El Trastorno del Espectro Autista (TEA) es un trastorno del neurodesarrollo, de carácter crónico. Afecta fundamentalmente a la comunicación e interacción social y a la rigidez cognitiva. En la mayoría de los casos, se manifiestan en los primeros cinco años de vida y, aunque varía de unos países a otros, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) afecta a uno de cada 160 niños (uno de cada 88 en Estados Unidos). Se utiliza la palabra “espectro” para evidenciar la variabilidad existente entre cada individuo dentro del mismo diagnóstico que, hoy por hoy, ni tiene cura ni se conocen sus causas.

Tanto la rigidez cognitiva como las dificultades en la comunicación y la interacción social impactan directamente en el desempeño ocupacional de los niños y niñas, afectando en la totalidad del día a día. Por ejemplo, en el descanso y sueño, educación, trabajo, juego, ocio y participación social. En este contexto, lo que pretenden las terapias no farmacológicas es ayudar a mejorar la sintomatología o realizar nuevos aprendizajes que hagan posible la participación en los entornos que le son propios por edad.

Intervenciones asistidas con animales en personas con TEA

En los últimos años se evidencia un incremento de la literatura científica destinada al estudio de las intervenciones asistidas con animales (IAA) en diversas poblaciones, incluido el TEA. Según la International Association of Human-Animal Interaction Organization (IAHAIO), una IAA es “una intervención estructurada y orientada por objetivos. Tiene como propósito obtener beneficios terapéuticos para los humanos, incorporando animales en el ámbito de la salud, de la educación y en el ámbito social”.

Por qué los animales salvajes no deben formar parte de las terapias asistidas

Al realizar una búsqueda en la base de datos Pubmed, podemos observar que el primer trabajo (cuyo contenido no está disponible) es de 1999. Según muestra el título, presenta los efectos en la funcionalidad utilizando terapia con delfines.

Foto de referencia | Foto: ©Martine Doucet

Desde 1999 han cambiado las cosas respecto al “uso” de los animales como método terapéutico. Sobre todo, por cuestiones éticas y conceptuales. Los animales que participan en las sesiones deben hacerlo sin desnaturalizar sus comportamientos, siendo lo que son, no robots programados al antojo humano.

Desde 2014, organizaciones internacionales como la mencionada IAHAIO afirman que ningún animal salvaje ni especie éxotica debe ser incluido en ningún programa de IAA: “Las razones para esta negación son muchas, incluyendo el elevado riesgo de zoonosis y el bienestar animal”.

Continúa recogiendo lo siguiente:

“La Sociedad de Conservación de Ballenas y Delfines considera que las Terapias Asistidas con Delfines son incapaces garantizar las necesidades físicas y psicológicas tanto de los participantes humanos como de los delfines”.

Utilizarlas se considera un grave error, al perjudicar tanto a los animales implicados como a las personas.

¿Es útil este tipo de terapias?

Entre los beneficios reportados por los estudios sobre las terapias con animales se incluyen la mejora de los comportamientos prosociales, la autoeficacia, la motivación para participar y la mejora de las conexiones emocionales con otros miembros de la familia.

Los trabajos revisados hablan de resultados esperanzadores en el caso de la terapia con perros para mejorar objetivos de lenguaje y conducta social. Una revisión de 2013 encontró resultados positivos en interacción social y la comunicación. También una disminución de las conductas problemáticas, la gravedad del autismo y el estrés.

Otra revisión de 2018 centrada en terapia con caballos encontró efectos beneficiosos sobre las habilidades conductuales. Hasta cierto punto, también sobre la comunicación social. Aun así, las pruebas de los efectos positivos de la equinoterapia en las habilidades perceptivo-motoras, cognitivas y funcionales son actualmente limitadas.

Prácticamente todos los trabajos y revisiones afirman que es necesario mejorar los aspectos metodológicos. Por ejemplo, a través de muestras más amplias, del uso de grupos control y de la homogeneización de los instrumentos de evaluación.

También existen estudios en población adulta

Uno de los trabajos en población adulta pretendía evaluar la viabilidad y la aceptación de programas de terapia asistida con perros en este tipo de población. Entre los hallazgos más relevantes (además de la valoración positiva de los profesionales) fue la valoración de los propios participantes. ¿Las razones? Una mejora de la visión de sí mismos y de su alegría y relajación gracias al contacto físico con un perro de terapia.

Otro estudio recogía que los participantes presentaban una notable adherencia al programa de terapia y efectos clínicamente relevantes de la terapia con perros. Esta reducía el estrés percibido y los síntomas de agorafobia y mejoraba la conciencia social y la comunicación en adultos con TEA con inteligencia normal y alta.

Foto de referencia | Foto: Getty Image

Sobre cómo las terapias asistidas con perros pueden ayudar, las conclusiones de un estudio de tipo longitudinal publicado en 2020 señalan que su aplicación temprana es factible y parece mejorar las habilidades de comunicación e interacción social.

Efectos positivos, no milagrosos

Por todo lo anterior, parece prudente afirmar que, bajo ciertos parámetros de rigor en su diseño, sobre todo con perros y caballos, estas terapias generan efectos positivos en los niños con TEA. Estos generan expectativas en las familias que a veces les pueden hacer buscar unos resultados cuasi mágicos. Es evidente que esto no es así.

Por otro lado, no hemos encontrado trabajos sobre los efectos de estas terapias en los animales participantes. Dado que son el elemento clave, parece necesario comprender cómo su participación en una comunicación bidireccional podría incrementar los beneficios mutuos en lo que ya es una necesidad de inclusión y es el concepto de “onewelfare”. No sería justo que recayera todo el peso de la elección de estos programas en las familias. Si existiera una regulación al respecto de las IAA nos ahorraríamos dinero y disgustos.

Finalizo con las conclusiones de Fiksdal y su equipo en referencia a las terapias con delfines: “La dependencia y el uso sin restricciones de terapias no probadas para niños con autismo están obstaculizando el campo del tratamiento y la investigación de los TEA. La dependencia de terapias sospechosas ha llevado a expectativas poco saludables y realistas de progreso y mejora para los niños con TEA”.

Por: Nuria Máximo Bocanegra

Terapeuta Ocupacional, profesora del Departamento de Fisioterapia, Terapia Ocupacional, Rehabilitación y Medicina Física. Directora Cátedra Investigación Animales y Sociedad., Universidad Rey Juan Carlos

Artículo publicado originalmente en The Conversation