Un sábado en la mañana Natalia Quintero, de 26 años, despertó horrorizada. Soñó que su papá la violaba noche tras noche, mientras ella gritaba desesperada para que su mamá y su hermano la auxiliaran. “Al final él se iba por miedo a que lo descubrieran, pero la sensación era horrible. Veía y sentía cómo me manoseaba”, cuenta. Todo había sido tan vívido que minutos después de despertar aún le costaba diferenciar sueño y realidad. Fue tal el terror que apenas pudo acercarse a su papá en todo el día. Como esta, Natalia ha tenido decenas las pesadillas desde que empezó la cuarentena. Antes del encierro apenas recordaba sus sueños, aunque los describe como “chéveres y tranquilos”. Pero ahora casi todas las noches protagoniza una saga interminable de películas de terror inventadas por su mente.

En una de ellas, su empresa, un negocio de alimentos saludables a domicilio, resulta culpable de un gran brote de contagios en Bogotá. En su pesadilla, ella y sus domiciliarios ocasionan cientos de muertes e infectados, y la tragedia termina con la clausura del negocio por el que ha trabajado día y noche los últimos seis años. En otra ocasión soñó que, de madrugada, entraban los ladrones a su vivienda y la amordazaban junto con su novio. “Después de ese sueño mandamos a poner alarmas en la casa. Estábamos muy asustados”, asegura. Así, casi todas las noches sueña cosas malas.

No solo Natalia ha experimentado esos cambios. Tras varios meses de confinamiento, millones de personas en el mundo reportan un aumento de sus pesadillas. Varios investigadores, incluso, han seguido de cerca el fenómeno y han concluido que la presión y la angustia por la pandemia están generado una ola sin precedentes de sueños raros, vívidos y tenebrosos. Deirdre Barrett, psicóloga y profesora de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, ha estudiado durante años los sueños y las pesadillas de personas con traumas. Entre ellas están los veteranos de guerra, los socorristas del 11 de septiembre, las víctimas de la Primavera Árabe, y ahora, los afectados por la covid-19. En marzo Barrett lanzó una encuesta internacional en línea para que la gente le contara sus sueños relacionados con la pandemia. Luego de recolectar más de 9.000 testimonios, publicó el libro Pandemic Dreams (Sueños de pandemia), en el que asegura que los patrones de alteración del sueño en este periodo se parecen mucho a los de quienes vivieron episodios traumáticos, como los kuwaitíes durante la ocupación iraquí o los prisioneros de guerra en los campos de concentración nazi.

Sin embargo, la experta destaca algunas imágenes distintivas de la covid-19: enjambres de avispas, moscas y mosquitos que atacan a las personas, y hasta ejércitos de cucarachas y gusanos que se retuercen. “Los ataques de insectos y monstruos invisibles son la metáfora más común”, dice. Según ella, estas fantasías reflejan una crisis menos visible o concreta que otras que el mundo ha enfrentado. Si de sueños más literales se trata, Barrett asegura que la pesadilla más recurrente es la de contraer el virus. En estos sueños los individuos se ven muertos, con dificultad para respirar, fiebre o algún otro síntoma relacionado con la enfermedad. Para la experta, su compilado de pesadillas representa a la perfección las angustias por los cambios más abruptos en la pandemia: el impulso a refugiarse en casa, la dificultad de educarse en el hogar, los cambios en el trabajo, y un mayor aislamiento o hacinamiento.

Hay diversas razones científicas que explican esta situación. El psiquiatra Gabriel Oviedo asegura que el sueño es un fenómeno neurofisiológico “que cumple una función de regular los sentimientos”. En ese sentido, las personas resuelven sus emociones intensas con el sueño REM, el más profundo. Y, como el confinamiento ha desbordado el estrés, el contenido y el tono de los sueños también se ven afectados. “Igual que sucede cuando vemos películas de terror, las noticias horribles de la covid-19, que incluyen muertos e infectados a diario, son imágenes que la persona procesa en el sueño como traumáticas. Pero en este caso son mucho peores, porque no son ficción”, explica.

Russell Foster, neurocientífico circadiano de la Universidad de Oxford, aseguró en la revista New Scientist que esta tensión estaría relacionada con el hecho de que la gente ahora tiene sueños más claros y fuertes. “Cuanto más ansiosos nos volvemos, más vívidas se vuelven las imágenes”, dice. Pero esta no sería la única razón. Barrett explica en su libro que esa connotación de los sueños tiene que ver con que algunas personas duermen más debido a que, con el encierro, no tienen que usar el tiempo para transportarse hasta el trabajo. Eso no solo es proporcional a un periodo REM más denso, sino también a sueños más largos y vívidos. No obstante, quienes sufren de insomnio o interrupciones de sueño también los viven porque pueden despertar durante los periodos REM, lo que facilita recordar la pesadilla. De acuerdo con una encuesta realizada por el King’s College London, el 62 por ciento de la población en el Reino Unido duerme lo mismo, si no más, que antes del distanciamiento social. Y según otro estudio en curso del Centro de Investigación de Neurociencia de Lyon en Francia, la pandemia ha provocado un aumento del 35 por ciento en el recuerdo de los sueños entre los participantes, mientras que un 15 por ciento reporta más pesadillas de lo habitual. Esos datos preliminares permiten ver que la alteración en las horas del sueño ha jugado un papel fundamental en esta nueva ola de ‘coronapesadillas’. El fenómeno ha llegado a tal punto que en Twitter existe el #Covidreams, en el que a diario los internautas comparten sus incomprensibles experiencias con los sueños.

Así mismo, los expertos creen que este despertar onírico se relaciona con que las personas han tenido que abandonar los entornos habituales y los estímulos diarios. Eso les ha quitado “inspiración”, lo que obliga a la mente a recurrir al subconsciente, donde no hay reglas de tiempo ni espacio para construir los sueños. De ahí que algunos sean tan raros.

La verdad, sin embargo, es que los científicos aún no pueden decir exactamente qué le está haciendo la pandemia al cerebro. Pero sí está claro que los sueños juegan un papel fundamental en el bienestar emocional y físico. Está demostrado que los trastornos asociados al mal sueño pueden afectar el aprendizaje y la memoria. Por eso, Oviedo aconseja reconocer el momento en que las pesadillas pasan de ser un episodio aislado a impactar el bienestar. Oviedo, por ejemplo, ha demostrado en su trabajo que a mayor presión de la pandemia, más pesadillas tendrá la gente. En su labor en el Hospital San Ignacio de Bogotá brinda apoyo virtual en salud mental a médicos, enfermeras y personal de salud. Asegura que en sus últimas sesiones varios de ellos han roto en llanto al contar su pesadilla más recurrente: “Están con el servicio de urgencias lleno, desbordado en capacidad, y tienen que empezar a elegir a quién le dan un respirador o no”. Para Oviedo, estas pesadillas que generan un daño moral provienen de un estrés agudo y un trauma más profundo, que probablemente dejará secuelas a largo plazo.