La felicidad tiene forma de U, según estableció en 2017 Jonathan Rauch en su libro The Happiness Curve, en el que muestra la trayectoria que siguen la mayoría de los seres humanos en la vida en materia de satisfacción personal. Después de un declive en los 30, 40 y 50 (cuando la persona llega al punto más bajo), la vida se compone hasta alcanzar un pico en los 70. Luego de eso, todo es incierto.

“Algunos a esa edad siguen felices, pero otros, particularmente algunos hombres, ven su felicidad desmoronarse”, dice Arthur C. Brooks, sociólogo y profesor de la Universidad de Harvard de la cátedra de felicidad, una de las más apetecidas por los estudiantes. Su más reciente libro, Strength to Strength (Fuerza a fuerza) se encuentra en la lista de más vendidos del diario The New York Times y la explicación está en que es uno de los únicos autores que abordan la felicidad como un plan pensional, es decir, las ‘inversiones’ que debe hacer un individuo en su vida para poder tener mayor alegría y satisfacción más adelante.

Señala que la fuente de la infelicidad entre los mayores de 50 es volverse irrelevantes y, en efecto, los estudios muestran que la depresión y el suicidio aumentan en los hombres después de los 75 años.

Haber sido exitoso en la vida profesional no protege de este bajonazo. Por el contrario, como lo hallaron en 1999 Carole y Charles Holahan, psicólogos de la Universidad de Texas, las personas que triunfan y son muy talentosas “tienen experiencias más desfavorables psicológicamente a los 80”. Volverse irrelevantes está atado al inevitable declive de las habilidades, tanto cognitivas como físicas. Brooks señala que la infelicidad surge cuando la gente se aferra a su oficio, a pesar de no contar con las mismas capacidades, para no vivir en la irrelevancia.

“El mayor error que cometemos es pensar que lo que nos hizo exitosos a los 30 seguirá funcionando. Nuestra inteligencia cambia. Si tratamos de quedarnos en el primer modelo, nos aburrimos y nos quemamos, y empeoramos en lo que hacemos”, dice.

La felicidad se debe planear porque las habilidades cognitivas y físicas disminuyen con el tiempo y mucho antes de lo que cualquiera podría imaginar. El pico promedio son los 50 años, pero hay variaciones según la profesión. Un deportista alcanza su máximo desempeño a los 30 años. Lo mismo sucede con los emprendedores y quienes ganan el Premio Nobel. Sus grandes descubrimientos e innovaciones suceden entre los 20 y los 30. Luego y hasta los 50 hay un gradual declive y “a los 70 ya no hay posibilidad de tener un gran descubrimiento”, dice Brooks.

Hay siete pautas que ayudan a cultivar la felicidad: no fumar, no tomar, no ser obeso, hacer ejercicio, enfrentar los problemas, mantener una relación estable y seguir aprendiendo.

“No tienes que dejar tu felicidad al azar. Existen prácticas y hábitos tangibles y específicos, así como errores que se deben evitar, que seguramente harán que los años posteriores sean mejores. Hacer que los 75 años sean más felices que los 25”, dice.

Hay cuatro hábitos que marcan a las personas felices. El primero es la fe, que no se debe confundir con la religión, sino entendida como espiritualidad. Luego está la familia y, en tercer lugar, las relaciones con los demás, que deben ser profundas. El cuarto hábito es el trabajo. El problema, según él, es que la mayoría ha puesto toda la energía y el tiempo en este último aspecto y descuidado los demás. Cuando se acerca el momento de la jubilación no son capaces de soltar su carrera o, cuando lo hacen, se frustran pensando en lo que fueron y ya no son.

Una manera de salir de esa trampa es por medio del uso de la inteligencia cristalizada. A diferencia de la fluida, que sirve para razonar, analizar y resolver problemas nuevos, esta consiste en usar el conocimiento adquirido en el pasado, “Los poetas, que tienen alto nivel de inteligencia fluida, han hecho toda su producción a la edad de 40 años. Los historiadores, quienes pueden apoyarse en la inteligencia cristalizada, alcanzan su punto máximo después de los 60”, dice el experto. Algo similar se puede decir de los profesores, que tienden a sintetizar mejor las ideas complicadas y a enseñar mejor a partir de los 60 y hasta los 80 años.

“Nuestro trabajo es saltar de la curva de inteligencia fluida a la curva de inteligencia cristalizada y cambiar nuestro enfoque y autocomprensión”, explica. Otra realidad es que la adicción a los logros solo trae frustración. En la segunda mitad de la vida, la felicidad se cosecha con inversiones en las relaciones personales y no en el estatus y en las posesiones materiales. “Cuando estamos demasiado enfocados en las cosas materiales y las definiciones mundanas del éxito (dinero, poder, fama) el cambio a la inteligencia cristalizada es imposible de hacer, así que empeoramos en nuestro trabajo, aburridos, agotados y frustrados”, señala.

Expertos aseguran que la felicidad no se debe dejar al azar sino que toca planearla.

Adquirir bienes al final de la vida es un error que solo lleva a más lazos con la vanidad, condición que hace desviarse del camino de la felicidad al opacar la verdadera naturaleza del ser humano. Brooks recomienda quitar las capas del individuo, ya que así es mucho más fácil encontrar la paz y la felicidad. “Mi objetivo cada año por el resto de la vida es botar cosas, obligaciones y relaciones hasta poder ver la mejor versión de mí mismo”.

Parte de esto lo aprendió en India, en donde encontró que hay varias fases en la vida. La primera, brahmacharya, comprende la niñez y la juventud, y está dedicada al aprendizaje; la segunda es grihastha, el periodo para establecer la carrera, la familia y acumular riqueza, y la tercera, vanaprastha, la etapa hacia los 50 años, que está enfocada en menos ambiciones laborales y más en el servicio a los demás y en la sabiduría.

El problema, para Brooks, es que muchos se quedan atados a la segunda fase mediante el dinero, el poder, el sexo y el prestigio sin saber que la solución es emprender el camino hacia vanaprastha. No deje la felicidad al azar. Brooks dice que para esta mitad de la vida lo importante ya no es la hoja de vida, sino el epitafio. “Nadie quiere que esas últimas palabras sean ‘fue el mejor gerente’ o ‘tenía un millón de millas acumuladas’, sino algo más trascendental. En esta etapa de la vida pensar en ese epitafio ayuda porque al final de cuentas todo lo que queda es el amor. Lo demás, es trivial”.

Brooks, a los 57 años, aplicó lo que predica. “No publiqué este libro hasta que probé la estrategia durante tres años”. Renunció a su puesto de presidente del American Enterprise Institute y se mudó de Washington a Boston. Admite que extraña sentirse importante y que pidan su opinión. Pero el resultado en términos generales es que la estrategia “¡funciona! Soy más feliz que nunca y tengo éxito de una manera completamente nueva, algo que disfruto más”. ¿Cuál es la diferencia entre Bach y Darwin? Pregunta Brooks.

Ambos tenían un don sobrenatural, eran ampliamente conocidos a temprana edad y alcanzaron fama permanente después de morir. “Pero diferían en su enfoque sobre cómo manejar el declive de la mediana edad”, dice. Cuando Darwin dejó de innovar con sus teorías se desanimó y se deprimió, y su vida terminó en una triste inactividad, mientras que Bach se reinventó como maestro instructor. Murió amado, realizado y respetado. “La lección para usted y para mí, especialmente después de los 50, es ser Johann Sebastian Bach, no Charles Darwin”.