Camila Restrepo tiene 24 años y a pesar de que en apariencia no tienen ningún problema serio, no se siente feliz. Tanto es así que tuvo que acudir a terapia sicológica porque se sentía deprimida y era frecuente que se encerrara en su habitación a llorar. No quería hablar con sus padres sobre lo que le ocurría y, de hecho, ella misma no sabía qué era lo que estaba mal. Camila acaba de terminar su carrera de derecho, no tiene preocupaciones económicas y aunque no tiene novio en este momento, dice que ese no es el problema "Simplemente me pongo triste de repente, es un sentimiento de vacío que no puedo explicar. Creo que se trata de inconformidad con lo que estudié. A veces pienso que no quiero ser la abogada exitosa que la gente espera que sea", dice.Camila no está sola en su angustia. Según los expertos, entre los 20 y los 30 años es una de las épocas más difíciles por las que tienen que pasar las nuevas generaciones. Estos adultos jóvenes se encentran en un escenario muy poco favorable porque si bien siguen siendo inmaduros en muchos aspectos, deben tomar decisiones trascendentales. Es el momento de entrar a la etapa productiva de sus vidas y pensar hacia dónde quieren ir. Recomendamos: Así son los Peter Pan del siglo XXISegún la sicóloga María Elena López Jordán, "en este momento adquieren más responsabilidades y asumen que ya no están bajo la tutela de sus padres sino que es el momento de afrontar su propia vida. Llegan las ganas de independizarse y los primeros retos laborales y afectivos. Después de la rebeldía de la adolescencia, todas las nuevas condiciones provocan un cambio existencial muy fuerte en los jóvenes, que genera angustia", explica.Los factores para aislarse y deprimirse en esta época de la vida son muy variados. Según explica la siquiatra Juliana Villate, hay muchos profesionales que se ven enfrentados al desempleo o a trabajos mal remunerados. Eso los obliga a permanecer en sus casas y depender económicamente de sus padres. "Continúan en un papel de adolescentes que va en contravía de sus expectativas reales, lo que origina una sensación permanente de frustración que puede terminar en sintomatología depresiva o ansiosa", dice. También están los que ni siquiera tuvieron la oportunidad de ingresar a una universidad y aquellos que desde muy jóvenes formaron una familia y se echaron a cuestas responsabilidades que riñen con su inestabilidad y su inmadurez. Para estas personas el mensaje es que no hay futuro. Y, como en el caso de Camila, también entran en crisis quienes en apariencia tienen una vida perfecta. Puede leer: 7 consejos prácticos para tener hijos resilientes El mayor agravante en estos casos es que los jóvenes no tienen con quién hablar de sus problemas. Por un lado, se sienten muy grandes e independientes para pedir ayuda y, por el otro, las redes de apoyo prácticamente no existen. Las familias cada vez son más disfuncionales, y las amistades, superficiales. Algunos se involucran en amistades virtuales que les impiden profundizar en sus relaciones personales o buscan espacios de escape en la rumba, el trago y las drogas. Villate explica que todo el sistema está montado para que exista este aislamiento. "El sistema educativo crea profesionales competitivos pero sin nociones de solidaridad. De la misma manera, muchas empresas fomentan el individualismo entre sus trabajadores y la competencia desleal. Es como si toda la maquinaria en la que nos movemos sólo se preocupara por el hombre robot al servicio de fines económicos". Pero no todo es drama. Para López Jordán esta etapa es diferente a la crisis de la adolescencia en la que los jóvenes se encierran a llorar y a hacer pataletas. "Es un momento para disfrutar y vivir la vida intensamente, pero también para reflexionar y pensar en sentar cabeza". Entre los 20 y los 30 la crisis es también la oportunidad para afrontar con creatividad uno de los episodios más trascendentales de la vida y pasar por fin de la adolescencia a la madurez.