En la era de los padres helicóptero, en la que muchos intentan ayudar a sus hijos a sobresalir a toda costa, es normal ver a pequeños de 6 o 7 años asistir a clases intensivas de piano, fútbol o canto. Este método de crianza se basa en la idea de que todo aquel que quiera desarrollar una habilidad extraordinaria debe comenzar pronto, concentrarse en ello y acumular tantas horas de práctica como sea posible. Casos como el del genio futbolero Lionel Messi parecerían demostrarlo. A los 5 años empezó a practicar y a los 8 ya integraba las divisiones inferiores del club rosarino Newell’s Old Boys. Para muchos padres, este enfoque es la fórmula más efectiva del éxito y, en el caso de Messi, dio resultado. Pero en su nuevo libro, Range, el investigador David Epstein dice que los progenitores deberían darles a sus hijos la libertad de experimentar en muchos campos. Cuando los padres presionan demasiado, no dejan que los niños exploren Exigirle desde tan temprano a un chico ser talentoso en un tema puede tener efectos contraproducentes, como limitar su creatividad, evitar que desarrolle habilidades desconocidas o, en el peor de los casos, impedirle vivir satisfactoriamente. “Un niño que estudia sobre medicina por presión sufre una tortura; un niño que juega tenis por presión sufre una tortura. Cuando los padres presionan demasiado, no dejan que los niños exploren”, dice Julián de Zubiría, director del Instituto Merani en Bogotá. Las historias de muchas estrellas infantiles que hoy llevan vidas frustrantes reflejan cómo obsesionarse con un ideal puede convertirse en un calvario. Andre Agassi, por ejemplo, siempre se quejó amargamente porque su padre lo presionó mucho para seguir una carrera de tenista profesional. Para el autor, Messi, Mozart o Einstein son genios necesarios, pero también una excepción a la regla. Nada garantiza que una educación enfocada en un solo tema lleve al éxito. En cambio, cuando los niños tienen más posibilidades de explorar, aumentan sus opciones. Para demostrarlo, Epstein cita en su libro trabajos que han evidenciado que abandonar algo aburrido y pasar a algo que es más gratificante hace más felices a las personas. Lea también: 5 consejos para ser un mejor padre  Por eso reúne la historia de decenas de atletas, artistas, músicos, inventores y científicos exitosos que recibieron una educación flexible y universal en la infancia, lo cual resultó clave en la adultez. Para no ir muy lejos, Epstein relata el caso de Roger Federer. El tenista suizo practicó varios deportes en su infancia, pero sus padres nunca lo forzaron a hacerlo. En su niñez, no solo aprendió tenis, sino que incursionó en la natación, el esquí, el baloncesto, la lucha libre, el voleibol y el tenis de mesa. Cuando decidió que quería dedicarse al tenis profesional, sus padres le advirtieron que no lo tomara tan serio. Años más tarde, el suizo agradeció las horas que pasó practicando estos deportes alternos, pues gracias a eso desarrolló sus extraordinarias habilidades atléticas y de coordinación.

Foto: El libro, basado en estudios científicos, muestra cómo quienes reciben en la infancia una educación universal triunfan en un mundo especializado. Si bien probar cosas diferentes puede parecer una pérdida de tiempo, para Epstein experimentar permite maximizar el grado de adaptación de una persona y poner a prueba sus habilidades. Es una inversión a largo plazo. La tesis va en contra de la sabiduría popular de los padres, pero no es descabellada. Más bien resulta similar a la filosofía que profesaban los individuos del Renacimiento: formarse en todos los saberes, tener un conocimiento holístico, para así poder desarrollarse completamente. De hecho, a esa misma conclusión llegó Walter Isaacson, el famoso biógrafo de genios como Leonardo da Vinci, Benjamin Franklin o Steve Jobs. El autor en varias ocasiones ha dicho que hoy no existen mentes tan brillantes como la del genio italiano, porque el ingenio se ha vuelto más especializado y colaborativo. “Muchas personas que trabajan juntas pueden ser más creativas e ingeniosas que una sola. Pero hace falta que cada una aprenda a conectar el arte con la ciencia, las humanidades con la ingeniería...”, dice. Para Isaacson, no hay que preocuparse tanto por especializarse. “Steve Jobs fue así y por eso Leonardo da Vinci fue su héroe”, agrega. El joven renacentista acabó por convertirse en una de las mentes más brillantes de la historia, precisamente por la libertad que tuvo para darles rienda suelta a la experimentación y el conocimiento. Y lo logró, al menos en parte, porque no tuvo que seguir una educación formal. Epstein coincide con Isaacson en este punto. Recibir una educación universal enciende un bombillo para ser más creativo, ágil y capaz de hacer conexiones originales. Ciertamente la especialización sirve, pero no la buscada demasiado temprano. “La primera refuerza, mientras que la segunda limita al joven y no le deja ver las posibilidades que con una formación distinta podría haber descubierto”, dice Ignacio Mantilla, exrector de la Universidad Nacional. El escritor reconoce que aquellos que reciben una educación flexible a menudo tardan más en encontrar su camino. Para Mantilla, formarse en los conocimientos básicos de las ciencias resulta crucial para que más adelante un joven pueda desempeñarse con agilidad en múltiples campos. “Siempre he dicho que hay que preparar a los estudiantes para resolver los problemas que todavía no se han formulado, y eso solo puede lograrse con la universalidad”, dice Mantilla. La realidad, sin embargo, es muy diferente. Aunque hoy la educación ofrece una amplia gama de materias, “está enfocada en lo específico, en lo académico, y poco se interesa por forjar buenos ciudadanos”, dice De Zubiría. Para él, de nada sirve graduar médicos hiperespecializados si tienen poca resistencia a la frustración, o son malas personas. “Esa postura es equivocada”, agrega. Epstein también sugiere a las universidades y a los colegios desalentar la especialización temprana y enseñar a los jóvenes a manipular y utilizar los datos, sobre todo ahora que las computadoras comienzan a dominar cada vez más las habilidades de los humanos. “Las personas que piensan ampliamente y abrazan experiencias y perspectivas diversas tendrán más posibilidades de prosperar”, explica. En contexto: La crianza sin palmadas ni cinturón  El escritor reconoce que aquellos que reciben una educación flexible a menudo tardan más en encontrar su camino. Sin embargo, dice que están más preparados para destacarse en escenarios más complejos e impredecibles. Una investigación que cita en su libro muestra, por ejemplo, que los fundadores de nuevas empresas exitosas tienen una edad promedio de 46 años. Esto muestra que aunque se exige a los jóvenes escoger muy pronto su profesión, no hay que temer a probar cosas diferentes hasta encontrar la adecuada. Epstein llega a conclusiones claras: dejen que los niños descubran por sí mismos y que renuncien a lo que no les apasiona, pues así podrán dedicarse a perseguir algo más grande. Lo mejor que pueden hacer es brindarles múltiples opciones. “Así este en clase de guitarra, ojalá pueda aprender violín, ciencia, basquetbol o ‘ping pong’, porque todo eso hace parte del encanto de la vida”, dice De Zubiría. Y aunque la flexibilidad no garantiza a los padres que criarán un Da Vinci, ellos tampoco deberían conformarse con sobresalir en una sola materia.