Normalmente, el hígado contiene algunas cantidades bajas de grasa, pero hay ocasiones en que la misma se acumula generando complicaciones de salud. Cuando esta sustancia eleva sus niveles ocasiona una enfermedad afección llamada esteatosis hepática o más conocida como el hígado graso.

Este órgano es clave para el buen funcionamiento del organismo, debido a que cumple tareas como digerir los alimentos, almacenar energía y eliminar las toxinas. Según el portal Healthline, demasiada grasa en el hígado causa inflamación, que puede dañarlo y crear cicatrices.

La biblioteca médica MedlinePlus, de Estados Unidos, asegura que por ahora no hay medicamentos aprobados que permitan tratar el problema y la evidencia científica sugiere que ciertas afecciones de salud, los genes, la dieta y el aparato digestivo podrían hacer a la persona más propensa a desarrollar este padecimiento.

Esta enfermedad está muy relacionada con la obesidad, la diabetes tipo 2 y otros trastornos que se caracterizan por la resistencia a la insulina, la hormona que se encarga de regular los niveles de azúcar en la sangre.

Una de las principales complicaciones del hígado graso es la cirrosis. | Foto: yodiyim/Getty Images

Son diversas las causas que generan esta afección.

  • Obesidad: Normalmente la obesidad causa inflamación de grado bajo que puede promover la acumulación de grasa en el hígado. Se estima que del 30 % al 90 % de los adultos con sobrepeso enfrentan problemas de grasa en este órgano.
  • Resistencia a la insulina: se ha demostrado que la resistencia a la insulina y los niveles altos de la misma aumentan la acumulación de grasa en el hígado en personas con diabetes tipo 2 y síndrome metabólico.
  • Consumo excesivo de carbohidratos refinados: la frecuente ingesta de este tipo de sustancias promueve la acumulación de grasa en el hígado, especialmente cuando las ingieren personas con sobrepeso o resistentes a la insulina.
  • Consumo de bebidas azucaradas: estas bebidas son altas en fructosa, que ha mostrado ser la causa de acumulación de grasa en el hígado en niños y adultos.
La manzana contiene propiedades antioxidantes que ayudan a proteger el páncreas de estrés oxidativo facilitando su labor de producir insulina, la hormona que regula la glucosa en la sangre. | Foto: Getty Images/iStockphoto

Manzana, aliada del hígado

Dado que la alimentación es determinante para prevenir y controlar la enfermedad del hígado graso, la ingesta de frutas es determinante. La Organización Mundial de la Salud sugiere que cada persona consuma al menos 400 gramos de frutas y verduras diariamente con el fin de obtener los beneficios nutricionales que el cuerpo requiere.

Una de las que puede adicionarse a la dieta con miras a cuidar el hígado es la manzana. Una publicación de la revista Mejor con Salud cita un estudio realizado en cerdos, el cual encontró que los polifenoles de manzana ayudarían a disminuir la acumulación de grasa en el hígado.

Esos mismos componentes tienen acción antioxidante que protege las células beta del páncreas del daño oxidativo, las cuales se encargan de la producción de la insulina, una hormona que mantiene el equilibrio de la glucosa en la sangre, siendo importante para prevenir y tratar la diabetes.

De igual forma, hay evidencia que indica que estas frutas son fuente de ácido málico, que según algunas hipótesis permite prevenir la aparición de piedras tanto en el hígado como en los riñones.

Como si esto fuera poco, la cáscara de la manzana resulta muy beneficiosa, debido a que aporta más minerales capaces de atacar la grasa y eliminar los metales pesados del organismo. Este alimento tiene muy pocas calorías y es rico en fibra y agua, por lo que ayuda a aumentar la sensación de saciedad, reduciendo el apetito, lo cual es beneficioso sobre todo para personas con obesidad, afección que se asocia con la acumulación de grasa.

Las manzanas aportan fibra y ayudan a reducir la grasa del hígado. | Foto: Getty Images

En la dieta para controlar el hígado graso también pueden incluirse otras frutas como: pera, piña, durazno, papaya, fresas, kiwi, mandarina, naranja, plátanos, melón, sandía, arándanos, frambuesas, limón, ciruela y guanábana, según el portal de salud Tua Saúde.

De igual forma, vegetales frescos, como calabacín, rúcula, espinacas, berenjena, lechuga, tomate, cebolla, zanahoria, coles, pimentón, ajo, ejotes y berro; granos y tubérculos, como los fríjoles, lentejas, garbanzos, papa y batata; cereales integrales representados en arroz, pan, pasta, quinoa y avena en hojuelas; proteínas con poca grasa, como huevos, tofu, pollo, pavo y pescados de carne blanca y, finalmente, leches y sus derivados con poca grasa.