Un estudio publicado en el Journal of Family Psychology encontró que el 74 por ciento de los papás dicen tener un hijo favorito y 73 por ciento alguno con el que tiene más discusiones y desacuerdos. Las investigaciones también han mostrado que, sin importar el orden de nacimiento, todos sospechan que a sus padres les gusta más algún hermano y que a este lo tratan mejor. Esta preferencia puede manifestarse de diferentes maneras. Le dedican más tiempo y afecto, le dan más regalos o son menos exigentes con ellos. Se sabe que la calidad de las relaciones entre los hijos y sus padres tiene un efecto significativo en su bienestar mental y si bien cada hijo es diferente, los padres deben responder a las características únicas de ellos de la manera más apropiada. En ocasiones este comportamiento se observa cuando los recursos emocionales o materiales son limitados y se tiende a favorecer a los hijos que tienen mayores posibilidades o a aquellos que viven más cerca, o que son más fáciles de tratar, y con quienes se comparten principios y valores y les ofrecen apoyo emocional o financiero. Pero esta no es la regla.
Sin embargo, esas diferencias en la relación tienen, a veces, consecuencias negativas. Aquellos que se sienten menos amados pueden deprimirse, sufrir de agresividad y baja autoestima o tener menor rendimiento académico, además del resentimiento con el preferido. Estas consecuencias pueden persistir en el tiempo. Algo interesantes es que tiene más impacto en el bienestar la percepción que los papás tienen un preferido a que esta predilección sea real. La insatisfacción es mayor para aquellos que creían que sus padres querían más a alguno de los hermanos. Es imposible no tener favoritismo con los hijos en circunstancias especiales, pero a menudo, los padres que son conscientes de esto, se sienten terriblemente culpables.En las familias, las preferencias son cambiantes, día a día o de semana a semana ese tipo de situaciones produce una competencia saludable y normal. El problema es para los papás que niegan la situación porque existe el mito de que tener un hijo favorito en un momento dado es malo. Es claro que el bienestar de los hijos es mayor cuando los padres no muestran una predilección exagerada o injusta pues, entre otras cosas, los favorecidos tienen que lidiar en ocasiones con la hostilidad de los hermanos, o porque en las familias que hay inequidad en el trato, con cierta frecuencia son también disfuncionales en otros aspectos. Por supuesto hay casos en que la predilección es inevitable, por ejemplo, con los niños pequeños o hijos en situación de vulnerabilidad, pero si se explica la situación a los otros hijos, generalmente esto logra compensar las consecuencias negativas. Ser el hijo favorito también puede llegar a tener inconvenientes, pues este puede sentirse culpable o tener relaciones difíciles con los hermanos. Además es estresante sentir que los padres esperan más de ellos.
Según una investigación de la Universidad de Cornell, los padres que clasifican a sus hijos como muy juiciosos, o como ovejas negras que no se comportan bien, incrementan las probabilidades de problemas y conflictos emocionales entre hermanos que pueden persistir durante toda la vida. Los casos más graves se presentan con los padres narcisistas, que a menudo se protegen de su frágil autoestima buscando una sensación de control, jugando al divide y vencerás al interior de la familia, y esto hace que algunos se conviertan en favoritos a expensas de los otros, y que terminen haciendo el juego para sentirse más cerca de ellos. Los hijos siempre están buscando el amor de los papás y los padres necesitan reconocer su preferencia por un hijo para poder abordar el problema. El peligro viene cuando la predilección es constante y se convierte en una parte permanente de la dinámica familiar. La clave está encontrar algo que se admire en cada hijo y resaltarlo. En ocasiones no se tiene en cuenta la diferencia entre el amor y el favoritismo y es difícil para los padres decir que aman mucho a todos sus hijos y que de vez en cuando hay uno al que admiran más porque en ese momento los hace sentir orgullosos. Lo que más importa es la percepción de los hijos de si lo quieren en mayor o menor medida y lo que todos los involucrados hacen con este sentimiento, tanto en términos comportamentales como emocionales. Nunca es demasiado tarde para darle manejo al asunto y no siempre significa que está haciendo algo mal o que su familia es disfuncional. En lugar de sentir culpa, es mejor preguntarse si usted está contribuyendo inconscientemente a una dinámica familiar inadecuada. Es bueno saber que casi todos han pasado por esta situación y que puede ser beneficiosa, pues al hacerlo consciente, facilita ser mejores padres y mejores hijos. *Grupo de Investigación Nuevas Perspectivas en Salud Mental, UCMC