Charlie Hebdo, un pequeño semanario muy crítico con las religiones y las instituciones, alcanzó el reconocimiento mundial tras los atentados yihadistas del 7 de enero del 2015, pero un año después se siente solo en su lucha por “reírse de todo”. “Sentimos una escandalosa soledad. Nos habría gustado que otros hicieran sátiras -confiesa uno de los accionistas de la revista, Eric Portheault-. Nadie se ha sumado a este combate, porque es peligroso. Podemos morir”. Un mes antes del ataque, el semanario estaba al borde de la bancarrota. Las ventas no superaban los 30.000 ejemplares y su humor provocador, heredado de los años 1970, ya no generaba ingresos. El público ignoraba que sus periodistas vivían bajo protección policial desde la publicación de caricaturas de Mahoma en el 2006 y del incendio intencionado de sus locales, en el 2011. Tras el atentado, en el que murieron entre otros los dibujantes Charb, Cabu o Wolinski, el diario creado en 1970 se ha convertido en un símbolo mundial de la libertad de expresión y ha conseguido millones de euros en donaciones así como 200.000 suscripciones. Pero aunque en todo el mundo floreció el lema “Je suis Charlie” (“Yo soy Charlie”), también hubo críticas de quienes piensan que no es posible burlarse de todo y mucho menos de la religión. El llamado “número de los supervivientes”, publicado el 14 de enero, una semana después del atentado, con un Mahoma en portada y el título “Todo está perdonado”, simboliza estas tensiones. Aunque se vendieron 7,5 millones de ejemplares en todo el mundo, provocó manifestaciones violentas en varios países musulmanes. A pesar de todo, el semanario consiguió reaparecer y mantenerse fiel a él mismo. Cada miércoles publica sus 16 páginas de ilustraciones mordaces, blasfemas o picantes para denunciar el racismo, la intolerancia y los entresijos del poder. Pero este renacimiento supone un desafío para los supervivientes, muchos de los cuales, como el dibujante Riss, escaparon por poco a la muerte. Riss asumió la dirección del semanario y se convirtió en su accionista principal, aunque algunos criticaron entonces la nueva dirección y reclamaron más transparencia en la gestión de las donaciones, destinadas a las víctimas y a sus allegados. El conflicto se arregló, pero el dibujante Luz, traumatizado, abandonó el semanario unos meses más tarde, en septiembre. 'Un espantoso vacío' Aunque otros se quedaron, “los desaparecidos dejaron un enorme y espantoso vacío”, señala Eric Portheault, y explica que muchos dejaron de colaborar con la revista porque sienten que es “peligroso”. “Tenemos encima una espada de Damocles”. El equipo, de unos 20 miembros, acaba de trasladarse a unos nuevos locales de máxima seguridad cuya dirección se mantiene en secreto. A pesar del peligro, los supervivientes quieren seguir “riéndose de todo”. “Ni hablar de autocensura, si no significaría que han ganado. Si la actualidad nos lleva a volver a dibujar a Mahoma, lo haremos”, subraya Eric Portheault, que también es el director financiero de la publicación. Varias ilustraciones recientes han sido criticadas, sobre todo en el extranjero, como cuando Riss dibujó a Aylan —el niño sirio ahogado en una playa de Turquía— bajo un cartel de McDonald's para criticar la sociedad de consumo. El dibujo fue acusado de racista y rechazado por muchos. Pese a las críticas y gracias a las ventas masivas después del atentado, la revista tiene un capital de al menos 20 millones de euros que le permitirá seguir saliendo a la calle durante años. “Mucha gente, que descubrió el particular humor de Charlie, ahora nos lee”, añade Portheault, apuntando a las ventas actuales que rondarían los 100.000 ejemplares. Las buenas cifras no han apaciguado, sin embargo, el dolor de la redacción. “Con los atentados del 13 de noviembre”, que dejaron 130 muertos en París, “y el aniversario, todo vuelve a la superficie”, confiesa. “No abandonaremos. No queremos que hayan muerto por nada”, afirma Portheault. Un dios asesino en la nueva edición En memoria del atentado del 7 de enero del año pasado, el semanario publicó el miércoles un número especial en cuya portada se ve el dibujo de un dios barbudo, armado con un fusil Kalachnikov y con el hábito ensangrentado, bajo el título: “Un año después, el asesino sigue suelto”. Este número tendrá un tiraje de casi un millón de ejemplares, de los cuales varias decenas de miles viajarán al extranjero, a países desde los que se realizaron reservas. El mismo contará con un cuaderno de caricaturas de los desaparecidos -Charb, Honoré, Cabu, Wolinski, Tignous, los dibujantes asesinados el 7 de enero por dos yihadistas-, así como otras de los dibujantes actuales y mensajes de apoyo de numerosas personalidades. Doce personas murieron en aquel atentado. Entre los colaboradores externos se encuentran la ministra de Cultura francesa Fleur Pellerin, actrices como Isabelle Adjani, Charlotte Gainsbourg y Juliette Binoche, intelectuales como Élisabeth Badinter, la bangladesí Taslima Nasreen, el estadounidense Russell Banks y el músico Ibrahim Maalouf. El dibujante Riss, actual director del semanario, firma un editorial con una furibunda defensa de la laicidad y denuncia a los “fanáticos alienados por el Corán” y “devotos de otras religiones”, que querían la muerte de la publicación por “osar reírse de lo religioso”. “Las convicciones de los ateos y de los laicos pueden mover más montañas que la fe de los creyentes”, dice. “En el 2006, cuando Charlie Hebdo publicó las caricaturas de Mahoma, nadie pensaba seriamente que algún día esto finalizaría en violencia (...) Veíamos a Francia como una isla laica, donde era posible ridiculizar, dibujar, burlarse, sin preocuparse por los dogmas, por los iluminados”, escribe Riss. “Desde aquella época, muchos esperaban que alguien viniera algún día a ponernos en nuestro lugar. Sí, muchos esperaban que nos mataran. MA-TA-RAN”, continúa, recordando la fragilidad del semanario por entonces. “Al finalizar cada año, nos maravillábamos de seguir con vida...”, recuerda Riss. Asimismo, que una semana antes del atentado le preguntó al desaparecido Charb si tenía aún sentido que mantuvieran la custodia policial. Actualmente, el semanario tiene tiradas de unos 100.000 ejemplares en quioscos, de los cuales 10.000 se distribuyen en el ámbito internacional, a los que se añaden los que llegan a unos 183.000 abonados. Antes del atentado, Charlie Hebdo, que sufría grandes dificultades financieras para mantenerse, vendía apenas una media de 30.000 ejemplares por semana. Sin duda, está más fuerte que nunca y su temerario humor permanecerá. Con información de AFP.