Al principio se me laceraron la nariz y los pómulos por la presión que el tapabocas hace sobre la piel. A pesar de las cremas, muy pocas cosas me ayudaban. Las jornadas son de 12 y 24 horas y tener todo ese tiempo el tapabocas puesto afecta la piel. Y el retiro de estos elementos fastidia y duele porque es con adhesivos. Ahora tengo unos protectores de piel para evitar lacerarme de nuevo.

Mientras estoy en la unidad uso el N95, luego la mascarilla facial y las gafas. Cuando veo al paciente me coloco la bata, guantes y careta porque la exposición es más cercana y la probabilidad de aerosoles más alta. Hay muchos tipos de gafas pero las que necesito tener con el paciente deben tener sellos para que no entre aire del ambiente. Si entra aire, involuntariamente me rasco los ojos y ahí es cuando me puedo contaminar. Esto no es un sacrificio sino una responsabilidad, pues tengo que vigilar que los demás que están a cargo mío también lo hagan. 

Estar en la unidad o el riesgo de tener una exposición mientras se está atendiendo a una persona siempre genera tensión y nudos en el cuello. Es estrés físico y emocional. Otro aspecto que genera tensión es que uno saca a un paciente y está de inmediato ingresando el otro. Yo pienso "que no se vaya a enfermar ningún otro porque dónde lo pongo". Son muchos aspectos que generan tensión en la unidad: el agotamiento, las jornadas de pronación que tienen un riesgo de exposición y generan cansancio, porque una gran cantidad de pacientes son obesos y entre tres a cinco personas debemos cargar a una persona de 120 o 140 kilos para acomodarla boca arriba y luego boca abajo. Es algo extenuante. Además, el casco aprieta la cabeza, mucha gente se queja de dolor de cabeza y es apenas lógico que cuando deben llevar por mucho tiempo estas cosas les generen molestias. Pero las asumimos porque si no lo hacemos nos ponemos en riesgo.  Gracias a todo lo que nos dan para nuestra protección, la posibilidad de contagio es muy baja. Es más alta en la calle, en el taxi, en el TransMilenio, en una reunión familiar. El día del padre, por ejemplo, fue catastrófico porque familias enteras se contaminaron solo en ese día. En la calle con la simple mascarilla facial y un lavado de manos sería suficiente para que la gente se proteja. Pero la gente no sabe utilizar el tapabocas ni se lava las manos. Eso me da tristeza: ver cómo sufrimos en las instituciones de salud por la negligencia de la gente que ve esto como si fuera un chiste. 

Es duro ver a las familia solo interactuando a través del teléfono, o ver que lo entregan aquí y no saben si lo van a devolver con vida o cremado, que no lo van a poder ver en sus últimos momentos. Es duro decirles "va bien", "va mal", "va peor", todo por teléfono y sentir la tensión de llamar. La llamada para informar que el paciente murió nadie la quiere hacer. Es difícil ya de por sí decir que se murió un familiar de frente, y ahora por teléfono es más terrible. Pero toca así, porque el familiar del paciente que uno atiende ya es sospechoso de entrada y tiene alto riesgo de contaminar a la institución. En ese sentido, la información telefónica es más segura. Entonces oírlos decir "ayúdele, salve a mi familiar" es muy duro.  Vivo con mi esposa, tengo dos perritos, ella es fisioterapeuta y está en alto riesgo también. No hacemos fiestas, ni visitamos a nuestros padres porque los de ella son más viejos que los míos y son vulnerables. No quiero arrepentirme toda la vida. Sí tengo miedo de contagiarme, pero trato de no pensar en eso porque me limitaría para hacer mis funciones, entonces pienso en cómo salvar a otros. He tenido muchos compañeros enfermos, papás de compañeros, he atendido a primos, conocidos, y es más difícil porque es una persona que uno conoce. Pero todos por fortuna han salido. Va a llegar un momento en el que no va a pasar eso y tendré que decirle a esa persona que yo conozco que su familiar murió.