El sistema de salud colombiano siempre saca pecho porque ha logrado la cobertura de casi el 100 % de la población. Sin embargo, en la práctica el acceso a la salud sigue siendo privilegio de algunos. En muchas regiones apartadas no existe ni siquiera puesto de salud, la población escasamente sabe qué es el cáncer y para acceder a un médico general hay que andar a caballo por horas. La fundación Manos Pintadas de Azul nació hace seis años en Colombia para llevar la salud a esas poblaciones marginadas donde la salud no llega.
En estos años han hecho 41 brigadas médicas en las que han atendido 15.500 personas en las zonas más apartadas de Colombia. Son brigadas integrales a las que llevan especialistas médicos a esos sitios donde no hay ni siquiera acceso a un médico general. “Vamos, hacemos visita de reconocimiento, definimos necesidades de la comunidad y con base en eso llevamos a los especialistas. A veces son pediatras, a veces nutricionistas”, dice Lina Albarracín, directora de la fundación. Cada vez que la brigada llega a campo montan un hospital móvil donde hay triage, redireccionamiento a cada especialidad, y prescriben medicamentos que ofrecen de manera gratuita. También llevan camillas y las unidades odontológicas. Mientras la gente hace fila para la atención de su cita, les ofrecen programas de promoción y prevención en temas clave como nutrición y psicología.
La fundación forma parte de un grupo empresarial que tiene medicina prepagada, laboratorio y farmacéutica. En sus estudios de campo se dieron cuenta de las necesidades de la comunidad y decidieron crear la fundación para llevar especialistas médicos a los sitios más vulnerables. La fundación funciona de dos formas: hacen visitas de reconocimiento y luego van cada seis meses a darle continuidad a su labor. “Si descubrimos problemas de desnutrición, no podemos hacer una sola visita, sino que hay que volver a hacer revisión. Les enviamos los medicamentos para levantar las curvas y a los seis meses vamos y miramos si mejoró”. Si hay casos complicados, los pacientes entran al programa Soñadores Azules y los llevan a Bogotá y los atienden mediante algún convenio. “Luego los devolvemos sanitos a su sitio”.
Para 2022 tienen un nuevo proyecto para construir en algunas comunidades centros en alianza con la Fundación Techo. “Buscamos patrocinios para que haya médico de planta y enfermera.
Las necesidades son marcadas dependiendo de la región. En Casanare, donde la gente es agricultora, hay muchos más reportes de problemas relacionados con la especialidad de ortopedia y fisioterapia. También hay muchos problemas de desnutrición. “Aunque los niños están obesos, es porque solo comen papa o yuca. En Amazonas hay más temas psicológicos y psiquiátricos porque hay mucho abuso sexual. Las comunidades indígenas, que tienen otras jurisdicciones, presentan problemas de desnutrición. Es triste. Y cada región es así”.
Según la directora, si una persona mira las cifras del DANE observa que el 94 % de la comunidad está afiliada al sistema de salud, “pero va a estos lugares y no hay un centro de salud; literal: tienen un carné, pero no tienen acceso, y para una cita deben trasladarse cuatro y cinco horas a lomo de caballo. Muy triste”.
SEMANA: ¿Encuentran allí muchas enfermedades crónicas?
Lina Albarracín (L. A.): La gente ni siquiera sabe qué es un cáncer. A todas las brigadas llevamos enfermeras especializadas para hacer citología, las procesamos y les enviamos el resultado y hemos encontrado, en Amazonas, que de 60 personas, siete tienen cáncer y hay que llamarlas, explicarles, traerlas a Bogotá. Tienen el colesterol en el techo, hipertensión cuando les hacemos los exámenes. La gente no conoce y por eso tenemos que hacer programas de promoción y prevención.
SEMANA: ¿Han visto resultados?
L. A.: Hay cuatro comunidades a las que vamos fijo cada seis meses. Y de esas hay comunidades a las que hace seis años venimos yendo Casanare y Amazonas son laboratorio de datos. En algunas hemos visto mejoras de nutrición. El tema es que solos no podemos. Estamos haciendo el trabajo del Estado.
SEMANA: ¿El Estado ayuda?
L. A.: Queremos llegar al Estado a través de los medios y hemos hablado con personas del ministerio, pero en este momento nos dijeron que había que esperar ya al nuevo gobierno. Cuando uno va a las comunidades uno sabe que esto debería hacerlo el Gobierno, pero no nos podemos quedar quietos y dejar que se mueran. Mientras tanto toca hacer algo.
SEMANA: ¿Cuál es la problemática más recurrente en estas regiones?
L. A.: En estas comunidades el problema es la pobreza. No tienen acceso al agua, a la luz, el agua no es potable, en fin. Pero el Gobierno les apoya en algunas cosas. Desde el tema médico hay tres cosas recurrentes en todas y son la desnutrición, los temas psicológicos y psiquiátricos, gente que de frente nos dice ‘me quiero suicidar’ y temas de piel. La gente no tiene ni los recursos ni el conocimiento del cuidado de la piel y tu ves pieles muy dañadas, algunas con cáncer, otras en las que tenemos de entrada que hacer cirugía.
SEMANA: ¿Qué detona el problema de salud mental?
L. A.: La gente nunca ha tenido acceso a psiquiatra ni a psicólogo. Cuando llegamos con psicólogos clínicos estas personas entran en esa catarsis y lloran, y lo que manifiestan es eso, las cadenas intergeneracionales: mi papá fue pobre, yo soy pobre, mis hijos son pobres, todos aguantamos hambre. Eso les golpea mucho emocionalmente. El tema del trabajo es duro porque a veces deben dejar a los niños solos para salir a trabajar. Es una problemática social.
SEMANA: ¿Cómo se puede solucionar esa problemática?
L. A.: Uniendo muchos esfuerzos. Si fundaciones como nosotros que no tenemos muchos recursos, y solo con ganas logramos hacerlo, imagínese cómo sería si pudiéramos articularnos muchos más. Personas naturales que digan “dono 50 mil mensuales” y eso ya sería mucho. Una de nuestras filosofías es “uniendo manos somos más”.
SEMANA: ¿Quiénes son los médicos que van a estas brigadas?
L. A.: Son voluntarios que levantan la mano y dicen “quiero ir y no me importa si pierdo días de trabajo”. Se unen como en un voluntariado. Puede aportar con tiempo, con dinero, hay muchas formas de ayudar. En Tamara, Casanare, no hay hoteles, nos toca quedarnos en carpas y en la noche la temperatura es de 35 grados. Los especialistas son médicos VIP que van a quedarse en esas carpas. Van cirujanos, cardiólogos, y llevan todo su equipo y aportan un día de trabajo que vale 20 millones de pesos.
SEMANA: Hace unos años el conflicto armado era un obstáculo para llevar la salud a las regiones. ¿Hoy el orden publico sigue siendo un problema?
L. A.: El tema de los cuerpos armados sigue siendo un problema, aunque ellos a veces ayudan. En Arauquita, Arauca, el tema del conflicto está complicado, pero ellos mismos nos protegen para que podamos hacer la brigada y a veces terminamos atendiendo población civil y a los mismos guerrilleros o a los migrantes. No distinguimos.
SEMANA: Cuando usted ve las estadísticas de salud en la ciudad y en la ruralidad, ¿se refleja todo esto?
L. A.: Total, nosotros vamos a Leticia, que es ciudad capital, pero también vamos a La Chorrera y la diferencia entre ellos es terrible. Los niños de seis años de Leticia son más altos que los de La Chorrera, por la desnutrición. En la región y las subregiones ya hay desequilibrio. Aun cuando hay pobreza en Leticia es mucha más en las zonas apartadas del Amazonas.