No tengo miedo de infectarme yo sino que yo infecte a mis familiares. Vivo con mi papá que tiene 99 años, con mi mamá que tiene 59, mi hermano de 29 y con mi abuelita de 91. También está mi sobrinita de 9 meses a quien solo puedo ver de lejos. Ellos están en cuarentena total y yo soy el único que sale porque trabajo en el sector de la salud. Casi siempre estoy encerrado en mi cuarto para evitar el contagio, y cuando salgo a otro lado de la casa estamos con tapabocas. No volvimos a saludarnos de beso, ni hablamos casi.

Yo tengo que estar al margen pues si pasa cualquier cosa me sentiría culpable. Por eso cumplo con mis protocolos al llegar a la casa y hasta ahora nadie se ha enfermado, pero si pasa sería culpa mía. Ese contacto de lejos es difícil aunque mi mamá se da cuenta cuando tuve un turno pesado. Yo a veces le hablo de la incertidumbre de saber que en este momento estamos al 100 por ciento, que es una angustia terrible porque uno piensa en qué pasara con los pacientes que lleguen y no podamos atender.  

Mi vida ha cambiado mucho. Todo es monótono, voy del trabajo a la casa y de la casa al trabajo todos los días. Antes de la pandemia compartíamos con los compañeros, pero ahora no podemos tener ese espacio, ni siquiera nos podemos saludar porque los pacientes que atendemos ahora son en su mayoría de covid.  Lo más duro en este momento es que la mayoría tienen que pronarse (poner boca abajo) todo el tiempo y se requiere de cuatro personas para esa tarea. Pero también es duro ver la soledad en la que están los pacientes en la unidad, muchos ventilados y sedados, otros despiertos y conscientes, pero solos, porque los familiares no pueden visitarlos. El único contacto somos nosotros. Cuando despiertan somos nosotros los encargados de decirles qué día es, cuánto tiempo pasó. Nosotros los ponemos al teléfono celular de la unidad cuando llaman los familiares y ellos pueden hablar.  Hemos tenido pacientes muy jóvenes, de 23 años, y un par de ellos en muy mal estado porque tenían obesidad mórbida. Eran pacientes que no respondían, su evolución iba muy lenta y después de mes y medio así, ver que salen en silla de ruedas, despiertos y listos para volver a su vida, es muy gratificante. Uno siente que lo que hacemos, lo hacemos bien y que esta preparación ha servido para que muchos hoy estén de vuelta con sus familias.

En la clínica vivimos el día a día. Con mis compañeros a veces pensamos en qué planes estaríamos haciendo si no estuviéramos en esta pandemia y pensamos que estaríamos saliendo a comer con amigos, a bailar, a cine. Yo debería estar de vacaciones, pero no he podido salir por la emergencia. Nos preguntamos si en diciembre será distinto. Y como todos, la incertidumbre que tenemos es total. Pero estudiamos para esto, y la emergencia nos ha hecho sacar lo mejor de nosotros para poder atender a los pacientes. Si antes hacíamos el trabajo bien, ahora mucho más. Porque puede ser cualquiera de nosotros el que esté en esa cama de UCI.