Yo soy auxiliar desde hace diez años, pero en pabellón de hospitalización. Ahora nos capacitaron para estar al nivel de UCI y hago rotación allá por la pandemia. El trabajo es distinto porque tenemos más pacientes, dos o tres, y más actividad porque requieren mucha más atención. En pabellón es más manejable el diagnóstico, mientras que en UCI son pacientes que en cualquier momento se pueden desestabilizar. Y eso es a correr.
Cuando hay código azul, cada uno tiene una función. Yo alisto el carro de paro, que debe estar completo para que cuando pidan algo esté y no perdamos tiempo. Yo tomo posición para reanimar, o busco venas para cuando el médico dé orden de medicamento.
Normalmente tomamos signos y vemos si hay que hacer curaciones, quitar equipos, hacer laboratorios, baño en cama o cambio de posición cada dos horas y masaje. Un paciente postrado depende de lo que nosotros podamos hacer y por eso les damos comodidad para que descansen y estamos pendientes de heridas que no faltan. Por ejemplo, las escaras que se producen por la presión de las sabanas y cobijas. Por eso la cama debe quedar tendida sin una arruga. Para moverlos tenemos una sábana de movimiento con la que manejamos al paciente más fácil. Todos esos detalles que no son de atención, marcan la diferencia. Debemos estar pendientes de los mismos equipos y los tubos que quedan debajo de un brazo para que no queden marcas. Son muchas las cosas que nosotras como auxiliares hacemos para la comodidad del paciente.
En la UCI la mayoría están intubados, pero uno tiene que atenderlos como si estuvieran despiertos, hablarles, el hecho de estar intubado no significa que ni escuchen, ni oigan ni vean. Más en este momento porque ahora somos solo nosotros los que les decimos "su familiar vino y le trajo esto". Tenemos muchas especialidades, aunque no las estudiemos porque nos convertimos en psicólogos y nos compenetramos con el paciente y hacemos “amistad” con ellos, así ellos no contesten en ese momento. Solo nos tienen a nosotros y no podemos ignorar a la persona que está ahí.
Miedo de trabajar no tengo. A nosotros nadie nos obligó a escoger esta profesión. Decidimos seguirla y es de sacrificio, amor y dedicación. Obvio que las circunstancias que vemos ahora infunden temor porque estamos en un ámbito donde fácilmente podemos salir infectados o infectar a la familia, aunque tengamos suficientes medidas de seguridad. No me equivoqué con esta profesión. Es de humanos querer tirar la toalla, pero mi profesión es bonita y se lo digo a mis familiares que lo ven como si fuera obligatorio. Para mí es vocación, es amor.