El pasado sábado, los colombianos despertaron con la triste noticia de la muerte de Ángelo, el hijo menor de la reconocida actriz Luly Bossa, quien desde niño se enfrentó a un diagnóstico de distrofia muscular de Duchenne, una enfermedad degenerativa y poco común.
El caso de la muerte del joven, de apenas 22 años y que se había convertido en un símbolo de resistencia y esperanza de las enfermedades huérfanas, conmovió a miles en el país y confirmó que uno de los duelos más difíciles de afrontar es el de la pérdida de un hijo.
La psicóloga y terapeuta Susana Correa, quien perdió a su hijo César Miguel, una década atrás, explica que tras la muerte de un hijo son normales los sentimientos de conmoción, miedo, ira, indiferencia ante la cotidianidad, culpa, arrepentimiento, soledad, ansiedad, falta de deseo de pasar tiempo con otras personas, así como pensamientos, imágenes mentales y recuerdos repetidos de ese hijo que ya no está.
“Asociado a eso, ese padre o esa madre también experimentará la frustración de no haber pasado más tiempo con el hijo y lamentará el tiempo perdido, los juegos que no se hicieron, los besos y abrazos que no se dieron. Todo eso es normal en una primera etapa del duelo”, asegura la especialista.
De su propia experiencia nació su libro Me duele nombrarte, un relato en primera persona en el que Susana cuenta todo su proceso, desde que se enteró del suicidio de ‘Migue’ a sus 16 años, producto del bullying cuando se declaró gay. “En mi caso, escribir fue terapéutico. Durante tres años, y siendo yo una especialista, me negué a esa pérdida. Comencé a escribir sin mayores pretensiones, pero luego descubrí que era una manera de paliar el dolor. Escribí de forma cronológica, desde el momento en qué llegué a la casa y lo encontré tumbado en su cama, ya sin vida. Y luego todo el proceso, largo y difícil, de negación y de sanación”, relata Susana.
De acuerdo con la terapeuta, cada persona vive el duelo de un modo y tiempos distintos y con diferente intensidad.
Pero quien se enfrenta a esta situación debe buscar ayuda en caso de experimentar algunas situaciones como “tener pensamientos de unirse al hijo en la muerte, de dañarse a sí mismo o dañar a los demás. Si tiene sentimientos de inutilidad, si vive angustia o ansiedad graves, si presenta problemas para dormir o pesadillas, problemas para hacer las actividades cotidianas o escepticismo con respecto a la muerte”.
También debe preocuparles a quienes están cerca de las personas que viven ese duelo, “si con el pasar de los meses la persona se resiste a evitar los recuerdos del hijo, si experimenta una sensación fuerte de resentimiento, o si le cuesta superar el sentimiento de que la vida no tiene un propósito o un significado después de la pérdida de ese ser”, indica la experta.
En todos estos casos, agrega, “quien enfrenta el duelo debe entender que no está mal buscar ayuda profesional, contar su dolor, llorarlo, nombrarlo. Porque ese ejercicio de exteriorizarlo es lo que ayuda a sanar poco a poco”.La experta advierte que no existe un tiempo preciso para superar la pérdida. “No hay plazos establecidos y, en general, la experiencia apunta a que la recuperación será lenta, aunque constante. Por ello, es importante no agobiarse ni recibir presiones por parte del entorno”.
Para la psicóloga, las personas que deben superar el fallecimiento de un hijo experimentarán las cinco fases del duelo: negación, negociación, depresión, ira y aceptación.
“Es clave, por eso mismo, asumir las fases y concentrarse en ir pasando de unas a otras con la mayor seguridad y el menor sufrimiento posible”, puntualiza Correa. Agrega que los padres deben tener como meta recuperar sus vidas, sus rutinas y cotidianidad después de la tragedia. Especialmente, en los casos en los que “aún tienen otros hijos u otras personas a su cargo que los necesitan. Con el tiempo, los padres deben vivir con el recuerdo de su hijo fallecido, pero tienen que seguir adelante, no hay otro camino”, concluye.