La tecnología llegó para quedarse y posiblemente para volverse cada día más eficiente y necesaria. Es una herramienta poderosa que nos ayuda a comunicarnos más rápido, a tener más información y a entretenerse con juegos interesantes. La tecnología es una herramienta que, bien utilizada, es maravillosa. Lo complicado es que el planeta entero parece estar hiperconectado y por lo tanto abusando de ella. Estamos volviéndonos cada día más dependientes de estos aparatos. Los últimos estudios neurocientíficos han mostrado claramente que, sin excepciones de edad o género, la hiperconexión nos vuelve más irritables, impulsivos, olvidadizos e igualmente nos aísla. ¿Qué hacer entonces con un mundo que se conecta a un aparato la mayoría del tiempo?

Miremos posibles soluciones para que nuestros niños no sufran consecuencias negativas de este abuso. Primero está la necesidad de que los adultos formadores tomen conciencia de sus malos hábitos y empiecen a modelarle a sus hijos cómo usar bien estos aparatos. Los adultos deben arrancar con desconectarse de celulares, tabletas u otros aparatos al llegar a casa, o comenzar a apagar los aparatos por lo menos dos horas diarias. Si al llegar a casa estamos desconectados, entonces estaremos verdaderamente disponibles para nuestra familia.

Tengamos reglas claras sobre el uso del celular a la hora de la comida; nadie llega a la mesa con un celular prendido y se comparte en familia a la hora de comida sin la presencia ni interferencia de ningún aparato. Demuéstrele a su hijo lo agradable que es leer un libro o un cuento antes de acostarse. El computador, los videos juegos o aparatos tecnológicos al ser usados en la noche no permiten conciliar el sueño. Leer, tomar un baño con agua tibia y un ritual fijo nocturno permiten un mejor dormir, lo cual contribuye a un mejor desempeño tanto intelectual como emocional al día siguiente.

Papás, saquen tiempo para jugar con sus hijos pequeños, permitiéndoles así que desarrollen su creatividad inventando juegos de toda índole. Con los hijos mayores es bueno sentarse todos los días un rato a reflexionar sobre sus vidas y lo que piensan de ellas. Enséñeles a sus hijos pequeños y grandes a agradecer las cosas buenas que les ocurren. Todo esto hay que modelarlo y hacerlo de manera explícita. Hay que decir cosas como “quiero que piensen en tres cosas buenas que tienen en sus vidas o tres cosas positivas que les pasaron hoy”.

Todo esto implica conversar, dialogar, intercambiar ideas y de paso formar valores positivos. El niño que aprende a agradecer con el tiempo valora mucho más lo que tiene. Hay estudios hechos en Nueva York con 1.500 estudiantes y publicados en The Journal of Happiness, que mostraron que aquellos niños con altos grados de gratitud y de menor exposición a la tecnología, reportaban también mejor rendimiento escolar, menos depresión y en general eran mas positivos.

Sé que no es fácil cambiar hábitos y que habrá protestas al principio. Obviamente, es más cómodo conectar a un pequeño a un portátil que contarle un cuento o salir a un parque a jugar con otros niños. De todos modos, toca ponerle límites al uso de los aparatos tecnológicos donde también incluimos la televisión. Las reglas deben ser claras y deben ser cumplidas. Si no se cumple con el horario acordado con el uso de la tecnología, habrá consecuencias negativas para el niño o niña. Las consecuencias de no cumplir pueden ser suprimir todos los videojuegos en una semana. Es cuestión de ser firme y de tener el propósito claro de que la tecnología no domine la vida suya ni la de sus hijos.

Es precisamente cuando están pequeños que los niños desarrollan los hábitos que los van a acompañar el resto de la vida. Atrévase a ir en contra de la corriente dándole a la tecnología un buen uso, el cual siempre debe ser moderado. La exageración y el abuso de la tecnología nos está interrumpiendo los procesos de socialización, de sueño, de reflexión y de desarrollo de la creatividad.

En esto, los estudios científicos son contundentes. Cuanta más tecnología utiliza un niño, más baja es su creatividad, su capacidad de reflexión y de socialización. Hay que detenerse a pensar en todo lo que sucede en nuestras vidas llenas de tecnología y empezar a buscar espacios donde las cosas se hagan bien pensadas y de manera pausada. Así nace el movimiento de Mindfulness (concientización), donde el niño aprende a desacelerarse cerrando los ojos y concentrándose ya sea en un objeto externo como puede ser una fruta o en algo interno que puede ser la respiración de su cuerpo.

El Mindfulness, la gratitud, la reflexión, el tiempo en familia, el análisis de las lecturas, el juego interactivo y el juego al aire libre son excelentes antídotos para contrarrestar el posible abuso de la tecnología. Esta generación debe aprender a manejar el gran instrumento que es la tecnología, pero no dejarse seducir totalmente de ella. Está en las manos de los padres y de los otros adultos formadores no dejarlos formar malos hábitos desde pequeños.