A Martha Liliana Bueno le cuesta juntar las palabras para narrar “el horror” de educar a un hijo que se resiste “a vivir más”. El pasado 31 de diciembre, en medio de las fiestas de fin de año, y creyendo que el joven de 17 al fin se recuperaba de la depresión severa que experimentó en varios periodos de 2022, no sospechó nada cuando él se alejó de la sala con la excusa de ir al baño.
Pero los minutos se hicieron eternos y, después de más de diez, esta madre vallecaucana comenzó a tocar desesperadamente la puerta del baño. El volumen de la música se silenció de repente y los familiares presentes en la reunión se unieron alrededor de Martha en su desespero por abrir la puerta. Del otro lado no había respuestas. La mujer temía lo peor.
Al final, después de casi 20 minutos, uno de los tíos consiguió derribarla con una patada tan fuerte que a Martha la estremecen los recuerdos: Santiago, su único hijo, yacía tirado en el piso después de ingerir una mezcla de varios medicamentos que encontró, uno de ellos, vencido. Era su tercer intento de suicidio en un mismo año. Un trozo de papel asomaba de uno de sus bolsillos; sobre él apenas dos palabras con tinta azul: “Perdóneme, mamá”.
Todo empezó, narra esta bacterióloga, cuando el joven tenía 12 años. Un profesor del colegio donde estudiaba en ese entonces le recomendó a Martha acompañamiento psicológico para el menor, pues advertía en Santiago a un joven aislado, al que le costaba hacer amigos, que no compartía en los recreos y que ya comenzaba a sufrir el matoneo de otros compañeros. Lo llamaban “el rarito”.
“Desde el comienzo fue difícil. Santiago es poco expresivo, siempre ha sido así desde chiquito. Pero con mi esposo nunca lo vimos como un defecto. Hay personas así, son maneras de ser, decíamos. Pero ya en la adolescencia sí se convirtió en un problema tenaz. A veces lo veíamos y estaba como metido en sus pensamientos. Ido por completo. Estaba de cuerpo presente, pero su cabeza en otro lado. Pero si le preguntabas cómo se sentía no expresaba nada, era como hablar con una pared, todo estaba bien, respondía él”, narra Martha, intentando contener las lágrimas.
La familia completa más de cinco años en la lucha: tres psicólogos, dos psiquiatras, dos entradas a clínicas terapéuticas. Dos años escolares perdidos. Cuatro colegios. Santiago cursa ahora mismo noveno grado y sus padres no saben si logrará pasar el año. El día que Martha concedió esta entrevista tenía un par de folletos en las manos sobre cannabis medicinal. Es una opción que no descarta.
“Cuando te enfrentas a esto, solo te dicen que debes tener paciencia, acompañar y no juzgar. Lo que nos han dicho los últimos médicos es que lo suyo es una predisposición genética, nació con eso. Entonces, uno termina viviendo un día tras otro. Cada noche, cuando lo veo meterse a la cama, agradezco que sea un día más que lo tengo vivo”.
Una dolorosa realidad
Este joven y su familia son los rostros detrás de unas cifras que vienen creciendo, sin control, desde la época de la pandemia, cuando se dispararon los casos de enfermedades mentales. Este preocupante panorama sobre el suicidio en Colombia tiene en alerta a las autoridades. Un informe revelado por la Procuraduría General muestra el aumento desbordado en los problemas de salud mental que enfrentan niños, adolescentes y jóvenes.
Los números son alarmantes: solo en el primer semestre de 2023 se registraron 18.466 intentos de suicidio y 1.540 personas (más de 250 por mes) lograron su cometido. De ellos, 918 corresponden a adultos, 479 casos son de jóvenes, 142 son de adolescentes y un caso ocurrió en población infantil.
Un año atrás, en 2022, Colombia reportó 2.835 suicidios, de los cuales 936 correspondieron a jóvenes, 312 a adolescentes y 3 a infantes.
De acuerdo con la investigación del ente de control, las edades con mayor índice de problemas en salud mental son los jóvenes de 17 a 24 años, seguidos por los adolescentes de 12 a 16 años y la población infantil de 6 a 11 años.
El Ministerio Público puso de presente el alarmante incremento de trastornos mentales y alteraciones en la salud mental de niños, adolescentes y jóvenes en el país, quienes cada vez más presentan síntomas de depresión, ansiedad y trastornos de comportamiento. Estos factores, a la vez, influyen en el consumo de sustancias psicoactivas, deserción escolar, intentos de suicidio y casos de suicidio consumado.
Las causas
Pero, ¿qué hace que una persona joven, con toda la vida por delante, sencillamente no quiera vivir más? La pregunta se la ha hecho varias veces Sandra Mildred Vesga, psicóloga clínica. “El suicidio de una persona joven es devastador para la familia, los amigos y la comunidad. Cuando se presentan estos casos, no solo los padres, sino los hermanos, los compañeros de clase, los entrenadores y hasta los vecinos a lo mejor se sienten frustrados o culpables, o se preguntan si podrían haber hecho algo para impedir que esa persona joven se suicidara”.
Tal como lo explica Catalina Ayala, médica psiquiatra de niños y adolescentes en la EPS Sanitas, “detrás de una idea suicida hay un sufrimiento emocional enorme. Es una idea desesperada, cuando la persona siente que no tiene más recursos para lidiar con ese malestar emocional”.
Y agrega que las dificultades emocionales en esta población aumentaron después de la pandemia, pues “trastocó todas las rutinas, de sueño y de alimentación. Estos cambios hicieron que crecieran los casos de ansiedad y de depresión hasta en un 25 por ciento, según los datos de la Organización Mundial de la Salud”.
En algunos jóvenes no se llega al suicidio, sino a la autolesión, que “implica igual un sufrimiento, pero las autolesiones buscan regular la emoción. Como cuando se hacen cortes, golpes o rasguños, mientras que el intento de suicidio tiene una intención de acabar con la vida”.
¿Se puede prevenir?
Para Ayala, el suicidio sí se puede prevenir en la mayoría de los casos. “Hay unas señales de alarma. La persona tiene una fase de contemplación de la idea de muerte y construye un plan hasta que finalmente lo ejecuta. Entonces, cuando se advierten cambios en los comportamientos de cualquier integrante de la familia, se les puede preguntar si han estado aburridos, si se han sentido tristes o si han pensado en el suicidio. Eso puede hacer la diferencia y salvar la vida”.
A los padres de familia y cuidadores se les recomienda estar alertas ante varios factores de riesgo. Algunos de ellos son la depresión, el acoso escolar o cambios psicosociales muy fuertes, como factores de estrés en la casa o problemas económicos, separación de los padres, rupturas amorosas, pertenecer a una minoría, como los grupos LGTBIQ,y que hayan tenido dificultades para poder expresar su orientación o su identidad de género.
En opinión de Sandra Mildred Vesga, muchos adolescentes tienen dificultades para lidiar con “el estrés propio de esa edad. No cuentan con herramientas para afrontar el fracaso, las rupturas amorosas, los problemas académicos o familiares, como la separación de los padres, por ejemplo”.
En ese sentido, recomienda particularizar los casos. “Cada adolescente es un universo propio. Conviene, entonces, revisar si existen antecedentes familiares de trastornos del estado de ánimo, suicidio o acciones que podrían llevar al suicidio. También, si ha existido una exposición al suicidio de un familiar o amigo cercano, si hay antecedentes de maltrato físico o abuso sexual que tal vez los padres desconozcan. Exposición a la violencia o al acoso, acceso a medios de suicidio, como armas de fuego o medicamentos; ser de género diverso, o con factores de riesgo como acoso escolar y hasta ser adoptado”, puntualiza Vesga.