Aquel día, los servicios de seguridad del Hotel Hilton fueron puestos en estado de alerta. Pero tal despliegue no era suficiente. Numerosos invitados llegaron escoltados por sus propios guardaespaldas; uno de ellos consideró necesario protegerse con ocho, encabezados por un negro monumental de zapatos tenis y bluyines ceñidos. Todos, desde luego, armados con pistolas o metralletas de cañón corto. En medio de todo este despliegue espectacular, apareció en el hotel, con su impecable "smoking", el famoso mago Lorgia, que suele animar muchas fiestas, con sus sorprendentes números de ilusionismo, a razón de 500 pesos el minuto.Con toda su importancia, no era en esta oportunidad el mago la principal atracción. Contratados exclusivamente en México por cuatro millones de pesos, el famoso Chavo y su elenco habían ocupado un lugar estratégico en el salón de recepciones del Hilton, convertido para la ocasión en gigantesco castillo de Cenicienta. Mientras los guardespaldas, alertas, se situaban cerca de las puertas, muchachas vestidas de hadas, a razón de una por mesa, vigilaban a los ochenta niños invitados.Efectos de luces combinados con música de ronda infantil, indicaron el comienzo de la reunión. Al abrirse las puertas que daban acceso al castillo donde estaban los presentes, kilos de hielo seco produjeron una especie de neblina luminosa a través de la cual emergieron, como en un cuento de hadas, los personajes que habían ocasionado aquella extraordinaria fiesta: dos niñas en traje de primera comunión.La idea naturalmente había sido de sus padres, que no habían querido celebrar esta fecha de manera convencional, con ponqué negro, empanada de pollo y ensalada de frutas. "Queremos algo realmente especial" habían dicho un mes atrás a la activa y risueña muchacha que se ocupa de la organización de fiestas y banquetes del hotel. Fue ella la que, sin un destello de imaginación, sugirió recrear, tratándose de dos niñas, el castillo de la Cenicienta. La madre, que había apreciado una creación de éste género en el "Disneyworld" de Orlando estuvo de acuerdo. Pero deseaba que sus niñas entraran en una carroza tirada por seis caballos de verdad. En vista de que esto planteaba algunos problemas de manejo para el hotel, se acordó eliminar la carroza y convertir el salón en un inmenso castillo de fantasía, cuyo costo, de ochocientos mil pesos, no fue objetado por los generosos padres de las dos pequeñas. En realidad, la ocasión justificaba todo gasto. Los adornos florales costaron doscientos treinta mil pesos y los servicios del hotel, novecientos mil. Desde luego, el whisky y la champaña destinado a los mayores, eran de marcas de lujo. La torta para los pequeños, un castillo medioeval de crema y chocolate, era tan alta como las homenajeadas. De sorpresa, en vez del tradicional registro y "la imitación de Cristo" de Kempis, los niños recibieron una medalla de oro marcada. Pero desde luego el mejor regalo para todos ellos, fue la presencia del Chavo. En carne y hueso.Nadie en un hotel que ha visto celebraciones espectaculares, había imaginado que esta fiesta pudiese opacar a otra realizada meses atrás para festejar los quince años de una niña. En dicha ocasión, fue también una madre dispuesta a tirar la casa (o el hotel) por la ventana la que dio luz verde para toda suerte de fantasías. La niña, en el momento culminante, emergería acompañanda por su padre de una inmensa flor realizada por un experto decorador, en fibra de vidrio y caucho de espuma. La flor ostentaba en vibrantes luces de neón un letrero con el tradicional "Happy Birthday". La madre pidió especial cuidado para evitar cualquier accidente con las conexiones eléctricas. La flor debería ser muy grande para que no se arrugara el vestido de la homenajeada. Sacando de su bolso un pequeño revólver niquelado, advirtió a la risueña organizadora del hotel: "Si la flor no se abre o la niña se electrocuta, los responsables serán hombres muertos. Deben pensar en todo momento que tienen este revólver en la nuca". La fiesta, desde luego, fue un éxito, y la flor funcionó a las mil maravillas. Una "suite" fue alquilada a fin de que un ejército de maquilladoras, peinadoras y manicuristas se ocuparon de la quinceañera y de sus amigas. Los trajes fueron encargados a la misma modista que había realizado el traje de la última reina de belleza. La fiesta, como es de rigor, se abrio con un vals de Johann Strauss. Y de la flor, al abrirse en medio de los acordes del vals vienés, surgió, resplandeciente, la joven que cumplía sus quince años junto a su orgulloso padre. La factura del hotel, sin contar la coreografía, los regalos y la orquesta, fue de un millón seiscientos mil pesos. Con todo lo espectacular que resulten estas fiestas, no son excepcionales en el país. Son parte de un nuevo estilo de vida, impuesto por una nueva clase y que incluye entre otros deslumbrantes alardes de lujo, camas de agua con sonido incorporado, flotillas de automóviles último modelo con vidrios polarizados, circuitos cerrados de televisión, casas fortalezas, marmoles, espejos, muebles recamados. Gentes nuevas con todo nuevo. Y fiestas. Ostentosas, generosas y hasta cierto punto insólitas, en las que no se miden gastos. En Cali, la celebración de los quince años de una jovencita fue el motivo para que viniera al país, por dos noches, la "Billo's Caracas boys". Cuatrocientos invitados fueron sorprendidos por el obsequio de un reloj Cartier para los hombres y una cadena de oro para las mujeres.El segundo matrimonio de una viuda notable, celebrado en uno de los hoteles de más postín en Santa Marta, representó un lleno completo de habitaciones. La fiesta se prolongó por cerca de una semana con ríos de champaña y kilos de caviar y de "foie gras" El cumpleaños de una dama barranquillera fue festejado por sus hijos con una agradable sorpresa para la anciana: Julio Iglesias, su cantante favorito, a quien solo había visto por televisión, en persona. La lista de estos derroches es larga: en ella predominan las fiestas de cumpleaños de niños, donde la antigua piñata de barro o las sorpresas envueltas en papel crepé de colores, han sido sustituídas por televisores y rifas de automóviles. Todo ello, desde luego, filmado en betamax, para distribuir copias entre los miembros de la familia. Un signo, como cualquier otro, de los nuevos tiempos.