Mucho antes de que se convirtiera en el diseñador que ha conquistado nueve premios India Catalina con su trabajo como creador de vestuario para series de televisión y en el preferido de las celebridades para lucir radiantes, Diego Guarnizo tenía el extraño oficio de ser un portador de buenas noticias.
Es la última semana de marzo y este tolimense de corazón opita aún recibe mensajes de felicitación por la estatuilla que le entregaron el pasado fin de semana en Cartagena por su trabajo como vestuarista en Las Villamizar, una novela de época del canal Caracol.
Pero, aun con tantos galardones a cuestas, sigue siendo el mismo tipo sencillo y de sonrisa fácil que se ganó la confianza de los soldados que conoció, siendo muy joven, en Puerto Lara, Caquetá, a donde llegó como soldado bachiller.
Era 1986, el país vivía una de las épocas más crudas del conflicto, pero el soldado Guarnizo se las ingeniaba no solo para enseñarles a leer y escribir a sus compañeros de armas, “muchachos campesinos que en su mayoría eran completos analfabetas”, sino para acercarlos a sus familias por el único medio que era posible: una cabina de Telecom.
“Recuerdo un soldado que una vez, desesperado, me dijo que sabía que su mujer daría a luz por esos días. Entonces, me fui para el pueblo cercano, me rebusqué el teléfono de esa familia y después llegué con la noticia: es una niña, nació sana, todo salió bien”.
La historia, años después, se repetiría mientras intentaba convertirse en médico en Bogotá y se ganaba la vida como mensajero del fondo de empleados de Carulla. “Yo era el que llegaba ante los trabajadores con los sobres que tenían noticias sobre préstamos y otros trámites”, recuerda Diego.
Para ese momento, la tristeza había tocado a las puertas de su familia: su papá había muerto repentinamente, a lo mejor producto del estrés que le dejaron las amenazas que recibió siendo juez en La Plata, Huila.
“Eso fue una tragedia. Mi mamá, que era ama de casa, se quedó de repente sola con tres hijos. Nos tocó vender todo, la casa, el carro, la finca. Y terminar de arrimados donde mis abuelos maternos, que vivían de negociar ganado en Cereté, Córdoba”, relata Diego, desde su taller de moda en Bogotá.
Convencido de que lo suyo era aliviar enfermos, le dijo a su mamá que no se preocupara. Que él, el mayor de los tres hermanos, se marcharía a la capital para convertirse en médico. “Pero bastaron cuatro meses para darme cuenta de lo difícil que era sostenerme. No tenía para comprar los libros. El esfuerzo era demasiado. Y, además, me di cuenta de que eso no era lo mío”, dice el diseñador.
Apostó por una carrera distinta y acertó. Comenzó Publicidad en la Universidad Jorge Tadeo Lozano, al tiempo que trabajaba para ayudar a su familia en la distancia y pagarse la carrera. Entonces, apareció en su camino, casi de manera providencial, Kepa Amuchastegui, que para entonces trabajaba en la producción de La casa de las dos palmas.
Daría una conferencia en la universidad sobre el mundo de la televisión. “Al final de la charla, me le acerqué y le dije que yo quería ser como él. Y me hizo anotar el teléfono de Iván Martelo, a quien acababa de nombrar como diseñador de arte de vestuario en esa novela. Fue el primer cargo de ese tipo en Colombia. ‘Está conformando equipo, dile que yo te recomendé’. Y eso hice”.
Aquello fue la puerta de entrada a un mundo del que no ha salido. Comenzó vistiendo extras y poniéndole los zapatos a Vicky Hernández, la protagonista. Era la mejor escuela posible, pues “antes las producciones duraban años, entonces tuve mucho tiempo para aprender todo lo que implica vestir personajes”.
Y así estaban las cosas hasta que se conoció la muerte del actor Diego Álvarez, famoso por sus papeles en Don Chinche y Los pecados de Inés de Hinojosa. El 30 de abril de 1993, el artista acabó con su vida arrojándose por la ventana de su apartamento. Pero, eso se sabría después. “Resulta que a varios los declararon sospechosos de esa muerte, entre ellos a la esposa de Álvarez y a Martelo, mi jefe. ¡En pleno rodaje de La casa de las dos palmas! A mí me pusieron a cargo, pero él me dirigía desde la cárcel”.
Diego iba todos los días hasta la celda de Martelo, quien le enseñó a distinguir un lino de una seda o un dril, cuáles eran los mejores almacenes para comprar insumos y los colores adecuados para pintar los sets. Después conocería a los hermanos Mallarino (Helena,María Angélica, Víctor), quienes lo llevarían a trabajar a Producciones JES.
“Ahí comenzó mi carrera y entré por la puerta grande, con una serie que se llamó Leche. Con ellos hice también Sangre de lobos y La maldición del paraíso, todas muy exitosas en su tiempo”.
Al cabo de unos años, su talento lo dejó a las puertas de Cenpro Televisión y trabajó en una de las series que más recuerda con cariño: La otra mitad del sol, que le mereció un premio Simón Bolívar, el primero de su vida. Fue asistente de vestuario en Oasis, en la que conoció a una joven y soñadora Shakira.
También estuvo detrás de la dirección de arte y vestuario de Perro amor, en la que logró que miles de colombianas quisieran copiar el look de Isabella Santodomingo, un estilo que él se encargó de crear.
La novela le trajo no solo el segundo premio de su carrera, sino que lo puso en el camino de Germán Lizarralde, al lado de quien se animaría a dar el paso hacia la independencia para crear una firma propia que prestara esos servicios de arte y diseño de vestuario, aprovechando el nacimiento de los canales privados en Colombia.
“Así nació Guarnizo y Lizarralde, una firma pionera. Fue la primera en prestar esos servicios a los equipos de producción, además de que creamos la primera escuela de oficios para vestuaristas. Creamos un taller con el Sena y logramos que muchos obtuvieran un título técnico en ese oficio. Algo que no existía antes”, relata, orgulloso, Diego.
Dicha firma les abrió las puertas del recién creado canal Caracol, que sigue siendo su casa de trabajo hasta hoy. “Empecé con la Baby sister y con todos los realities que han visto los colombianos”. También se le midió a las ‘narconovelas’, entre ellas, claro, Escobar, el patrón del mal.
Esta producción le dejó anécdotas tan curiosas como haber terminado en el ropero de la familia Galán y los Cano para entender mejor cómo vestir a los personajes de la serie y recrear los espacios en los que vivieron. Y hasta en el mismísimo clóset de la mamá del capo del cartel de Medellín. “Se dio por invitación de una hermana de Escobar que nos contactó. ‘Quién les dijo que mi mamá se vestía así’, nos dijo. Y, entonces, nos dejó sacar vestidos, joyas y carteras de la mamá, que fueron los que terminó luciendo la mismísima Vicky Hernández en la serie”.
A pesar de que siempre ha escuchado que el diseño de modas y el de vestuario de televisión son incompatibles, Diego Guarnizo se las ha ingeniado para posicionar su propia marca, con la que ha vestido a famosas como María José Pizarro, para quien creó la chaqueta que tenía tejido el rostro de su padre; el vestido de María Cecilia Botero en los Óscar, y los trajes de las hijas del presidente Gustavo Petro, Sofía y Antonella, el día de su posesión.
“Me gusta que mis creaciones reflejen la esencia de las mujeres que los lucen. Tal como lo he hecho a lo largo de los años, con tantos y tantos personajes de televisión”.