El cáncer es una enfermedad en la cual las células del cuerpo comienzan a multiplicarse sin control. El de pulmón se origina en estos órganos y se puede diseminar a los ganglios linfáticos o a otras partes del cuerpo, como el cerebro.
De igual forma, la enfermedad que se origina en otros órganos se puede diseminar a los pulmones. “Cuando las células cancerosas se diseminan de un órgano a otro, se le llama metástasis”, precisa el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), de Estados Unidos.
Según esta institución, existen dos tipos de cáncer de pulmón: el de células no pequeñas, que abarca la mayoría de los tumores malignos pulmonares, y el de las células pequeñas o microcítico, que se caracteriza por crecer con rapidez, se puede extender a otros órganos y puede representar menos de la quinta parte del total de los casos de cáncer de pulmón.
Según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), el cáncer de pulmón es el tercer tumor más frecuente, tanto en hombres como en mujeres, además de constituirse como el de mayor mortalidad a nivel global.
Este tipo de cáncer, que se origina en las estructuras del árbol respiratorio -tráquea, bronquios, bronquiolos o alvéolos-, puede manifestarse de diversas maneras y generar diferentes síntomas en función de la etapa en la que se encuentre.
Por ejemplo, en etapas tempranas puede causar poca sintomatología y diagnosticarse por un hallazgo casual. Sus síntomas pueden confundirse con los signos respiratorios causados por el tabaquismo, precisa el portal especializado Cinfasalud.
En etapas más avanzadas, los signos más característicos son:
Tos: es la señal más frecuente del cáncer de pulmón y puede ser seca o productiva. Con ella se produce expulsión de la secreción mucosa, la mucosidad infectada o, incluso, sangre.
Disnea: se caracteriza por la sensación de falta de aire o la dificultad para respirar. Este síntoma suele aparecer tras realizar un esfuerzo importante o con pequeñas actividades físicas.
Disfonía: se produce de forma continuada o intermitente, debido a una alteración en la movilidad de las cuerdas vocales o a una parálisis, y afecta al nervio recurrente responsable de su movimiento.
Disfagia (dificultad para tragar): puede darse tanto con alimentos sólidos como líquidos. Esta dificultad se debe a una compresión del esófago por la existencia de ganglios o por el propio tumor.
Dolor constante en el pecho: puede incrementarse con la respiración profunda o la tos.
Síndrome de vena cava: se produce cuando la principal vena del cuerpo se obstruye o se comprime parcialmente.
Infecciones respiratorias repetidas con el paso del tiempo.
Esta enfermedad, según Cinfasalud, también puede reflejar otros síntomas llamados paraneoplásicos, que son manifestaciones que no son producidas directamente ni por el tumor ni por la metástasis, sino que están vinculadas con la liberación de alguna sustancia o a la activación del sistema inmune. Aquí los más comunes son: cansancio, pérdida de peso, náuseas, vómitos, estreñimiento y deshidratación.
Cuando hay metástasis se produce un dolor continuo en caso de afección ósea, especialmente en la columna vertebral y también molestia en las piernas y brazos lo que puede significar que hay una afectación de algún nervio que tenga su origen en la médula espinal.
¿Cuáles son las causas?
“La primera causa del cáncer de pulmón es el consumo de tabaco, que está presente en el 80 % de los casos de esta enfermedad en hombres y en el 50 % en mujeres. De hecho, en las personas fumadoras, el riesgo de contraer esta enfermedad es 22 veces mayor que en los no fumadores, una cifra que va en aumento según el número de cigarrillos consumidos o el tiempo de exposición”, argumenta Cinfasalud.
Sin embargo, cada vez se diagnostican más casos en las personas que no fuman, pero que están expuestas al humo de los fumadores. Esta exposición indirecta al tabaco incrementa el riesgo del cáncer de pulmón en aproximadamente un 25 %.
Un segundo grupo de elementos que puede causar la generación de un tumor en estos órganos tiene que ver con sustancias carcinógenas ambientales como el asbesto, el arsénico y níquel.