En los últimos años el matrimonio ha sufrido cambios nunca antes imaginados. Hoy se desposan parejas del mismo sexo, hay divorcios, matrimonios sin hijos, e incluso la gente puede casarse tarde o nunca hacerlo, sin que nadie se queje por ello. Pero la infidelidad sigue siendo una zona prohibida y la sociedad vilipendia a quienes osan llegar allá. Según una encuesta del Pew Research Center en 40 países, este comportamiento produjo más rechazo que cualquier otro en el mundo en ambos sexos y en todas las edades. Pero la sexóloga Esther Perel está tratando de despojar el concepto de su ropaje moral, para que dañe menos a la pareja. Esta psicoterapeuta belga de 58 años, residente en Nueva York, ha cobrado notoriedad por su libro Mating in Captivity pero sobre todo por sus charlas TED, vistas más de 15 millones de veces, sobre los retos de las relaciones largas para mantener viva la pasión y alejarse de las tentaciones de la infidelidad. Pese a que la brecha entre hombres y mujeres infieles se ha ido acortando, el tema aún es espinoso. “Sigue siendo tabú y universalmente condenado, pero también es universalmente practicado”. Sobra decir que la sociedad es hipócrita. En Estados Unidos, donde no hay tolerancia frente a la infidelidad, no son menos infieles. “Simplemente sienten más culpa que los franceses”, dice. Perel recomienda no verlo como una patología o un problema moral, sino como un comportamiento propio de la naturaleza humana. “La infidelidad siempre ha sido dolorosa, pero hoy es traumática”, dice. Esas quejas que se escuchan entre sus víctimas (“mi vida es una mentira”, “ya no sé qué creer”) son para ella una construcción reciente. Perel considera que la mayoría de las personas que caen en la infidelidad no lo hacen porque estén insatisfechas con su pareja. Explica además que a veces no es por el sexo, sino por “recapturar esa sensación de estar vivos con otra persona”. En otras palabras es vivir con otro el juego, la curiosidad y la picardía que el tiempo y la convivencia le roban a la relación. Por eso considera que la mayoría de veces los infieles no están buscando a otra persona, sino a su “otro yo” que se diluyó en esa larga relación.Asimismo, pocos han entendido que el amor y el deseo no son lo mismo y no siempre van sincronizados. La antropóloga Helen Fisher en su libro Why We Love encontró que el cerebro tiene circuitos diferentes para el amor profundo, el amor romántico y la pasión por lo cual es perfectamente posible querer a alguien y desear a otro. Aun más, es posible querer a dos personas al tiempo. Perel considera que no hay víctimas en un affaire, y en lugar de castigar al infiel por su falta de control ella pregunta qué estaba buscando. “El engaño viene en muchas presentaciones. Es el caso de aquel que rechaza a su pareja por décadas y luego ella la engaña con otra persona. ¿Quién es la víctima? No siempre es el infiel”, señala la experta. Su terapia busca que la infidelidad no lleve a que la pareja rompa sus lazos. Dice que los europeos la toleran más y muchas de las uniones logran sobrevivir al episodio, algo que no sucede a este lado del Atlántico porque es tan mal visto que el castigo debe ser la separación. “Hay más vergüenza pública por quedarse que por irse de la relación”. Un ejemplo es Hillary Clinton, cuya ‘tolerancia’ con las aventuras de su esposo le sirvió a Donald Trump para presentarla como débil de carácter y no como alguien que tomó decisiones basadas en otras prioridades, como salvar su matrimonio.Y aunque Perel no busca promover la infidelidad, piensa que no siempre una aventura es sinónimo de que algo anda mal en la relación. Las parejas sencillamente deben tener en cuenta cuando se casan que solo porque le han jurado por siempre fidelidad al otro no estarán protegidas del tema. Cuando dan el sí “el deseo no se desaparece de su sistema”, dice Perel.