Quisiera ser el aire, que llena el ancho espacio,Quisiera ser el huerto, que esparce suave olor,Quisiera ser la nube, de nieve y de topacio,Quisiera tener cánticos de dulce trovador. Y así mi triste vida, pasara lisonjera,Cambiando mis dolores, por férvida pasión,Sultán siendo querido, de Hurí tan hechicera,Quitarme la vida por darte el corazón… La primera vez que Jorge tocó violín en un entierro, fue en el de su propio abuelo. De música litúrgica, poco sabía, pero organizó un repertorio de canciones para acompañar las exequias hasta la entrega final del cuerpo en un cementerio de Medellín. Don Tomás, su abuelo, adoraba ese pasillo colombiano del dueto Garzón y Collazos que habla sobre el Hurí, una figura mítica del Corán que acompaña a los creyentes durante su paso a la muerte. Era el mejor homenaje que podía hacerle: Jorge aprendió a tocar violín desde los cinco años, ingreso a la Fundación Batuta y luego pasó gran parte de su adolescencia recibiendo lecciones en la academia Cuarto de Tono. La música era su manera de transmitir lo que sentía. Eso sucedió el 10 de julio de 2016. “La muerte no da tiempo para prepararse –dice hoy, cuatro años después, a sus 25 años–y más cuando a quien se sepulta es tu propio abuelo".
Pasar por el dolor en carne propia y, al tiempo conservar la compostura para seguir tocando, fue difícil. Pero también descubrió que crear un "colchón musical" –como él lo llama– puede aliviar el alma en los peores momentos. Después de ese episodio, Jorge regresó a su natal Bogotá y, como si se tratara de una señal, un colega lo contactó para trabajar en la funeraria Capillas de la Fe. Jorge hace parte de un grupo de veinte músicos que componen un equipo de acompañamiento dedicado a dar serenatas de recuerdo y tocar melodías en las salas de velación y los cementerios. Jorge asiste a cuatro o cinco exequias por día, pero explica que cuando se trata de ir a los campos santos, sobre todo en época de pandemia, la intervención dura máximo quince minutos y puede llegar a hacer hasta diez presentaciones en su jornada laboral. Trabaja de domingo a domingo, con un solo día de descanso.
Jorge se dedica desde 2016 a brindar apoyo musical a las familias durante las exequias. El coronavirus no es impedimento para su labor y por eso guarda distancia con los dolientes y usa traje de bioseguridad para protegerse. Foto: Esteban Vega La Rotta / SEMANA. Jorge, por lo general, no trabaja en solitario. Siempre, junto a él, hay un diácono que asiste a la ceremonia y aprovecha las pausas para hacer una oración por el difunto. Ahora a ambos les toca permanecer en la entrada de los cementerios y mantener, claro está, la distancia y los debidos protocolos de bioseguridad que existen para despedir a una persona, sobre todo cuando la ciudad registra entre tres mil y cuatro mil contagios de coronavirus al día. Mientras se lleva a cabo la ceremonia, los dolientes se resignan a escuchar las palabras de aliento. Y, a la par, Jorge desliza el arco de su violín contra las cuerdas para transmitir un mensaje de tranquilidad y paz a las familias. Usar guantes es inviable. Por principio básico, quien toca este instrumento debe ubicar los dedos de la mano izquierda sobre las cuerdas para que suenen los acordes, así que aunque él está cubierto de pies a cabeza con un traje antifluidos, un tapabocas y una careta para el rostro, sus manos están libres.
"¿Por qué Dios se lo llevó?". "¿Por qué estuvieron tres meses, un año y no toda la vida?". Esas son preguntas que él ha escuchado casi a diario desde que comenzó a trabajar para la funeraria. Ha aprendido que la fuerza y la empatía son las mejores cualidades para acercarse a quienes lloran la pérdida y lanzan culpas a vivos y muertos por lo que ha sucedido. Como cada quien tiene sus creencias, no juzgar la actitud de los dolientes es una de sus principales consignas. No todos ven la religión y la música como refugio para sanar, pero Jorge ha sido testigo que la mayoría de veces quienes reniegan del servicio son quienes más lo necesitan. “Decir que no me afecta es imposible. Hay que ser muy empático con ellos, saber el dolor que están sufriendo porque si no, no puedes ayudarlos”. Canciones como ‘Los Caminos de la vida‘, ‘Mi viejo‘ y ‘Mi querido cascarrabias‘ también entran a veces en el repertorio musical, pero la situación cambia cuando el orden natural de la vida se altera y quien fallece es un niño de días o meses de nacido. En esos momentos, Jorge afronta un dilema interno que al mismo tiempo le ha servido para asumir la siguiente lección: “Aprendí a entender que la muerte puede llegar en cualquier momento y que siempre dejamos una enseñanza. Vinimos por alguna razón a la vida y esta puede durar varios años o unos meses”, afirma.
Este bogotano ha intentado en dos oportunidades terminar una carrera universitaria, pero por temas económicos no ha podido culminar. Le gustaría intentarlo de nuevo, pero, como dice, "toca con calma, ya veremos qué depara el futuro". Foto: Esteban Vega La Rotta / SEMANA. En ocasiones, Jorge también ha coincidido con familias que enterraron hace varios meses a uno de sus integrantes y después, en la misa conmemorativa, le cuentan cómo se han fortalecido a partir de esa experiencia. Incluso, le han agradecido por hacer del acompañamiento musical un momento especial que les permitió recordar de otra forma a ese ser que ya no está.
¿Y qué piensa él de la muerte? No lo atormenta, pese a estar cerca de ella toda la semana. Por el contrario, su labor lo hace más consciente de la vida, trata de aprovecharla al máximo junto a su madre y espera una tercera oportunidad para culminar su carrera universitaria. La economía no se lo ha permitido, pero está a la espera de qué le depara el futuro. “En este trabajo aprendemos a observar que le damos mucha importancia a cosas que no lo son y cuando una persona se va, nada material se lleva, solo los recuerdos compartidos”.