En los 20 años que lleva estudiando el cerebro, el neurocientífico Matthew Walker nunca imaginó que en lugar de prescribir píldoras para gente enferma de insomnio tuviera que publicar un libro para gente sana que no quiere dormir porque prefiere hacer otras cosas. “Estamos ante una epidemia catastrófica de falta de sueño”, y las consecuencias de ello son tan graves que incluso los gobiernos debían tomar cartas en el asunto. “Ningún aspecto de nuestra biología queda sin afectarse por la falta de sueño y aun así nadie está haciendo algo al respecto”.Walker escribió el libro Why We Sleep motivado por los hallazgos de estos años al frente del Centro de la Ciencia del Sueño de la Universidad de California, en Berkeley. Pero también por el dramático declive en las horas que un individuo moderno duerme debido a la electrificación de la noche, pues la luz es la gran saboteadora de las plácidas noches de sueño, y a que se perdió el límite de cuándo empezar y terminar el día. “Nadie quiere ceder su tiempo con la familia ni con el entretenimiento y por eso le roban tiempo al sueño”.Le sugerimos: Dormir bien para vivir mejorWalker ha aprendido cosas tan relevantes sobre la importancia de esas ocho horas que tomó la decisión de darse esa oportunidad cada noche. “Es algo que no negocio”, dijo en una entrevista con el diario inglés The Guardian. Ahora quiere que otros tomen su ejemplo y sientan después de leerlo que el sueño es sagrado, porque a menos horas de sueño, más enfermedad y menos energía para afrontar el día. Un adulto que acostumbre dormir apenas 6,75 horas cada noche vivirá solo hasta los 65 años, dice.Muchos estudios comprueban lo anterior. Se sabe que los mayores de 45 años que reportan menos de 6 horas de sueño tienen una probabilidad de infarto o derrame 200 por ciento mayor que quienes duermen entre 7 y 8 horas, debido a que el sueño regula la presión arterial. Dormir menos de 7 horas afecta los niveles de azúcar. En experimentos, las células de los que no duermen se vuelven menos sensibles a la insulina y, por lo tanto, hay más riesgo de hiperglicemia, un estadio prediabético. Además, hace más susceptible al individuo a ganar peso porque no dormir disminuye la leptina, hormona que envía al cerebro las señales de saciedad, al tiempo que incrementa la de ghrelina, que manda señales de hambre.Le recomendamos: La cura para el insomnioEl sueño también regula el sistema inmune. Por eso no dormir bien predispone a la gripa. Pero más preocupante aún es que el sistema inmune se encarga de luchar contra las células cancerosas y hay evidencia de que quienes tienen trabajos que afectan su ritmo circadiano (de sueño y vigilia) están en mayor riesgo de desarrollar tumores en el seno, próstata, endometrio y colon. También está asociado a la aparición de alzhéimer porque el sueño reparador sirve para limpiar las placas amiloides que causan el mal. Walker dedica gran espacio de su libro a hablar sobre la importancia del sueño para la salud mental. Sus estudios muestran que la amígdala, la región cerebral que controla la rabia y la ira, se amplifica 60 por ciento en quienes no duermen bien. En niños, este problema está asociado a agresión y a matoneo, y en adolescentes a pensamientos suicidas y a adicción.Puede leer: Smartphones: una peligrosa adicciónRecomienda irse a dormir sin falta, pues tras 19 horas despierto, el cerebro está tan impedido cognitivamente como si estuviera borracho. Walker recomienda pensar en el sueño como un trabajo, y por eso no solo se debe poner alarma para despertarse, sino también para acostarse. No aconseja tomar pastillas para dormir y sugiere tomar medidas como postergar la entrada de los niños ante la evidencia de que dormir bien mejora el desempeño escolar. Lo mismo debe hacerse en el trabajo para fomentar la productividad. Por último, hay que sacar todos los aparatos digitales del cuarto, aunque Walker cree que la tecnología será clave para cuantificar el sueño y eventualmente para superar esta epidemia.