Por lo general, concebimos la infancia como una de las etapas más felices de la vida. De eternos veranos, con apenas preocupaciones y con todo el tiempo por delante para disfrutarlo con amigos y juegos. Pero, lamentablemente, no siempre es así. En algunos casos porque al niño le ha tocado crecer en un contexto complicado. Otras veces encontramos situaciones de niños y adolescentes que, teniendo a mano muchos recursos, se deprimen sin una razón aparente.

La importancia de detectar pronto el inicio de una depresión

La depresión clínica es un problema psicopatológico que requiere psicoterapia. Es diferente a cuando atravesamos una etapa de decaimiento. La tristeza es una emoción no problemática y por lo general adaptativa. Los estudios epidemiológicos informan de una prevalencia de los trastornos depresivos en la infancia de más del 3 %, llegando al 12 % los niños y niñas españoles que presentan algún tipo de síntoma depresivo.

Foto de referencia sobre depresión en menores de edad | Foto: Imgorthand

Hay muchas ventajas si se detecta lo antes posible si la depresión acecha a nuestros hijos e hijas. Sin necesidad de que como padres caigamos en el alarmismo, lo cierto es que actuar ante la presencia de las primeras señales es positivo para que el problema no se agrave. Así evitamos que el niño sufra más, durante más tiempo y que se complique su reversión.

Es mucho más complejo sacar de este aparente “pozo” a un niño deprimido que atender síntomas moderados, como problemas de autoestima comunes en la infancia y adolescencia o sentimientos leves de bajo estado anímico.

Señales de alarma en el comportamiento infantil

Para ello, hay algunas señales de alerta que podemos observar cuando nuestros hijos están deprimidos. Si notamos que presenta alguno de estos síntomas debemos encender la luz de alarma: ¿se le nota triste?, ¿parece que disfruta menos de sus actividades?, ¿ha abandonado alguna de sus aficiones? Estos son los tres principales indicadores de que puede estar pasando por un estado emocional de tristeza y de anhedonia, los síntomas principales de la depresión.

Hay también otras señales a observar: ¿come menos (o más) de lo habitual?, ¿parece cansado?, ¿ha alterado sus horarios de sueño y vigilia?, ¿notamos un descenso en su rendimiento escolar? Igual que en los adultos repercute en su trabajo, los problemas emocionales afectan frecuentemente al desempeño académico del niño.

Además, en niños hay que tener presente que los síntomas de la depresión pueden presentar peculiaridades que no se dan en adultos. El estado de ánimo depresivo podría no ser tan visible y observarse en su lugar signos de irritabilidad o también problemas de comportamiento. Pueden ser una forma de expresión de un estado emocional negativo que ellos no identifican igual que haría un adulto.

Foto de referencia sobre depresión | Foto: Getty Images

El niño con bajo estado de ánimo se frustra más fácilmente y está hiperreactivo a los estímulos negativos. Cuando estamos deprimidos, muchas situaciones normales se viven como negativas: hacer los deberes, socializarse, acudir a clase, realizar actividades extraescolares, etc. Por otro lado, una gran mayoría de niños que llegan a la consulta con depresión han manifestado quejas somáticas: con mucha frecuencia les dolía la cabeza o el estómago.

Tras las revisiones físicas pertinentes se descarta causa médica y se suelen derivar a los servicios de salud mental. Somatizar es una forma habitual de manifestar los problemas emocionales, y en niños es muy común.

¿Por qué podría aparecer una depresión en la infancia?

La depresión se puede explicar como un desajuste entre los castigos y premios que proporciona la vida. Cuando se desequilibra esa balanza y pesan más los eventos aversivos, lo normal es que el ánimo se vea afectado y se tienda a evitar todo aquello que hace sentir mal.

A largo plazo la situación se cronifica porque esa evitación aleja aún más al niño de la posibilidad de obtener recompensas en la vida. Seguro que están pensando en niños (adultos también) que tienen todo lo que necesitan y, sin embargo, se deprimen.

Esto es porque el acceso a estos reforzadores vitales en ocasiones no está garantizado aunque estén en el ambiente. También debido a que solemos saciarnos, por lo que todo reforzador puede perder su potencial y necesitamos nuevos refuerzos. Es decir, puede haber una falta de reforzadores positivos, que estos hayan dejado de ser eficaces o que el niño tenga dificultades para acceder a ellos. A pesar de todo lo abordado, no debemos olvidar que la depresión puede también ser consecuencia de otros problemas que los niños experimenten en su entorno social o escolar. Al fin y al cabo, no dejan de ser situaciones aversivas que no han aprendido a manejar.

Cómo actuar al respecto

La primera recomendación tras sospechar que nuestro hijo o hija pueda tener depresión es plantearnos si puede estar viviendo una situación que no sabe manejar y que le está haciendo sufrir.

En ocasiones, hay causas directas en forma de ambientes aversivos. Por ejemplo, la adaptación a un colegio nuevo, afrontar un problema con amigos, ser víctima de acoso escolar o pasar un duelo complicado que, aunque no es propiamente depresión, debe atenderse también. Observar algunas de las señales que hemos comentado aquí también puede dar indicios para discriminar.

Pensamos que más vale pasarse de precavidos y que finalmente no sea tan grave, que dejar que un problema se agrave. Por eso recomendamos acudir a un profesional de la salud mental infantil ante cualquier duda.

En segundo lugar, sugerimos mantenernos observadores y atentos a su evolución para comprobar si es algo pasajero o si requiere atención. Finalmente, conviene mantener muy abiertos los canales de comunicación con el niño para que pueda exteriorizar cualquier preocupación.

Por fortuna, cada vez es más habitual encontrarnos en las consultas a menores que han pedido a sus padres acudir a un psicólogo. Esto es muy buena señal. Aunque los padres y las madres son quienes mejor conocen a sus hijos y suelen ser capaces de detectar cuándo están pasándolo mal.

Conviene mantener abierta en todo momento la confianza para que cualquier problema que pueda estar preocupando a su hijo, incluso sentirse triste sin saber por qué, pueda estar abierto al diálogo y, por tanto, podamos buscar una solución.

José Pedro Espada

Catedrático de Psicología, Universidad Miguel Hernández

Mireia Orgilés

Catedrática de Universidad. Experta en Tratamiento Psicológico Infantil, Universidad Miguel Hernández

Artículos publicados originalmente en The Conversation