Nuevos destinos turísticos se están abriendo a los colombianos y al mundo. Ese es el caso de los cerros de Mavecure, que fueron destacados en un hermoso informe de turismo en el diario The Wall Street Journal. El reportaje fue realizado por John Otis, corresponsal en Colombia para el diario neoyorquino. Otis, oriundo de Minnesota, vive en el país hace 25 años y asegura que el paisaje es comparable al de Machu Picchu, aunque mucho menos conocido.
El hecho de que sea poco turístico se debe a que es un lugar metido en la selva colombiana. Era visto por muchos como un territorio peligroso debido al conflicto armado que se libró en el país y al narcotráfico. Pero ahora que las circunstancias de orden público han cambiado, Otis invita en su artículo a todos a visitar este paraje en una aventura que involucra viajes en canoa, a pie y en mototaxi.
Los cerros están anclados en medio del río Inírida, al oriente colombiano, y contrastan con la planicie a su alrededor. “Cuando uno va navegando el río los cerros aparecen de la nada. Estás viendo un paisaje plano, monótono, das una curva y de repente ahí están”, dice sobre su primera impresión al verlos. También le llamó la atención el hecho de que los cerros están cimentados en el río.
El más alto de ellos llega hasta 2.360 pies sobre el nivel del mar y según Otis son tótems para lo indios pinave y curipaco que habitan en la región. Para los turistas que llegan son tan majestuosos como las montañas en Machu Picchu, pero más solemnes debido a que el turismo aún no es muy fluido en este lugar. De esta forma, quienes lo visitan pueden ver un paisaje maravilloso, pero a la vez tranquilo, sin tantos turistas, lo cual lo hace un lugar ideal para la contemplación.
El turismo a este lugar ha empezado a llegar poco a poco por cuenta de la firma del tratado de paz en 2016 y por la película El abrazo de la serpiente que fue nominada a los Óscar de ese año. A Otis le pasó lo mismo que a muchos colombianos. Aunque ha vivido por 25 años en Colombia, no sabía mucho sobre este lugar.
El viaje de Otis, su esposa Alejandra y una amiga de Estados Unidos fue de cuatro días y se hizo a través de la agencia de turismo Aroma Verde, aunque otras como Fundación Antrópico Amazónico y Sawa Travel también ofrecen planes. El viaje desde Bogotá les tomó una hora en avión. Luego tuvieron que montar en mototaxis hasta el Puerto de Inírida y luego en bote por el río. El alojamiento fue en un hotel rústico en Remanso. “No es turismo cinco estrellas”, aclara Otis. En Inírida hay hostales de más alta gama, pero en los cerros el alojamiento es en pueblos indígenas, en habitaciones con cama y toldillo. Te preparan pescado que pescan del río, arroz y plátano”. Una advertencia: no hay señal de celular, por lo cual hay que estar preparados para desenchufarse por unos días.
Una vez en el lugar el plan es montarse en canoas para ver las sorpresas que el río tiene, entre las que sobresale el avistamiento de aves y de delfines. Obviamente, el plato fuerte es ver los cerros durante la travesía. Al otro día escalaron uno de los cerros para ver desde arriba el paisaje. Ellos optaron por el más chico, pues los otros requieren equipos especializados para escalar montañas. “Subir fue lo más intenso, arrancamos temprano, en lo oscuro, vimos el amanecer. En la cima todo se veía muy lindo”.
La llegada a la cima no es difícil, dice Otis. “Cualquiera que esté razonablemente en forma lo logra”. Además, aclara que en los pasajes más difíciles hay cuerdas y escaleras de madera para ayudar a los turistas. Desde la cima el espectáculo es grandioso, pues tienen una vista de 360 grados para admirar.
Lo más importante tal vez es que el turismo que se hace en este lugar es sostenible. Los indígenas sienten la presión de otras actividades como la explotación del oro. Pero Otis señala que Aroma Verde tiene un proyecto muy lindo que busca fomentar, a cambio del oro, la extracción de miel de abejas y el turismo, para que los habitantes del lugar cuenten con otros ingresos. De esta forma será posible preservar este maravilloso sitio alrededor del cual los indígenas han tejido un montón de leyendas. Son cerros místicos, que para ellos son muy especiales”, dice el periodista. Y para los demás colombianos también.