Según una nueva investigación publicada en el Journal of Clinical Endocrinology & Metabolism de la Sociedad Endocrina norteamericana. Las personas con estilos de vida sedentarios y conductas de sueño poco saludables podrían desarrollar la enfermedad del hígado graso.
Cabe resaltar que la enfermedad del hígado graso es la principal enfermedad hepática crónica en todo el mundo y afecta a una cuarta parte de la población adulta. Además, este tipo de enfermedad hepática se ve favorecida por trastornos metabólicos como la obesidad y la diabetes de tipo 2.
Incluso, puede progresar hasta convertirse en una enfermedad hepática terminal, lo que supone una importante carga tanto económica como sanitaria para la sociedad.
“Las personas que duermen poco por la noche y hacen una siesta prolongada durante el día tienen el mayor riesgo de desarrollar una enfermedad del hígado graso. Nuestro estudio descubrió que una mejora moderada de la calidad del sueño estaba relacionada con una reducción del 29 % del riesgo de padecer hígado graso”, afirma el doctor Yan Liu, del Laboratorio Provincial Clave de Alimentación, Nutrición y Salud de Guangdong y de la Universidad Sun Yat-sen de Guangzhou (China)
Vitaminas para combatir el hígado graso
Un nuevo estudio realizado bajo la dirección de investigadores de la Universidad de Haifa indicó que las vitaminas E y C actúan como antioxidantes, lo cual ayudan a reducir el proceso de inflamación en el hígado graso.
Cabe resaltar que el hígado graso (no por consumo de alcohol) es la enfermedad hepática más frecuente en el mundo, y la causa principal de la enfermedad crónica del hígado, que padece el 30 % de la población general.
En concreto, se trata de una acumulación de grasa en las células del hígado, que causa procesos inflamatorios y lleva a la fase más avanzada de la enfermedad. Es decir, al hígado graso inflamatorio, y a la formación de cicatrices en ese órgano (fibrosis).
En la mayoría de los casos, la causa de la enfermedad del hígado graso es la obesidad y un estilo de vida poco saludable, así como inactividad física. Además, puede convertirse en una enfermedad hepática más seria, hasta llegar al transplante de hígado, a la cirrosis, e incluso, al cáncer de hígado.
Ahora bien, es una enfermedad que se puede tratar solo mediante un cambio en la alimentación, aun en las fases más avanzadas. Según las investigadoras, una ingesta mayor de vitaminas consiste en una alimentación más sana, basada en los principios de la dieta mediterránea: más verduras, frutas, nueces, almendras y aceite de oliva.
En dicho estudio, las investigadoras Shira Zelber Saguí, catedrática y jefa de Nutrición, Salud y Comportamiento, la doctora Dana Ivankovski-Wacksman, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Haifa, y sus colegas, se propusieron analizar la relación entre la ingesta de vitamina C y E en el desarrollo del hígado graso.
Para el estudio, publicado en la revista Digestive and Liver Disease, participaron 789 hombres y mujeres israelíes de edades que iban de los 40 a los 70 años, de los cuales el 38,7 % había sido diagnosticado con hígado graso. El cálculo de la ingesta de vitaminas se basó en un cuestionario que incluía 117 productos alimentarios habituales en la dieta israelí. Las investigadoras calcularon el contenido de vitaminas en cada comida de acuerdo con el tamaño de la porción.
Del estudio se concluyó que si a la ingesta habitual recomendada se le añaden 15 miligramos de vitamina E y 180 miligramos de vitamina C aproximadamente, disminuye la posibilidad de desarrollar la enfermedad del hígado graso en aproximadamente un 30-40 %.
“Un aumento exagerado de vitaminas como la E y la C, generalmente a través de suplementos dietéticos, puede tener efectos secundarios. Por ello, nosotras recomendamos ingerir esas vitaminas en una dieta equilibrada. La vitamina E se encuentra sobre todo en las nueces, en grasas vegetales y en hojas verdes. Y la vitamina C se encuentra principalmente en verduras como el pimiento rojo, el repollo y el tomate, así como en el melón, la frutilla y los cítricos”, explicaron las investigadoras.
Además, a juicio de las investigadoras, para prevenir la enfermedad del hígado graso cuando no es consecuencia del consumo excesivo de alcohol, es clave un cambio en el estilo de vida.