William Contreras López tenía 31 años cuando abrió el cerebro de una persona para introducir un pequeño dispositivo que le cambiaría la vida. Se trataba de un hombre diagnosticado con párkinson. Al paciente, de 65 años, le temblaban los brazos y las piernas constantemente, no dormía bien, no caminaba con normalidad y los medicamentos eran insuficientes para tratar su condición. Entonces, ¿cuál era la solución? Para el neurocirujano era una tarea relativamente sencilla: debía insertar un chip en el cerebro de su paciente que, manejado con una especie de control remoto, puede regular ese tipo de funciones.
En teoría, el procedimiento se conoce como estimulación cerebral profunda y ese dispositivo que introduce recibe el nombre de electrodo. La estimulación cerebral profunda implica la implantación de electrodos en áreas específicas del cerebro. Estos aparatos envían impulsos eléctricos suaves a regiones cerebrales específicas con el objetivo de modular la actividad neuronal y tratar ciertas condiciones médicas.
En palabras más sencillas, el cerebro funciona como un conjunto de circuitos interconectados entre sí que envían señales a diferentes partes del cuerpo. Cuando una persona es diagnosticada con alguna enfermedad neurodegenerativa, esas señales registran anomalías. En ese sentido, los electrodos intentan normalizar tales afecciones.
“Nosotros somos actividad eléctrica. Nuestro cerebro gasta el 20 por ciento de la energía que consumimos en los alimentos para conectar información, como si fuera un computador, a través de circuitos. Esos circuitos deben tener un determinado voltaje. Si ese voltaje se pasa, quiere decir que un circuito está disparando mucho y el paciente puede tener una convulsión, o una tristeza, una agresividad o un temblor”, explica William Contreras, neurocirujano funcional e investigador colombiano.
Antes de someterse a este tipo de intervención quirúrgica, un grupo de especialistas evalúa las características del paciente para concretar y definir si necesita ser operado. De ser así, el día de la cirugía la persona es ingresada a la sala de tomografía y comienza la acción. Para empezar, al paciente se le pone un aparato en la cabeza conocido como marco de estereotaxia, que permite registrar imágenes del cerebro.
“Con este instrumento, yo le hago una tomografía al paciente y eso me crea un plano cartesiano. Me da las coordenadas respecto al cerebro y con eso yo sé en dónde voy a insertar el electrodo. Selecciono muy bien para no pasar por una arteria o una estructura importante que pueda dañar”, dice Contreras. Durante la cirugía, al paciente se le produce una abertura en el cráneo de 4 a 6 milímetros y se le inserta el dispositivo. “El electrodo tiene en la punta unos contactos metálicos que pasan corriente. Y esa corriente estimula un circuito del cerebro”.
Contreras ha insertado hasta cuatro electrodos. Esos aparatos quedan dentro de los pacientes toda la vida. Mientras está operando, prefiere que ellos estén despiertos. “Se utiliza anestesia local en el cráneo. Pero la persona está despierta. Así, por ejemplo, yo me doy cuenta cuando deja de temblar al colocar el electrodo”.
Posterior a la cirugía, la persona acude al especialista regularmente en periodos de tres a seis meses. Durante la cita, el médico ajusta el dispositivo ubicado en el cerebro. Con un computador y un control remoto, a través de bluetooth, manipula el electrodo y regula la cantidad de energía que transmite. “Yo dejo el electrodo puesto con una batería que controla la corriente y puedo programar la batería como si usted programara un televisor”.
Los candidatos que se someten a una estimulación cerebral profunda generalmente son personas que han experimentado síntomas severos o discapacitantes a pesar de haber probado con medicamentos u otros tratamientos convencionales. Participan en una evaluación exhaustiva de un equipo médico multidisciplinario, que incluye neurólogos, neurocirujanos y otros especialistas, para determinar si son candidatos adecuados para este procedimiento. Se consideran varios factores, como la gravedad de los síntomas, la salud general del paciente, la capacidad de tolerar la cirugía y el compromiso del paciente con el proceso de seguimiento y ajuste posoperatorio.
Por añadidura, los avances de la ciencia en la medicina han puesto de manifiesto otras perspectivas. “El tema es el siguiente: empieza a aparecer una cosa que se llama neuroestética. O sea, ponerle electrodos a una persona sana que busca tener, por ejemplo, una mejor memoria. Eso tiene unas implicaciones éticas y morales. Yo creo que vamos para allá. Eso es lo que está proponiendo Elon Musk (el dueño de X, antes Twitter)”, anotó Contreras, haciendo énfasis en que, si bien el procedimiento es seguro y no deriva en consecuencias negativas, no es recomendable que personas sanas se practiquen una cirugía de tal magnitud.
Este neurocirujano lleva más de 20 años insertando electrodos en cerebros de pacientes con diagnósticos severos: “Gente con párkinson que puede caminar mejor. A un paciente que estaba caminando muy mal, con mucha rigidez, muy lento, le coloco un electrodo y camina mejor”.
Contreras nació en Bucaramanga. Trabajó en trasplante neuronal en humanos con la enfermedad de Huntington en Friburgo, Alemania. Es coautor del descubrimiento de seis moléculas potencialmente neuroprotectoras para párkinson. Actualmente, es presidente del capítulo Colombia de la International Neuromodulation Society. Trabaja en estimulación cerebral y medular invasiva.
También realiza microdiálisis cerebral y estimulación cerebral profunda, así como lesiones en circuitos emocionales para el tratamiento de trastornos del comportamiento refractarios al manejo farmacológico.