Colombia tiene una cultura machista y patriarcal. Las mujeres lo saben y muchas de ellas lograron, gracias al movimiento feminista, liberarse un poco de esas cadenas que las ataban al papel de amas de casa y madres. Ahora estudian, trabajan y gozan de igualdad de derechos que los hombres. Pero con ellos no pasó igual. Nadie les hizo intervención y muchos de ellos quedaron viviendo en los tiempos de atrás, con los mismos patrones de crianza y ante la nueva realidad de las mujeres emancipadas. Para criar niños menos machos lo primero que Hernández recomienda es que los padres no tengan diferentes estilos para cada género Esa brecha es la que está tratando de cubrir la fundación Colectivo hombres y masculinidades. Se trata de un grupo de psicólogos, abogados, trabajadores sociales, ingenieros y docentes que trabajan para re educar a hombres que han sido criados bajo ese modelo patriarcal. El que les enseña que ellos son los que tienen el poder y el dominio sobre las mujeres. A veces ese comportamiento es sutil, con formas de violencia que no se notan pero otras veces es de frente y se refleja en maltratos y feminicidios. “No buscamos ser hombres nuevos, sino una manera distinta de ser hombres”, dice José Manuel Hernández, psicólogo clínico y representante legal del grupo. “A nosotros no nos parece que debamos controlar a golpes a las mujeres”, dice. Tampoco están de acuerdo en que se críe a los niños diferente a las niñas ni que se asignen ciertos roles por género en la casa, ni que los hombres no puedan llorar ni ser buenos padres. El sistema patriarcal siempre ha dicho lo contrario: que el hombre propone y la mujer dispone, que a papaya partida, papaya comida y que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. “No estamos de acuerdo con nada de eso”. Lea también: Cátedras con enfoque de género El primer paso para ese cambio fue cuestionar al propio padre, un persona que de una u otra manera imprime un modelo en los hijos. “El nuestro nos dijo que no podíamos llorar, no podíamos dar abrazos ni caricias ni ser tiernos porque no podíamos expresar emociones”, dice el experto. También está el papá que abandonó a sus hijos, el que estuvo ahí pero maltrató y el que creía que era suficiente con traer la plata para el sustento familiar. También replantearon el de la madre: sometida, sumisa y a todo dice que sí. “Queremos mujeres que digan que no, mujeres que nos hagan ver que no somos la última coca cola del desierto”. Para este grupo, los nuevos hombres no son los que hacen la guerra sino la paz y ayudan junto con las mujeres a construir el país. Este tipo de promoción la hacen en todo el país con intervenciones que van desde campañas, talleres hasta trabajo con los agresores para cambiarles el chip. Todo esto con el fin de controlar la violencia por género que en el país está disparada no solo por este modelo patriarcal sino por las secuelas del conflicto armado. Algunos son reticentes a estas charlas pero ellos los convencen diciéndoles que si dejan de ser violentos van a tener mejor calidad de vida. Y es cierto. Las conductas de mayor riesgos están asociadas al machismo: exceso de velocidad, fumar, tomar, hacer deportes de riesgo, enfrentar a otros en peleas, tener sexo sin protección porque ellos tienen la perentoriedad del sexo, de estar siempre listos para una relación sexual. Esto es riesgoso como lo es también salir a altas horas de la noche. Las cifras lo demuestran. Hay 68 cárceles y por lo menos 64 son para hombres y en los cementerios hay más tumbas de hombres que de mujeres. “En el país ser hombre es un riesgo”, dice. Muchos hombres aún no se dan cuenta y no creen que un piropo es una agresión El grupo trabajó durante un buen tiempo en seis comunidades indígenas y mestizas de Sincelejo, y luego de la intervención logró erradicar la violencia de género. “Esa es la prueba de que la intervención sirve”, dice el psicólogo. En muchos casos el trabajo es de prevención. Enseñamos que el verdadero hombre no pega y el que lo hace es un cobarde. En la caja de herramientas están actividades como ‘sin mi puño y con mi letra’ en donde los hombres hacen un pacto simbólico de no violencia contra la mujer, o campañas como Territorios libres de violencia y la marcha de las putas en la que se enseña que el hecho de que una mujer use minifaldas no significa que sea una. “Hay hombres que lo piensan y que los están provocando”. Pero también hacen un gran trabajo de intervención en casos de feminicidios y maltrato para que no vuelvan a suceder. Esto lo hacen atendiendo a los agresores en las cárceles y comisarías porque si no se re educa ese individuo sale y viola a cualquier otra mujer. Porque esta violencia no es contra una específica sino contra todas ellas. Le podría interesar: Machismo y conflicto Algunos dirán que estos hombres son poco hombres, que prefieren un país de machos pero en realidad lo que buscan es un equilibrio. No es culpabilizarlos de 500 años de violencia de género pero tampoco dejar pasar esas señales de agresión que muchos aún mantienen en la casa, en la oficina y en espacios públicos. Este tipo de comportamientos permanece porque nadie los ha educado para este nuevo escenario. “Ven mujeres súper empoderadas y ellos no saben qué hacer, sienten miedo ante la grandeza femenina. Buscan desempoderarlas porque no todos los hombres están dispuestos a dejarles un espacio. En lugar de eso se asustan y les ponen trabas en el camino, solo porque sienten que les están quitando el lugar que ellos siempre habían tenido”. Para este grupo, los nuevos hombres no son los que hacen la guerra sino la paz y ayudan junto con las mujeres a construir el país Para criar niños menos machos lo primero que Hernández recomienda es que los padres no tengan diferentes estilos para cada género sino que unifiquen el libreto para ambos. “No hay funciones para una niña o para un niño”, dice, sino que se debe abrir la brecha en el juego de roles para ambos: las niñas pueden hacer miles cosas y los niños miles de cosas. No hay que guiarlos hacia labores que históricamente se le ha asignado a cada uno. “Todos puede ser abogados, todos pueden lavar platos” y todos tienen libertad de vestirse con los colores que quieran o de jugar con los juguetes que deseen. También hay que quitarle el poder de que por ser hombre es el que cuida a la niña. “Las mujeres también pueden cuidarse solas”, dice. Y no son miedosas y asustadizas como las hacen parecer. Acabar además con la idea de que los hombres son violentos por naturaleza y que como Atlas, cargan el mundo en sus hombros. Es un trabajo lento. A pesar de ser asesores del ministerio de justicia “en el estado pesan las lógicas masculinas y muchos de los hombres a cargo no están muy convencidos de que este sea el camino a seguir para acabar la violencia contra las mujeres. “Pero tenemos que cambiar a estos hombres, así como cambiaron las mujeres”. Es una lucha permanente porque además muchos hombres aún no se dan cuenta y no creen que un piropo es una agresión, que decirle niña a una profesional es maltrato como también lo es decirle a una divorciadas que le hace falta macho. Todo eso es violencia. Las mujeres se merecen un espacio en la sociedad sin esos insultos y golpes.