Hace unos años, el escritor estadounidense Robert An-thony Siegel le pidió a su amigo John Kelley que le diseñara unas píldoras personalizadas para acabar con su calvario: bloqueos de escritor crónico, ataques de pánico y, sobre todo, un terrible insomnio que lo había acompañado durante toda su vida. Pero las grageas que ordenó no eran en realidad medicamentos, sino placebos, es decir, pastillas que, aunque parecen cualquiera de las que receta un médico, están hechas de azúcar, arroz o cualquier otro ingrediente. No tienen fármaco o principio activo alguno. En el consultorio, Kelley le hizo preguntas curiosas. Por ejemplo, con cuál color asociaba la escritura, a lo que Siegel respondió amarillo. También le habló de la forma, el tamaño, la dosis y las horas en las que debía tomarla si quería evitar el bloqueo a la hora de escribir. Semanas después, el novelista recibió un recipiente de píldoras amarillas que le costaron 405 dólares y una hoja detallada de instrucciones sobre cómo debía tomarlas. Juntos las leyeron en voz alta y, como lo indicó su médico, Siegel tomó religiosamente una pastilla dos horas antes de escribir. Al mes reportó sorprendido que la píldora lo calmaba. Ambos sabían lo que hacían. Estudios científicos han establecido que todo este ritual desencadena el efecto placebo: el color del medicamento, pagar más por la pastilla –porque da la idea falsa de que es mejor–, sentir el interés del cuidador y hasta ver una persona con una bata de laboratorio. Todo esto, aunque suene a locura, provoca respuestas fisiológicas reales, desde cambios en la frecuencia cardiaca y la presión arterial hasta actividad química en el cerebro, especialmente en casos de dolor, depresión, ansiedad y fatiga. Le sugerimos:El estrés y el cerebro A pesar de ello, el tema no ha ganado reconocimiento en la práctica clínica, entre otras cosas, porque los médicos consideran poco ético recetar placebos, ya que tendrían que mentirles a los pacientes. Sin embargo, Ted Kaptchuk, colega de Kelley y fundador del Programa en Estudios del Placebo de Harvard, el primero en el mundo dedicado a investigar este tema, está demostrando con sus investigaciones que estos efectos no son solo imaginarios, como se suponía, sino que tienen bases bioquímicas comprobables. En su hallazgo más reciente, presentado en el último congreso mundial del placebo en Leiden, Holanda, encontró que “una enzima cerebral conocida como COMT estaría vinculada a las personas que responden bien o no a los placebos, e incluso ese COMT permitirá llevarnos a un gen específico que lo produce”, dijo Kathryn Hall, bióloga molecular y coautora del trabajo, al diario The New York Times. Lo comprobaron gracias a una nueva tecnología de imágenes de resonancia magnética funcional, que permite mapear la actividad cerebral al detectar pequeños cambios en el flujo sanguíneo. Gracias a este método, el programa de Harvard ha descubierto que los placebos activan neuroquímicos, como endorfinas y dopamina, y activan áreas del cerebro asociadas con la analgesia y otras formas de alivio sintomático. “Es exactamente el mismo mecanismo biológico que usan los fármacos potentes como la morfina”, explica a SEMANA Jo Marchant, periodista científica y autora del libro Cúrate, quien ha dedicado años a investigar los placebos y los beneficios de la medicina alternativa. muchos de los fármacos que hoy funcionan deben un 50 por ciento de su eficacia al efecto placebo Este gran avance para explicar el misterio permitiría a los médicos usar estos recursos. Aunque todavía se necesitan más estudios, los expertos buscan otras moléculas que puedan conformar una teoría sólida sobre el placebo. Ello, además, abriría una puerta para que la industria farmacéutica diseñe productos que controlen ese proceso en el organismo y ayuden a aliviar el dolor y otras afecciones. No obstante, el propio Kaptchuk señala los límites: por tener una base genética, las personas reaccionan en forma diferente al placebo y eso dificultaría que funcione de manera universal. Sería necesario diseñar pastillas o tratamientos placebos personalizados como el que le hicieron a Siegel. En estudios anteriores, Kap-tchuk incluso demostró que muchos de los fármacos que hoy funcionan deben un 50 por ciento de su eficacia al efecto placebo. En uno de sus estudios publicado en la revista Science en 2014, el experto reclutó a 66 pacientes de migraña y encontró que un calmante tuvo mayores beneficios cuando les informaron a que iban a tomar una droga muy efectiva. Concluyó que si los médicos entregan a sus pacientes un mensaje optimista y detallado sobre la droga, pero nunca engañoso, los resultados mejoran. No solo Kaptchuk ha defendido esta postura. Marchant afirma que aunque la mente no tiene un poder milagroso para curar las enfermedades, los pensamientos, las emociones y creencias afectan la fisiología e influyen en los síntomas que experimentan las personas, por ejemplo, en temas como el dolor, la fatiga y las náuseas y la progresión física de la enfermedad. Después de entrevistar a muchos investigadores, médicos y pacientes para conocer cómo el estado mental influye en la salud física, comprobó que en algunos casos “los placebos incluso funcionan mejor que las drogas”. Según la experta, los pacientes de Parkinson que responden al placebo reciben en su cerebro la misma liberación de dopamina que cuando toman su medicamento real. Y en estudios clínicos los científicos han descubierto que un placebo tiene un mejor efecto para el dolor de espalda que el tratamiento convencional con analgésicos. Puede leer:8 maneras de aumentar su poder mental El epidemiólogo canadiense Jeremy Howick también ha evidenciado estos resultados. Recientemente, diseñó un experimento que presentó en un documental de la BBC, en el que 117 participantes que sufrían dolor lumbar, sin alivio con la medicina convencional, mostraron mejoras significativas. La muestra se dividió en tres grupos: al primero le recetaron medicamentos convencionales y a los otros, placebos. Y cada grupo recibió la atención del médico por tiempos diferentes. Algunos tuvieron 9 minutos, otros 20 y el último más de 40. Además, también variaba el interés del experto por su dolencia. Al analizar los resultados, Howick evidenció que esto tuvo un gran impacto y que la calidad de la atención marcó las diferencias. Aunque pocos discuten la seriedad de estas investigaciones, muchos ponen en duda si sus resultados serán aplicables a la medicina. “Existe un porcentaje de personas que se mejoran solas. Pero es difícil establecer si lo hacen por la evolución de la enfermedad y mejoran espontáneamente o si definitivamente el efecto placebo está haciendo un trabajo adicional a nivel neurobiológico. No hay una explicación tan tangible”, dice Wilson Briceño, farmacólogo clínico en la Universidad de La Sabana. Aunque en esta orilla hay escépticos como Briceño que piensan que el médico siempre deberá usar el mejor medicamento fiable, en la otra están Kaptchuk, Marchant y Howick, cuyos estudios muestran que es posible aprovechar estos efectos honestamente y sin engañar a la gente. “Los estudios nos dicen que nuestro estado mental, en general –sentirse seguro, positivo, cuidado– es crucial para determinar los síntomas que sentimos. Así que por qué no aprovecharlo”, dice Marchant. n La magia del placebo
Los estudios de Kaptchuk han demostrado que las siguientes enfermedades responden a este fenómeno: Migraña: los que tomaron un placebo, a sabiendas o no, tuvieron igual alivio que los que usaron un fármaco. Dolor de espalda: quienes ingirieron placebos dos veces al día, sabiendo que lo eran, informaron más reducción del dolor en comparación con quienes usaron antiinflamatorios u otros analgésicos. Síndrome del intestino irritable: quienes tomaron dos placebos diarios informaron mayor mejoría frente a aquellos que siguieron su tratamiento habitual. En otra investigación, el 44 por ciento de los pacientes que recibieron acupuntura simulada experimentaron alivio. La cifra subió a 62 cuando el terapista fue comprensivo y amable. Cáncer: aquellos que tomaron pastillas de placebo dos veces al día informaron una mejora del nivel de fatiga del 29 por ciento de los pacientes oncológicos, más que el 23 por ciento reportado por los que tomaron medicamentos o trataron su fatiga de otras maneras. Cómo funciona No solo tienen efecto las pastillas, sino las inyecciones, los tratamientos y factores como: El color: las píldoras amarillas son más efectivas para la depresión. El precio: mientras más alto mayor es el efecto. El interés del médico: incluso con solo ver a alguien con la bata blanca mejora la respuesta. Vía de administración: las cápsulas parecen ser más efectivas que las tabletas. Las inyecciones tienen un efecto más duradero que las píldoras. La información detallada: ayuda al paciente a conocer los beneficios del placebo. El efecto placebo Otras investigaciones han mostrado que también sirve en el tratamiento de: Asma Problemas de sueño Menopausia Manejo del dolor Ansiedad