¿Qué ocurre cuando la tripulación de los bombarderos B-52 resulta irradiada a consecuencia de haber atravesado nubes llenas de radiación formadas por un ataque nuclear enemigo? ¿Les queda aún algo de habilidad para maniobrar como corresponde y lanzar un contraataque a la Unión Soviética? Para resolver ese enigma de la era atómica, la Fuerza Aérea de Estados Unidos emprendió un programa especial que tituló "Plataforma de Equilibrio Primario" (PEP). Lo primero que hizo al abrir esa investigación fue simular un bombardero y entrenar a un grupo de monos para volar dicho avión a cierta altura. Los simios iban atados de los pies con terminales eléctricas y "jugaban" con un pequeño comando para mantener el aparato a la altura señalada como de bombadero. Luego los irradiaron con varias dosis de rayos gamma para ver si podían seguir volando las diez horas necesarias para llegar hasta un imaginario Moscú o Novosibirsk. Los monos alcanzados por las dosis más fuertes sufrieron violentos ataques de vómito y cayeron luego en un letargo a grado extremo. Documentos de la Fuerza Aérea que datan de 1981 señalan que "el cumplimiento satisfactorio de la misión no es posible por parte de algunos miembros de la tripulación. Sólo aquéllos que logren evitar ser alcanzados por las radiaciones pueden continuar su trabajo y conseguir éxito".Los resultados del PEP ahora forman parte de la biblia con la cual se ensaya el libreto de la Tercera Guerra Mundial. Sin embargo, es sólo una pequeña parte de la letanía de preparaciones militares que se llevan a efecto en los Estados Unidos para enfrentar combates nucleares.PENSANDO LO IMPENSABLE Un grupo de cientistas militares del Pentágono pasan días y noches enteros fraguando cómo pelear la Tercera Guerra Mundial. Los oficiales del departamendo de Defensa consideran que se trata de una posibilidad muy remota pero que es necesario crear confianza en el poderio americano al respecto. Una oscura oficina de este departamento, la Agencia Nuclear de Defensa, trabaja incansablemente en este imponderable. Se trata de un mundo extraño donde se hacen explotar submarinos en el desierto de Nuevo México y misiles MX en cámaras herméticas construídas en unos especies de bunkers subterráneos que se encuentran bajo los suburbios de Maryland.Es un mundo donde se experimenta con ratas los efectos de infecciones en la piel quemada de las víctimas, donde un cuadro matemático determina exactamente cuánto dura el comandante de un tanque irradiado antes de quedar completamente incapacitado por la náusea o el vómito, donde la vida y la muerte se calibra en megatones y rads, y donde se ha confeccionado todo un argot que se refiere a efectos letales, a consecuencias sin retorno y a muerte.Investigadores pagados por el Pentágono escudriñan ahora las explosiones producidas en Dresden e Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial, para buscar pistas que conduzcan al uso del fuego como mecanismo de muerte.Mientras los físicos diseñaban cohetes con cabezas mortales y el Pentágono los detonaba, nunca nadie estuvo seguro de los detalles que estas armas de guerra originaban. ¿Cómo interaccionan el calor y la explosión en el revestimiento de un ataque? ¿Cómo afectan los rayos gamma a los cables eléctricos de un misil porta bombas teledirigido? Si un ataque nuclear sorprende a submarinos en una bahía, ¿tienen mejores posibilidades de supervivencia sumergidos o a flote? A pesar de todos estos interrogantes, el Pentagono le cuenta al Congreso que domina el arte de la fenomenología de los efectos nucleares.El gasto en pruebas de efectos nucleares subterráneos se ha duplicado en los últimos cuatro años. El total de los gastos de Defensa destinado a efectos nucleares se acercará a los 400 millónes de dólares el año fiscal 1985, comparado con 259 millónes en 1982.El dogma que prevalece es el de no permanecer a oscuras. Los estrategas del Pentágono consideran que mientras más entienda el país cómo la radiación puede diezmar a todo un pelotón de Infantería o cómo una explosión puede arrastrar hacia la superficie a todo un emplazamiento subterráneo de misiles, más posibilidades hay de que la espada soviética se mantenga envainada. Algunos críticos, por supuesto, cuestionan si esta agenda tácita de actividades funciona sólo para mantener a los rusos a raya o si también, al ser provocada, juega a ganador en el caso de una guerra nuclear.ENCUESTAS Y PREDICCIONESAdemás de documentar las víctimas de Hiroshima y Nagasaki, los científicos del Pentágono han estudiado cuidadosamente a las 600 víctimas del centenar de accidentes radiactivos que han ocurrido desde 1940. También han realizado incontables estudios con animales, a través de los tests del PEP. Sin embargo, no pudieron predecir cómo distintos niveles de radioactividad afectarían a los comandantes de los tanques M60 o a los cargadores de los cañones de autopropulsión. Lo que más atemoriza a los militares es el elemento fatiga, el terrible letargo que afecta a las víctimas de la radiación. ¿Puede un soldado continuar levantando proyectiles que pesen cincuenta kilos? ¿Por cuánto tiempo? Sin ese conocimiento, muchas de las decisiones sobre ataque o retirada estarían sujetas a más confusiones que de costumbre.La exposición a las radiaciones ha sido clasificada en ocho niveles que van desde los 75 a los 4.500 rads (un examen de rayos x normal es menos de un rad). Después de investigar cientos de casos de radiaciones, los científicos estuvieron en condiciones de asignarle síntomas a cada nivel.El Instituto de Radiobiología de las Fuerzas Armadas espera tener para octubre próximo,ejemplos computarizados que muestren no sólo cómo afecta la radioactividad a soldados en forma individual sino a tropas y unidades de combate completas. Pero aparte de esto se encuentra el problema sicológico que sobreviene con el hecho de estar peleando una guerra nuclear y nadie sabe si un soldado consciente de lo que le está ocurriendo podrá seguir luchando con el mismo énfasis. Los expertos han señalado que las bajas psicológicas pueden ser mayores que las bajas normales en un campo de batalla nuclear. Funcionarios de la DNA están buscando en los archivos británicos y franceses de la Primera Guerra Mundial para saber cómo afectó el gas como arma de batalla a los soldados de entonces, basados en la teoría de que el gas se asemeja a la radioactividad por el terror que inspira. A partir de 1986, se estima que cada soldado llevará consigo un dosímetro para que los médicos de los campos de batalla puedan saber a cuanta radiación han estado expuestos. Estos dosímetros se podrán leer sólo con la ayuda de códigos, de modo que el soldado no pueda saber qué-le está ocurriendo o cómo ha sido afectado.MAS EXPERIMENTOS Mientras se ponen de acuerdo en una serie de interrogantes más,que aún no serán dilucidados, los científicos del programa PEP continúan experimentando en animales.William M. Arkin, investigador del Instituto de Estudios Políticos y coautor del "Libro de datos sobre armas nucleares" se refiere a la Agencia Nuclear del departamento de Defensa como "la oficina que tiene la peor encomienda del Pentágono. Pienso que tratan de probar, a través de sus experimentos, que la guerra nuclear es controlable y que ellos son capaces de mitigar cualguier aspecto negativo", ha señalado Arkin. "Es lo mismo que un narcótico nuclear; tratan de convencerlo a uno que tienen todo bajo control". - Extraído del Washington Post -