Según el Reporte Anual de Felicidad, publicado el pasado 20 de marzo con motivo del Día Internacional de la Felicidad, Finlandia es el país más feliz del mundo por tercer año consecutivo. El estudio fue realizado en más de 150 países, ubicando a Dinamarca y a Suiza en el segundo y tercer lugar de felicidad, respectivamente, y a Colombia en el escalafón 44. Los índices se obtienen a partir del análisis de variables como: nivel de ingreso, ayudas sociales, generosidad, expectativa de vida, percepción del nivel de corrupción y bienestar de los inmigrantes, entre otras.
Pero, ¿cuál es el secreto para que este país nórdico de cinco millones y medio de habitantes, asolado por largos, oscuros e inclementes inviernos, conserve su posición como el país más feliz del mundo? Es aquí en donde el estrecho lazo que mantengo con esa nación puede arrojar algunas luces. Desde el principio Un primer factor que sin duda aporta al grado de felicidad de este país es que desde los años 30 el estado finlandés protege por igual a las madres gestantes y al bebé, mediante una serie de medidas que van desde el cuidado prenatal hasta la muy famosa caja de cartón aportada por el estado, que hace las veces de cuna, y que contiene todos los implementos necesarios para los primeros meses del bebé. Mi hijo nació en la Clínica de la Mujer en Helsinki, lo que me permitió apreciar la austeridad, igualdad y alta eficacia del sistema de salud pública. El parto es atendido por parteras entrenadas y hay médicos especialistas disponibles de inmediato, en caso de urgencia. Las habitaciones son compartidas y la comida se dispone en forma de buffet en el corredor, que las madres, organizadas en fila, se sirven ellas mismas. Los baños son comunales e impecables.
Una vez en casa, el sistema de seguridad social Kela proporciona gratuitamente la caja de cartón con todos los implementos necesarios y de excelente calidad: colchón, cobijas, pañales, tijeras, cepillos, mamelucos elaborados con fino algodón, toallas y demás enseres necesarios para cuidar del bebé. En restaurantes, parques, sitios públicos y/o bancos hay una cultura de atención y cuidado de niños, para quienes se crean espacios lúdicos, facilitando la labor de los padres. La licencia por maternidad es de cuatro meses y al padre le dan casi dos meses.
En febrero de este año se lanzó una ley que regirá a partir de 2021 y que permite a ambos padres tener los mismos días de licencia laboral pagada por siete meses. Al promover el cuidado de los hijos por sus propios padres, se busca fortalecer el vínculo entre padres e hijos y se impulsa a los hombres a participar activamente en el cuidado del bebé. De hecho, el padre finlandés de mi hijo me enseñó mucho sobre su crianza, en esa primera etapa. La naturaleza es sagrada La compenetración de los finlandeses con la naturaleza es especial. Su relación con los bosques de abedules, pinos y abetos que cubren el 65 por ciento de su superficie, y con sus más de 180.000 lagos, raya con lo sagrado. Para ellos, caminar por sus bosques, recoger bayas, pescar y, sobre todo, pasar unos días en sus cabañas, es equiparable a estar en el paraíso. Este amor hacia la naturaleza se percibe igual en ministros, directores de orquesta, empresarios o el finlandés común. Las cabañas son construidas cerca de algún lago y rústicamente, al punto que algunas hacen uso de letrinas en el bosque. En su mayoría tienen un sauna, palabra originaria del finés, que es una de las tradiciones más arraigadas en este país, donde se calcula la existencia de cerca de tres millones de estos baños.
Y es que eso de tomar un sauna, que puede sonar exótico en otros países, es parte de la hospitalidad finlandesa. Así, es posible que en medio de una visita su anfitrión le pregunte: ¿le gustaría tomar un sauna?, como quien ofrece un café. Si asiente, ellos le proporcionarán toallas y el ramo de abedul con el que debe golpear su cuerpo para estimular la circulación, y no se inmutarán cuando usted salga corriendo a zambullirse en el lago, pues muy posiblemente estarán cocinando la famosa salchicha finlandesa, que forma parte del ritual. La educación ¡y más! Confieso que, al principio, cuando llevaba a mi hijo al prekínder en Helsinki, mi corazón de madre latina protectora se perturbaba al sentirle zafarse de mi mano para salir corriendo a encontrarse con sus amigos. Cuando debía recogerle en la casita que había en el bosque, donde cocinaban galletas, aprendían a coser o pintaban, él no mostraba el menor interés en regresar a casa. Y no es para menos, la educación finlandesa, considerada una de las mejores en el mundo, además de ser gratuita y universal, cuenta con profesores que ostentan muy altos niveles de educación.
Al niño no se le fuerza a madrugar, se le estimula a jugar; no hay tareas y la creatividad es una prioridad en el sistema de enseñanza personalizado que, al no calificar con números, evita la competencia entre alumnos. Por algo será que Finlandia es reconocida también por su amor y comprensión de lectura y que la Biblioteca Central Oddi en Helsinki ganó el premio como Biblioteca pública del año 2019. Si a este rasgo se suma la seguridad de vivir en Finlandia, uno de los países menos corruptos del mundo, cultura que se traduce en sus calles por las que se transita con tranquilidad, sin temor a ser robado, podríamos llegar a entender por qué, ¡otra vez!, Finlandia es el país más feliz del mundo.