Una de las imágenes que marcaron el encuentro entre el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo estadounidense Joe Biden en Ginebra fue su apretón de manos, tanto por su dimensión diplomática como sanitaria.
Unos días antes, los invitados del G7 en Cornualles, entre ellos Biden, se habían saludado chocando codo con codo.
Las restricciones impuestas por el covid-19 fueron levantadas en casi todo Estados Unidos, las recomendaciones sanitarias son menos estrictas, no hay órdenes específicas en las empresas y cada uno maneja a su manera los contactos físicos.
Jesse Green, un técnico en telefonía de Nueva York, se niega aún a estrechar la mano de sus clientes, y limita el gesto a las personas conocidas que sabe que se han vacunado.
“Con la pandemia las personas se tornaron más conscientes de lo que hacen con las manos”, dijo.
Cada vez más empresas y oficinas gubernamentales locales utilizan ahora un brazalete de color para permitir a los empleados, clientes o visitantes señalar su grado de apertura al contacto: rojo, amarillo o verde, del nivel más desconfiado al más cómodo.
Abogado sexagenario, William Martin ya no estrecha más la mano de nadie, estén o no vacunados. Y seguirá así “hasta que sea seguro” hacerlo, afirmó, dando a entender que podrían pasar años.
El abrazo, frecuente entre los estadounidenses, es menos practicado actualmente, y menos aún el beso, que nunca prendió en Estados Unidos.
“Regresar a las costumbres anteriores no cambiará las tasas de infección”, estima sin embargo Jack Caravanos, profesor de salud pública en la Universidad de Nueva York (NYU), que recuerda que según investigaciones el virus no se transmite mayormente por el contacto físico.
“Dicho eso, sabemos que el resfrío, la gripe y varias otras infecciones circulan por el contacto”, dijo. “Así que eliminar el apretón de manos tendría pese a todo un impacto positivo desde un punto de vista de salud pública”.
Confianza en el otro
Muchos consideran al apretón de manos como un riesgo sanitario.
“Pienso que no deberíamos nunca estrecharnos las manos, para ser honesto con ustedes”, dijo el experto en inmunología Anthony Fauci, consejero de la Casa Blanca para la pandemia, en abril de 2020.
“Siempre hay gente con fobia a los gérmenes, que no quieren tocar a las personas porque ven el contagio en todos lados”, sostiene Allen Furr, profesor de sociología en la Universidad de Auburn. “Podríamos tener más” gente así luego de la pandemia, añadió.
La desconfianza podría incluso ser moneda común entre los muy jóvenes. “Son años en los cuales los niños se forman”, explica Andy McCorkle, auxiliar de enfermería de 33 años. “Tengo la impresión de que esto va a fijar psicológicamente la necesidad de mantener la distancia”.
Estrechar la mano “es un ritual” que los adultos enseñan a los niños, señala Allen Furr. Pero tras 16 meses traumatizantes, la transmisión de esta tradición puede ser cuestionada.
Al efecto covid se agrega una tendencia de fondo de intercambios menos formales que ya afectaba al apretón de manos, señala el sociólogo.
La pandemia trajo los saludos codo con codo, puño con puño, “namasté” al modo indio (uniendo ambas palmas de las manos)... ¿Enterrarán al viejo apretón de manos?
“Perderíamos mucho” si lo abandonamos, opina Patricia Napier-Fitzpatrick, fundadora de la Escuela de Etiqueta de Nueva York.
Desde hace siglos con ese gesto “uno muestra que tiene confianza en el otro”, destacó.
Además “uno comprende mucho de alguien con su apretón de manos”, dijo la profesora, para quien el gesto permite “decodificar su lenguaje corporal”.
Progresivamente, algunos como Richard Vaughn, obrero de la construcción en Nueva York, con fobia a los gérmenes pero tranquilo gracias a su gel hidroalcohólico, recuperan la vieja costumbre.
En Estados Unidos, donde la pandemia alimentó la polarización, estrechar la mano también “se ha tornado en algo político”, una señal de desafío de las restricciones sanitarias, observa el auxiliar de enfermería McCorkle.
“Pienso que seguiremos estrechándonos las manos, pero habrá más tolerancia hacia aquellos que no se sienten cómodos haciéndolo. Es un ritual demasiado importante en nuestra cultura”, concluyó Furr.
Por Thomas Urbain
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