Si hay alguien que puede ‘dar fe’, literalmente, de que no hay que temerles a los nuevos comienzos es Alberto Linero, un samario que hace cuatro años decidió colgar la sotana y dejar su vida como sacerdote. Sigue siendo el mismo hombre desparpajado que muchos conocieron en los púlpitos. Pero ahora lo hace de civil, hablando sin tapujos de la felicidad de sentirse amado por una pareja y “disfrutando sin culpa de los placeres”.

Con 25 libros publicados y una notoria carrera en medios, Linero les presentó a sus seguidores (acumula millones en redes sociales) un nuevo título, Espiritualidad para humanos, en el que plantea cómo alimentar la espiritualidad y no temerles a los nuevos comienzos. Sin embargo, en esas páginas no habla como “un cura que no estaba feliz”, dice. “Uno de los riesgos que tenía con este libro era, precisamente, que la gente creyera que se trataba de un ejercicio evangelizador. Sigo siendo un hombre creyente y viviendo en comunión con el papa Francisco, no he abandonado mi fe ni mi iglesia, pero creo que debemos hacer un planteamiento espiritual para tomar conciencia de cuál es el propósito en la vida y desarrollar habilidades espirituales”.

¿Cómo lograrlo? Aquí, algunas claves para comenzar de nuevo y no fracasar en el intento.

Ser espirituales

“La espiritualidad consiste en encontrarse con uno mismo. Es tener conciencia de quién soy, sin miedo, amándome tal cual soy. Acoger mi propia realidad le dará sentido a mi vida. Es como verla desde un dron, desde arriba, y no en la inmediatez de las situaciones, y hacer periódicamente un corte de cuentas. Como al cerebro le gusta economizar recursos, busca rutinas. Y si tú no haces permanentemente esas tomas de conciencia, terminas viviendo en automático, lo que lleva a la frustración y al hastío. Diariamente uno debe preguntarse para dónde va esta hilera de días que llaman vida. ¿Estoy realizando mi deseo más profundo? ¿Vivo con gozo y placer? Este ejercicio permite revisar el camino que estamos recorriendo”.

La espiritualidad se alimenta de las vivencias de cada día, del sexo que tenemos, de los libros que leemos, de hablar con la gente que nos ama. Haciendo las cosas que disfruto, teniendo placer, cambiando la calidad de mis pensamientos para que genere emociones positivas y de bienestar. Orando, meditando, leyendo poesía, escuchando música. Haciendo todo lo que nos hace felices”.

Se vale no ser feliz

“La felicidad no es euforia constante. Hay que liberarse de esa creencia, es una esclavitud y un discurso que hace daño porque, cuando no podemos sonreír, creemos que la vida no tiene sentido y nos frustramos. La felicidad no es otra cosa que una vida satisfactoria en la que sintamos que lo que hacemos aporta en el logro de objetivos”.

Tener convicciones

“No dejé el sacerdocio porque no fuera feliz. Hubo relatos institucionales de la Iglesia que ya no me permitían encontrar respuestas positivas a mis preguntas. Y quiero ser honesto siempre. Mi valentía salió del único dogma verdadero: uno solo tiene que realizar sus propias expectativas. Es que uno siempre va a decepcionar a mucha gente. Ciorán decía: ‘Si no tienes a quién decepcionar, la vida no tiene sentido’. No vives para realizar las expectativas de otros, porque, hagas lo que hagas, digas lo que digas, siempre habrá gente que no estará de acuerdo contigo. Hay veces en las que tienes que mandar a todos a la porra y no tener miedo de decepcionarlos”.

Lidiar adversidades

“Los problemas son maestros de vida, no una desgracia, sirven para aprender lecciones y descubrir las fortalezas que tenemos. Hay discursos religiosos que nos hacen pensar en lo que no tenemos, en el pecado. Pero la verdadera espiritualidad te hace consciente de tus herramientas personales”.