La hipertensión es definida por la Fundación Española del Corazón como “la elevación de los niveles de presión arterial de forma continua o sostenida”.
La presión arterial es la fuerza que ejerce el corazón sobre las arterias para que transporten la sangre hacia los diferentes órganos del cuerpo. Así, la presión máxima se obtiene en cada contracción del corazón y la mínima, con cada relajación.
La hipertensión es una enfermedad que es llamada “silenciosa”, pues puede pasar inadvertida por años y la única forma de saber si se padece es mediante un examen de sangre. Suele presentarse con mayor frecuencia en las personas mayores de 40 años, aunque puede ocurrir a cualquier edad.
De acuerdo con la entidad, esta afección “supone una mayor resistencia para el corazón, que responde aumentando su masa muscular (hipertrofia ventricular izquierda) para hacer frente a ese sobreesfuerzo. Este incremento de la masa muscular acaba siendo perjudicial porque no viene acompañado de un aumento equivalente del riego sanguíneo y puede producir insuficiencia coronaria y angina de pecho. Además, el músculo cardiaco se vuelve más irritable y se producen más arritmias”.
Agrega que la hipertensión puede intensificar el daño en aquellos pacientes que ya han sufrido de algún problema cardiovascular. Asimismo, esta enfermedad propicia la aterioesclerosis, que es la acumulación de colesterol en las arterias y fenómenos de trombosis, los cuales pueden llegar a producir infarto de miocardio o infarto cerebral. “En el peor de los casos, la hipertensión arterial puede reblandecer las paredes de la aorta y provocar su dilatación –aneurisma– o rotura –lo que inevitablemente causa la muerte–”, advierte.
En esa misma línea de afectaciones que puede provocar una hipertensión que no es controlada a tiempo, el corazón puede verse comprometido. Enfermedad de las arterias coronarias, corazón izquierdo agrandado o insuficiencia cardiaca son algunos de los problemas que podría llegar a experimentar.
Mayo Clinic explica que la presión arterial alta también puede generar secuelas en la salud del cerebro, pues este órgano vital necesita de un suministro de sangre nutritiva para funcionar correctamente. En primer lugar, menciona que puede causar un ataque isquémico transitorio (AIT), una interrupción breve y temporal del suministro de sangre al cerebro. “Las arterias endurecidas o los coágulos de sangre causados por la hipertensión arterial pueden causar un ataque isquémico transitorio. (...) es a menudo una advertencia de que estás en riesgo de sufrir un accidente cerebrovascular completo”, reseña.
Así se llega a un segundo posible problema: un accidente cerebrovascular. Este ocurre cuando una parte del cerebro no recibe oxígeno ni nutrientes, causando la muerte de las células cerebrales. De acuerdo con la entidad sin ánimo de lucro dedicada a la práctica clínica, la educación y la investigación, los vasos sanguíneos que se ven dañados por la presión arterial alta pueden llegar a estrecharse, romperse o tener fugas. Del mismo modo, la hipertensión puede provocar la formación de “coágulos de sangre en las arterias que van al cerebro, lo que bloquea el flujo sanguíneo y causa potencialmente un accidente cerebrovascular”.
La demencia y el deterioro cognitivo leve son otros dos daños que puede provocar la presión arterial alta que no es controlada a tiempo.
En lo que referente a la afectación que puede causar la hipertensión en los ojos, explica que “puede dañar los diminutos y delicados vasos sanguíneos que suministran sangre a los ojos”, provocando daño a la retina (retinopatía), acumulación de líquido debajo de la retina (coroidopatía) o daño al nervio (neuropatía óptica). Entre tanto, la cicatrización del riñón (glomeruloesclerosis) y la insuficiencia renal son los problemas que se pueden presentar en los riñones.