La alimentación saludable cada vez se ha convertido en una prioridad más recurrente en las listas de cosas por hacer de millones de personas en el mundo. Aunque en su momento el foco estaba en temas como vestir ropa fina o comer en buenos restaurantes cualquier cosa, ya muchos son más conscientes con lo que consumen.
Pensando en su organismo, la mayoría actualmente sí escuchan a los nutricionistas, entrenadores personales u otra clase de expertos, quienes han dado prioridad a lo natural, muy por encima de los tratamientos farmacológicos o los elementos con influencia de químicos.
De hecho, la Organización Mundial de la Salud afirma que “llevar una dieta sana a lo largo de la vida ayuda a prevenir la malnutrición en todas sus formas, así como diferentes enfermedades no transmisibles y trastornos. Sin embargo, el aumento de la producción de alimentos procesados, la rápida urbanización y el cambio en los estilos de vida han dado lugar a un cambio en los hábitos alimentarios.
Actualmente, las personas consumen más alimentos hipercalóricos, grasas, azúcares libres y sal/sodio; por otra parte, muchas personas no comen suficientes frutas, verduras y fibra dietética, como por ejemplo cereales integrales”.
Y es que ya dando detalles sobre la composición de lo que anterior determina, el organismo internacional comenta que “la composición exacta de una alimentación variada, equilibrada y saludable estará determinada por las características de cada persona (edad, sexo, hábitos de vida y grado de actividad física), el contexto cultural, los alimentos disponibles en el lugar y los hábitos alimentarios. No obstante, los principios básicos de la alimentación saludable siguen siendo los mismos”.
En ese sentido, una de las bases de una buena alimentación es la inclusión de los productos conocidos como “superalimentos”, los cuales son de origen animal o vegetal y tienen concentraciones mayores de nutrientes, en comparación con el resto.
La revista CuerpoMente los define como que “en general, son alimentos exóticos que la mayoría del público no conoce o está poco familiarizado con ellos. A menudo son semillas, bayas o productos desecados y en forma de polvo que se añaden en pequeñas cantidades a batidos, zumos, ensaladas o cualquier receta para mejorar su aporte nutricional y sus beneficios para la salud”.
No en tanto, también pueden ser derivados cárnicos. De hecho, uno de los claros ejemplos son las sardinas. Estos son pescados de bajo costo en el mercado y conseguidos con facilidad en la sección de enlatados.
Entre sus componentes están las vitaminas B12, B6, A, D, E, el Omega 3, el magnesio, el fósforo, el calcio, el hierro y el yodo. Además, son una rica fuente de proteínas.
Cabe mencionar que por los altos niveles en los nutrientes mencionados anteriormente se convierten en ayuda para el desarrollo muscular. Asimismo, la vitamina B3 aporta a la reducción del colesterol malo, como el riesgo de artritis.
Mientras tanto, la vitamina B12 aporta sustancias químicas que regulan el funcionamiento cerebral, disminuyendo el riesgo de depresión. Por su parte, la vitamina D fortalece el sistema inmune y el alto contenido de calcio mejora la calidad de los huesos, incluyendo los dientes. Ese mismo efecto se logra a través de su riqueza en fósforo.
Ya en cuanto al funcionamiento cardiovascular, se convierte en un gran aliado al corazón por sus componentes grasos de Omega 3. Sus efectos antiinflamatorios y anticoagulantes también inciden en el combate con la diabetes, al mismo tiempo que se reducen el colesterol y los triglicéridos.
Finalmente, cabe mencionar que las propiedades antiinflamatorias que tienen las sardinas también aportan en la recuperación del estómago, debido a los ácidos que posee el Omega 3, lo que hace que se corte la grasa y otras sustancias que puedan afectar la digestión.