En los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 seis atletas de varias nacionalidades ganaron medallas de oro en sus respectivas disciplinas. Todos tenían en común haber usado uniformes rojos durante las rondas eliminatorias que los llevaron al podio. Cualquiera pensaría que se trata de una coincidencia, pero según un estudio el color fue crucial. De las 457 competencias de taekwondo, lucha libre, lucha grecorromana y boxeo de Atenas 2004 quienes usaron el color rojo ganaron más veces. Según los autores, el efecto fue aún mayor cuando la competencia era pareja, en cuyo caso, el contrincante de rojo ganó en el 62 por ciento de los casos.Este tipo de efectos sutiles siempre ha llamado la atención de Adam Alter, un psicólogo y profesor de mercadeo de la Facultad de Economía de la Universidad de Nueva York. El rojo, según explica, ha sido asociado con la agresión y el poder y por ello, quienes se visten así en una competencia se sienten superiores a sus contrincantes, por ejemplo de azul, que a su vez los perciben como más agresivos. En otros contextos, el mismo rojo dispara pasiones y en otros incita a la rebelión. El rosado chicle, que en inglés se conoce como drunk tank pink, fue usado en la década de los ochenta en los consultorios de dentistas, psiquiatras, médicos e incluso en las cárceles, por su efecto calmante. El azul ha demostrado reducir la criminalidad, y las luces verdes y azules son efectivas para regular el ritmo circadiano.En su libro Drunk Tank Pink, Alter recopiló esta y otras evidencias científicas sobre cómo el color, los nombres, los símbolos, las etiquetas, los lugares, el clima y las personas moldean el comportamiento humano. “Son señales que influyen en lo que sentimos y pensamos, y afectan nuestras decisiones de manera inesperada”, dijo el autor a SEMANA. Si una persona se atasca y no consigue solucionar un dilema, observar el símbolo de un bombillo, por ejemplo, le ayuda a lograrlo. Y si se quiere fomentar la honestidad, la imagen de un par de ojos es suficiente, pues con ello las personas se sienten observadas y actúan de manera ética. El símbolo de Apple incrementa la creatividad debido a la asociación que la gente hace con dicha marca. “Nos gusta pensar que tomamos decisiones como resultado de un cuidadoso e inteligente proceso de pensamiento, pero la verdad es que los psicólogos han descubierto una serie de fuerzas invisibles que moldean a la gente inconscientemente”, explica el experto. Un estudio hecho por el propio Alter demuestra lo anterior. El investigador tomó dos billetes de un dólar, uno real y otro falso, y le preguntó a un grupo de participantes cuántas cosas podrían comprar con cada uno. Aunque estos no se percataron de que uno era falso, reportaron poder comprar 60 por ciento menos productos con el de mentiras que con el verdadero. Un nombre habla de la edad, el género, la raza y el nivel socioeconómico de las personas, pero también tiene un peso más allá de lo consciente. A esto se le conoce como determinismo nominal, y se observa cuando los nombres o apellidos coinciden con la profesión de sus dueños, como sucede con el actual jefe de justicia y leyes de Inglaterra y Gales, Igor Judge (juez, en inglés), o el de Christopher Coke, el más notorio traficante de drogas jamaiquino, cuyo apellido traduce cocaína. Aunque muchos podrían señalar estos ejemplos como anécdotas, según el autor el nombre propio deja una impronta en la mente y esta funciona como un imán que atrae a su dueño hacia el concepto que encierra. “El ser humano es una especie tan egoísta, que es posible que la gente prefiera seguir caminos que les recuerden a sí mismos”, agrega Alter. Hay otros casos en los que el nombre afecta la vida de las personas en formas insospechadas. Un estudio que analizó las donaciones de la Cruz Roja encontró que la gente se siente más atraída a hacer aportes a tragedias causadas por huracanes que empiezan con su inicial. Entre 1998 y 2005, los individuos cuyos nombres empiezan por la letra K donaron el 4 por ciento a dichos desastres. Pero cuando Katrina arrasó con Nueva Orleans, esa cifra aumentó al 150 por ciento. Se podría pensar que esto se debe a la magnitud de la catástrofe, pero los investigadores vieron el mismo patrón con otros huracanes de menor impacto. Alter explica que a la gente le gustan sus iniciales más que otras letras, “por lo tanto, es posible que sean más sensibles a hechos y cosas con los que la comparten”. Los nombres también son indicadores de ascenso en la escalera corporativa, según una investigación del propio Alter, quien constató que los abogados que están en el punto medio de sus carreras suben más en la jerarquía de los bufetes cuando tienen nombres fáciles de pronunciar. Más inesperado aún es que aquellos con apellidos entre la N y la Z, que siempre han sido los últimos en las listas alfabéticas, tienden a responder más pronto a oportunidades limitadas, como la entrega de tiquetes gratuitos u ofertas de trabajo.Lo mismo que los nombres, las etiquetas son importantes por el poder que el lenguaje ejerce en la mente. Por ejemplo, los rusos tienen una palabra para el azul claro (goluboy) y otra para el azul oscuro (siniy), mientras en el idioma inglés solo hay una para ambos: blue. En un estudio en el que los participantes de ambos países debían decidir cuál de dos cuadrados azules hacía pareja con un tercero del mismo color, los rusos resultaron más rápidos, lo que, según el autor, demuestra “cómo la percepción del mundo es maleable en las manos de las etiquetas”.El efecto de los rótulos puede ser de doble filo, especialmente cuando se aplican a las personas, pues “llevan a estereotipos inconscientes que afectan sus vidas”, dice Alter. En una investigación, los estudiantes de la Universidad de Princeton debían definir el nivel de desempeño intelectual de una niña llamada Hannah. Para ello se hicieron dos videos: en uno se mostraba a la pequeña en un barrio de clase alta, y en el otro, en uno pobre. En ambos ella contesta una prueba de matemáticas y ciencias sociales, en la que a veces acierta y otras no. Al final del trabajo, la Hannah rica tuvo un puntaje por encima del promedio de su edad, mientras que la pobre fue catalogada como rezagada. Entre las señales sutiles que afectan la vida diaria, el clima tiene una gran influencia sobre cómo la gente invierte su dinero. Un estudio que analizó 26 diferentes mercados financieros entre 1982 y 1997 encontró que los precios aumentan más en días soleados que en los lluviosos. El lugar donde un individuo se encuentra también ejerce una fuerza insospechada. Se ha demostrado en forma reiterativa que un enfermo se recupera más pronto en una habitación con vista a un paisaje, que cuando la ventana da a una pared de ladrillo. Aún más interesante es el hecho de que los niños que viven en apartamentos ubicados en los primeros pisos, cerca de una autopista ruidosa, aprenden a hablar y leer más lentamente que los que viven en pisos más altos. Esto se debe a que tienen problemas para escuchar y no distinguen la diferencia entre palabras similares. Y tal vez la influencia más importante es la de otras personas. Está probado que el contacto humano es necesario para vivir, pero a veces la presencia de otros afecta el desempeño individual. “Hay corredores, como Usain Bolt, que sacan toda su capacidad cuando están en competencia”, afirma el autor. Pero se ha evidenciado que los estudiantes tienen mejores notas cuando presentan exámenes en grupos pequeños.Son tantas señales, que, según Alter, es difícil que el cerebro las aísle e interprete. Por eso, el libro apunta hacia la posibilidad de ser conscientes de esas fuerzas invisibles que gobiernan la vida de la gente. Como él mismo dice: “La gente va a tomar mejores decisiones si entiende cómo esos factores nos afectan. La idea es maximizar la posibilidad de resultados positivos cuando somos conscientes de ello”.