos, “han preferido ir al sobandero del pueblo, tomarse un remedio con hierbas que algún vecino les recomendó. En muchos casos, tristemente, nosotros somos el último recurso”, agrega el especialista. Por eso, en algunas épocas han emprendido brigadas por los pueblos de Boyacá para buscar a esos pacientes que caminan por la vida, sin saberlo, con diabetes.
En medio de ese panorama hostil existe un indicador que termina de encender todas las alarmas: “Cuando la hemoglobina glicosilada se encuentra con valores por encima de 7.3, lo que indica que ha habido un mal tratamiento o una mala herencia de la persona. Esas cifras elevadas son las que llevan a que el paciente presente una lesión neurológica periférica, desde sencillas hasta complicadas”.
Las más sencillas parecen casi inofensivas: resequedad en la piel y entre los dedos, falta de sudoración, descamación de la piel. Pero las complicadas cuesta verlas incluso a través de la pantalla del computador del doctor Morales: pies oscuros, lacerados “con úlceras sobreinfectadas”. Una enfermera, a su lado, lo explica con palabras más coloquiales: “cuando llegan con los pies podridos”.
“Prefieren al sobandero”
El doctor Cristian Rojas se considera campesino orgulloso. Y sabe bien por qué Boyacá es el departamento con la tasa más alta de esta devastadora enfermedad en todo el país. “Tiene que ver, primero que todo, con una cuestión de genética. La población del altiplano cundiboyacense desciende de los chibchas, cuya alimentación se ha basado por siglos en productos como el maíz y la papa”, dice.
Y esa información “ancestral y genética nos predispone. Pensemos en nuestra principal comida, el cocido boyacense, que tiene siete tipos de almidones. Todo eso estimula el páncreas, un órgano que produce hormonas; y cuando se expone a ese tipo de estímulo, es como si le pusieras luz todo el tiempo directo a un mismo ojo. Entonces, el páncreas se cansa, se funde, y un día dice: ya no produzco más insulina. Por eso, el diabético debe aplicársela externamente”, explica.
A esto se suma, agrega, “que los hábitos de nuestra población no están encaminados a protegerse. No hacen deporte, solo trabajan desde las cuatro de la mañana. No toman agua. Y cuando se sienten enfermos, primero recurren al que les vende las hierbas y la caléndula, que sirve para desinflamar, y la ‘suelda con suelda’, que dizque es buena para pegar los huesos. Y van donde el sobandero, claro. No creo que haya un campesino, en alguno de los 123 municipios de Boyacá, que no crea que la salud de la familia se mejora con el sobandero del pueblo. Incluso, hay algunos famosos, con ‘consultorio’ en Tunja. Y esa es una costumbre que no hemos podido romper”, relata con tristeza en su consultorio de médico ortopedista y traumatólogo, ubicado en el edificio Colón de Tunja, a pocos pasos del San Rafael.
El médico tiene identificadas en la región dos zonas críticas: el Valle de Tenza (Ramiriquí, Genesano, Baranoa, Guateque, Miraflores); y la zona norte del departamento, cerca a lo que es Sobatá, Capitanejo, en la vía hacia el Cocuy. “No hay un solo hospital de Boyacá que no maneje diabéticos, con unidades renales solo para diabéticos. Es una enfermedad de proporciones inmensas que, más allá de las fronteras del departamento, a pocos parece importarle”, enfatiza el doctor Rojas.
Un caso doloroso
La realidad no es ajena para Luisa Mosquera, especialista en cirugía general y líder del primer programa Integral de Pie Diabético del Hospital Universitario de la Samaritana, en Bogotá.
Mosquera atiende a diario decenas de pacientes con esta condición, algunos más graves que otros. Pacientes que en su mayoría terminan con la amputación de uno de sus pies. O hasta los dos. Fue el caso de Aminta Camacho, oriunda del municipio de Biotá, Boyacá, y que fue atendida durante cerca de dos años por la doctora Mosquera.
Sería a través suyo, que SEMANA llegaría hasta Amita en 2023 para conocer su historia. La entrevista se dio en octubre de ese año. Un mes más tarde, y con apenas 45 años, la mujer, amputada de ambos pies, perdió su batalla contra la diabetes.
La doctora Mosquera lo recuerda con dolor. Y dice que su caso es la sumatoria de todos los factores que juegan en contra de un paciente con diabetes: “su falta de educación, su vida rural, su precariedad económica porque además de labores del campo trabajaba aseando casas de familias. Por eso, su diagnóstico fue tardío”.
Tan severo además, que al poco tiempo de ser diagnosticada, sufrió la amputación de uno de sus pies, según lo contó en SEMANA. “Y eso fue devastador para ella. Lo más grave, es que en casos como estos, cuando se pierde una extremidad, es altamente probable que se deba amputar la otra al poco tiempo y ese fue su caso. Entonces, creo que Aminta no murió solo por su enfermedad, sino por la pena moral de verse postrada y como una carga para su familia”, dice la médica.
El doctor Rojas entiende bien estos casos. Ya perdió la cifra de cuántas amputaciones ha hecho en su carrera. Sabe que practica unas cien por año. Y suelta algunos números recientes: de mayo de 2023 a febrero de 2024 atendió 325 diabéticos, 34 de ellos con pie diabético. Solo a cuatro de pudo salvarles, con un tratamiento, sus extremidades.
“Uno puede salvar una pierna, un pie, un dedo. Hay muchos tipos de amputaciones”, aclara Rojas, que además es docente y vicepresidente de la Sociedad Colombiana de Trauma.
Las explicaciones las entrega con un particular kit en su regazo: una pequeña maleta que contiene seis herramientas metálicas con las que puede medir si ese diabético que llega a consulta es también un potencial paciente de pie diabético.
“Lo que más nos afecta en la actualidad es la inadecuada atención y seguimiento de la enfermedad, sobre todo cuando se habla de campesinos. Un paciente diabético debería tener en sus chequeos de rutina una revisión de sus pies, sin falta, para determinar si es sensible a una vibración, a una punzada, al frío o al calor. Si los médicos hicieran eso, serían menos los casos severos y menos, de paso, las amputaciones”, dice Rojas.
Es que tanto él como la doctora Mosquera sueltan cifras aterradoras sobre el avance, casi silencioso, de la diabetes en todo el mundo. La doctora cree que es cuestión de una década para que el 50 por ciento de la población mundial sea diagnosticada con esta enfermedad.
Rojas, a su turno, calcula que hoy existen unos 860 millones de diabéticos en el planeta. Es como si la mitad de los ciudadanos de un país gigante, como China o India, vivieran con la enfermedad.
En Colombia, pueden alcanzar hasta los dos millones, porque se estima que el subregistro es grande. “Casi que en cada familia colombiana puede haber ya un diabético”, dice Rojas sin titubear.
Aún con el peso de las cifras en contra, médicos como Morales, Rojas y Mosquera no bajan la guardia. Saben que se trata de un problema de salud pública que se escribe enseguida casi siempre de la palabra pobreza.
La mayoría, son pacientes de estrato 3 hacia abajo. “Pacientes que no siempre terminan en las mejores condiciones. Muchos mueren solos, en ancianatos y hogares de paso, porque no tienen un círculo familiar cercano. Otros, en la calle, como indigentes, con el pantalón doblado, pidiendo plata. Sin prótesis tras una amputación. De cien pacientes amputados al año, solo 10 ó 15 logran una. Porque para lograr una prótesis toca poner tutela y una señora del campo no sabe cómo hacer eso”.