El insomnio se define como la dificultad que tiene una persona para conciliar el sueño, permanecer dormida durante la noche o hasta tarde en la mañana.

Se trata de episodios que pueden aparecer o desaparecer, pero que también pueden ser duraderos. Según la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, la calidad del sueño es tan importante como la cantidad de este para que el cuerpo pueda gozar de buena salud.

De acuerdo con los expertos, los hábitos de sueño que las personas aprenden cuando eran niñas pueden afectar los comportamientos en este aspecto cuando se es adulto. Destacan que las malas prácticas del sueño o del estilo de vida que pueden causar insomnio o empeorarlo incluyen, por ejemplo, acostarse a una hora diferente cada noche, hacer siestas diurnas, tener una baja calidad del ambiente para dormir y pasar demasiado tiempo en la cama mientras se está despierto.

De igual forma, no dormir bien puede obedecer a que se trabaja al caer la tarde o en la noche, no se hace suficiente ejercicio o se ve televisión o se utiliza el computador o un dispositivo móvil cuando se está en la cama. El uso de algunos medicamentos y fármacos también puede afectar el sueño. Los especialistas dicen que no se duerme bien si se consume alcohol u otras drogas, si se fuma, si hay consumo excesivo de cafeína y en ocasiones por la ingesta de algunos medicamentos.

Si bien no dormir lo suficiente puede parecer un problema relativamente leve a primera vista, lo cierto es que puede llevar mucho tiempo remediarlo. Investigaciones realizadas por la Universidad George Washington han concluido que la privación del sueño puede provocar afecciones médicas más graves en el futuro, como la hipertensión, accidentes cerebrovasculares, enfermedades cardíacas y otras enfermedades crónicas.

Aunque es probable que el insomnio ocasional no genere inconvenientes, cuando esta situación se vuelve crónica también puede afectar la digestión.

Esto se debe a que muchos procesos metabólicos se llevan a cabo durante las horas de la noche, y la digestión es uno de ellos. Además, el sueño proporciona la energía necesaria para que la digestión se efectúe de manera eficiente.

Según información del portal Mejor con Salud, dormir mal puede afectar principalmente la digestión de las mujeres. Cuando esto sucede, se suelen experimentar cuadros de diarrea y de estreñimiento, ya que se altera el ciclo regular del proceso digestivo.

Esta afección también puede causar pesadez estomacal y molestias después de comer. Algunas enfermedades, como la gastritis y la colitis, pueden estar relacionadas con esto, dicen los especialistas.

Información del Instituto Europeo del Sueño indica que el insomnio y la apnea del sueño son los trastornos más frecuentes asociados a la acidez estomacal. “Esta condición es muy común en los primeros años de vida, sin que se considere enfermedad por reflujo gastroesofágico. Sin embargo, los adultos también pueden desarrollar esta enfermedad del sistema digestivo”, precisa la mencionada fuente.

La importancia de lo que se come

La calidad del sueño es vital para la salud, por eso los hábitos alimenticios tienen mucho que ver. De acuerdo con los expertos, las cenas pesadas en las que se combinan alimentos de naturaleza ácida y grasa resultan el detonante perfecto para una noche de desvelo y malestar por acidez estomacal. Al estómago se le dificulta procesar este tipo de comidas que pueden derivar en una inadecuada digestión y hasta dificultad para respirar.

En su lugar, es recomendable cenar alimentos ricos en fibra como los vegetales y legumbres, productos bajos en azúcar, frutos secos y proteínas preparadas con poco aceite.

Además, es importante tener en cuenta que el organismo debe metabolizar lo que la persona consume. “Comer y acostarse retarda el necesario vaciamiento gástrico, siendo más propensos a tener reflujo o empeorar si ya se tiene la condición”, precisa el Instituto Europeo del Sueño.

Otra recomendación es hacer la última comida del día antes de las 8 p. m. y no justo antes de irse a dormir, porque altera el comportamiento de la presión arterial y produce que el organismo permanezca en vigilia. Esto estimula la producción de las hormonas del estrés, al igual que se alteran los ritmos circadianos, incidiendo de manera considerable en los ciclos normales de sueño.