La actriz Katherine Porto reconoce que tiene mucho de Mariana, su personaje en Primate, la serie de Prime Video que retrata con humor la dureza de aterrizar en la edad madura. Los difíciles 40 y 50, con sus crisis, sus divorcios, sus dolores de espalda, sus frustraciones.
Interpretada por Christian Tappan, en el personaje de un actor maduro y separado que se esfuerza por no caer en la decadencia, la serie va por su segunda temporada. Y en ambas, Katherine aparece como la mujer que le ayuda al protagonista a creer de nuevo en el amor. Una mujer serena, amante del yoga y madre de una hija con la que ha cultivado una relación basada en el diálogo y la confianza.
Con esa misma serenidad, la actriz y presentadora cartagenera cuenta en SEMANA que este personaje tan hecho a su medida, le llegó a las manos por cuenta del propio Tappan, “cuando solo era un sueño, un proyecto que él imaginó justo cuando estábamos encerrados en pandemia. Y cuando al fin se hizo realidad, y me llamó mi mánager a contarme del personaje, a mí ya se me había olvidado. Hacerlo fue como volver a interpretar a la Yuyubita, de Hasta que la plata nos separe, solo que más madura. Una mujer divorciada, pero centrada, evolucionada”, relata la actriz.
Y en su caso, esa evolución ha implicado que, paralelo a la actuación, Katherine se convirtió en maestra de meditación, empresaria de bienestar y productora de un pódcast, Microdosis de amor propio, con el que busca empoderar a otros para afrontar “los momentos de oscuridad de la vida”. De esa evolución, la reconocida actriz y comunicadora social conversó con este medio.
SEMANA: Primate refleja esa crisis que les llega a muchos en la mediana edad. ¿En su caso cómo la vivió, cómo la recuerda?
Katherine Porto: Eso que todos llaman la crisis de los 40 me llegó a mis 27 años, cuando la vida me dijo a gritos “debes resetearte, replantear todo, empezar de cero”. Era una edad en la que estaba experimentando, cometiendo errores, como todos. Mi despertar a esa edad fue como recibir un batazo en la cabeza. Todo me dolía. Descubrí que todo lo que había caminado tenía que irse para sanar y ser esa Katherine que ahora se siente cómoda con ella misma. Agradezco que esa crisis no me haya llegado a los 40. Ahora puedo hablar de calma y de tranquilidad porque conocí el caos.
SEMANA: ¿Qué tuvo que replantear en ese momento de la vida?
K.P.: Fue como mudar de piel y quitarme de encima todo lo que siempre me habían dicho que debía ser y hacer. Lo primero que aprendí fue guiarme por mi voz interior. Cambiar de tribu, rodearme de personas que me aportaran y no fueran tóxicas. Dejé atrás muchos amigos, situaciones, comportamientos. Hice un inventario, saqué todo lo que no me hacía bien. No es fácil, es un camino solitario, duro. Me dediqué a sanar relaciones, las que tenía incluso desde niña, sanar mis miedos y enfrentar mis demonios, lo que no me gustaba de mí misma, que es difícil. Entonces no fue solo aprender a meditar y prender velitas, como muchos creen, fue de verdad un trabajo desde adentro, espiritual. Reconocer lo que no está bien en tu vida y empezar a trabajar para cambiarlo.
SEMANA: En ese camino usted se enfrentó a situaciones de salud mental como la depresión, de la que muchos no suelen hablar en voz alta...
K.P.: Las enfermedades de salud mental son una realidad, y no se puede hablar de ellas en voz baja. Todos en algún momento de la vida nos enfrentamos a ellas. Y por eso creí que contar mi historia le podía ayudar a mucha gente, siento que soy más que una actriz, fue algo que aprendí con el tiempo. Entendí que cuando comencé a amarme a mí misma, a ser mi propia ‘madre’, podía compartir mi historia a los demás.
SEMANA: De ese ejercicio nace su pódcast, Microdosis de amor propio...
K.P.: Es que a través del correo, de Instagram, me pedían ayuda. Muchos me revelaban que también pasaban por situaciones de depresión, de tristeza. En el momento en que necesité ayuda, no había este tipo de herramientas y la verdad es que muchos no tienen para pagar un especialista, un terapeuta, un coach. Entonces, compartir mi historia a través de este pódcast se volvió un compromiso y una manera de dar gracias porque pude salir de ese momento oscuro, en el que creía que la vida no tenía sentido. Haber transitado por esos momentos oscuros, me llevó a que ahora diga “gracias, vida”. Y cuando me llega una situación que me conecta con el dolor, la tristeza, tengo herramientas para afrontarlas. Hay que dejar de pensar que si vas al psiquiatra es porque estás loco. Yo, a pesar de mi evolución, cada mes tengo terapia, siempre estoy tratando de limpiar, sanar. No se pueden tapar los momentos de oscuridad o de depresión, sino que se deben transformar en motivación para cambiar lo que no está bien en nuestras vidas.
SEMANA: ¿La actuación y la fama fueron un refugio cuando vivió esa crisis personal?
K.P.: Es curioso porque fueron llegando papeles que eran justo lo que necesitaba en el momento en que aparecieron. La actuación no fue un refugio; de hecho, hice una pausa en mi carrera actoral, porque descubrí que antes de seguir recibiendo papeles, necesitaba primero dedicar tiempo para conocerme. Después de pasar por esos momentos de depresión, me fui a vivir a Los Ángeles. Había ahorrado, invertí en mí y estudié en las mejores escuelas de teatro. Y fue allá que descubrí la meditación y lo espiritual. Y que mi sueño no era ganarme un Óscar, porque era eso en lo que pensaba cuando llegué a Estados Unidos. Mi más grande Óscar fue entender que mi felicidad no estaba en el éxito como actriz. Fue estar en paz conmigo misma. Si no creía en mí, nadie lo iba a hacer. Y la verdad era que yo no creía en mí.
SEMANA: ¿Cómo involucró en todo este proceso a su hijo, Alejandro?
K.P.: Creo que soy mamá desde que tengo uso de razón. A los 11 años, cuando mi mamá trabajaba todo el día, era la ‘madre’ de mi hermano. Cocinaba, arreglaba la casa, estaba pendiente de sus tareas. Y fui además mamá joven. Y fue curioso: porque aprendí a ser mamá de todos, menos de mí. Y tuve que entender que debía aprender a cuidarme y quererme. Siempre estuve pendiente de qué necesitaban los demás, pero no de qué necesitaba yo. Con mi hijo el proceso ha sido hermoso, soy su guía, él levanta el teléfono para decirme: “Mamá, tengo un problema”. No tiene que pagar coach o terapeuta porque hablamos mucho. Creo que pasé por esa oscuridad de la que hablaba hace un rato para convertirme en esa madre que guía desde el amor y no desde el juicio.
SEMANA: ¿En ese camino cómo se convierte en una empresaria del bienestar?
K.P.: Me certifiqué como coach y soy maestra de meditación. En el tema de bienestar llevo 15 años. Soy sommelière de té y monté una compañía de bienestar y té, en la que el producto líder es el té matcha. Llevo en ese proyecto seis años, a la par con la actuación. Descubrí que el té matcha les sirve a las personas que precisamente necesitan despejar su vida. Ayuda a tener energía, mejora el sistema inmune, pone la piel hermosa. Y es una gran ayuda para las personas que sufren de ansiedad y que por eso mismo no pueden tomar otras bebidas como el café. Un día en que uno se levante y esté bajoneado, este té es una gran ayuda.