Laurent Simons se ha convertido en una sensación mundial. En uno de sus tantos videos en YouTube aparece ante un periodista con su investigación en la Universidad Tecnológica de Eindhoven, donde está a punto de graduarse como ingeniero eléctrico. Es un circuito computacional que replica una función del cerebro que consiste en “juntar neuronas y hacer conexiones entre ellas para ver la reacción que tienen frente a una medicina”, explica el estudiante. Simons ha cautivado la atención de los principales medios del mundo por haberlo logrado a su edad: el belga, radicado en Ámsterdam, tiene 9 años y sería el estudiante más joven del mundo en graduarse. Hizo el bachillerato en un año y terminó la carrera universitaria –que a todos les toma tres años completar– en tan solo nueve meses. Ahora estudiará medicina, pero antes quiere unas vacaciones para hacer cosas de niños: divertirse con videojuegos y correr con su perro. Hizo el bachillerato en un año y terminó la carrera universitaria –que a todos les toma tres años completar– en tan solo nueve meses Según algunos estudios, la mayoría de las personas tienen 100 puntos de coeficiente intelectual (CI). Los extremos son muy raros: dos de cada 100 tienen menos de 70 o más de 135. Cada vez que se alejan de ese promedio el porcentaje se reduce. Simons se ubica en el extremo superior con un CI de más de 140. Ese número es inalterable. La única manera sería que sufriera un trauma cerebral. Simons, por lo tanto, es un genio. Estos niños generan fascinación, a veces envidia, y, sobre todo, curiosidad. La mayoría quiere saber qué secretos guarda su cerebro excepcional.
La ciencia ha avanzado en esa búsqueda y encontró que la genialidad está lejos de ser algo concreto que se puede señalar, sino más bien una mezcla compleja entre genética y ambiente. Es, sin duda, un rasgo hereditario, aunque eso no significa que los hijos de genios también lo sean. “50 por ciento de las diferencias en inteligencia se deben a la genética”, dice Robert Plomin, uno de los grandes investigadores en el tema. En sus estudios con niños adoptados ha observado que el CI de los hijos se acerca más al de los padres biológicos que al de los acogidos.
Foto: Srinivasa Ramanujan (1887-1920) / Sin formación en matemáticas y a pesar de su pobreza, a los 14 años recibió premios al mérito matemático. Al graduarse de bachiller en 1904, su profesor dijo que merecía más que la máxima nota. A pesar de lo anterior, los científicos no han podido encontrar cuál gen marca la genialidad. Identificaron más de 500, cuyo efecto combinado convierten a estas personas en fuera de serie, pero cada uno de ellos por aparte produce una influencia minúscula en ese resultado. Además, los genes tienen un peso, pero también juega un papel importante el ambiente, y ambas variables interactúan a veces de manera azarosa. La genética da el plano y establece los límites, pero el ambiente determina hasta dónde se desarrolla la persona dentro de esos límites. La mejor comparación es la altura, un rasgo que también se hereda, pero que solo llega a todo su potencial si el niño come bien y hace ejercicio.
Hay factores que bajan el CI, como el poco yodo en la dieta, el plomo de la gasolina y las infecciones parasitarias. Pero otros no son tan obvios y, por ello, difíciles de identificar. Un estudio con gemelos hecho por Plomin mostró que, exceptuando los casos de abuso y negligencia, un ambiente familiar tiene un pequeño efecto en la habilidad cognitiva. Por eso no cree que el estilo de crianza importe tanto como la suerte: que un niño de estos crezca en un ambiente rico y estimulante como la Italia renacentista o en Silicon Valley hoy.
Foto: Terence Tao (1975) / Este estadounidense mostró desde chico gran habilidad para los números. A los 9 años alcanzó 760 puntos en la sección de matemáticas de la prueba SAT, se graduó de su pregrado y maestría a los 16, y hoy, a sus 44, trabaja en UCLA. Pero otros dicen que la casa importa. Terence Tao, de 44 años, uno de los matemáticos más relevantes ahora (asistía a cursos universitarios a los 9 años), tuvo en su niñez un espacio con libros y juegos, que ayudaron a desarrollar su mente curiosa. Los expertos han encontrado una correlación entre el número de palabras que los padres usan en casa hasta los 3 años, lo que indica que los hijos de aquellos que son universitarios pueden escuchar alrededor de 4 millones de palabras, muchas más que niños de escasos recursos. Un ambiente socioeconómico alto, por lo tanto, ayuda al genio a tener más oportunidades educativas. Pero al final, dice Plomin, “Son los factores idiosincráticos los que hacen la diferencia, como que un niño se enferme; pero aun en estas circunstancias, los genios tienden a regresar a su trayectoria genética”. Muchos padres creen que sus hijos son fuera de serie, pero eso es amor. Los genios en realidad sobresalen por tres características básicas. La primera: empiezan a mostrar una sabiduría increíble en idiomas, matemáticas, música u otra materia, y progresan más rápida y fácilmente en ella que los de su edad. Un ejemplo es Wolfgang Amadeus Mozart, quien a los 5 años ya componía muy complejas obras musicales.
La segunda es que obtienen esa sabiduría por ellos mismos, sin necesidad de que sus padres pasen largas noches enseñándoles teoremas y fórmulas o notas musicales. Forzarlos a leer a Nietzsche no va a volver genio a un niño de 5 años, señalan expertos de Mensa, el club de los genios, pues sencillamente estos no se hacen. Por el contrario, ellos desde muy temprano parecen entender el mundo a su alrededor, nunca paran y siempre persiguen altos estándares. Por eso, Lyn Kendall, de Mensa en Gran Bretaña, dice que son determinados desde muy chiquitos. “Es como si pusieran a alguien de 18 en el cuerpo de un bebé”. Las investigaciones muestran que en las familias de genios hay mucha ansiedad y estrés. La tercera es que se obsesionan con un área de interés y, por tanto, sienten un afán por dominar esa materia. Es el caso del matemático Srinivasa Ramanujan, quien antes de cumplir 10 años, en noviembre de 1897, ya había pasado sus exámenes de primaria en inglés, geografía y aritmética, con las mejores calificaciones. A los 11 tenía el conocimiento matemático de un universitario, y a los 13, luego de leer un libro de trigonometría avanzada, descubrió teoremas sofisticados por su cuenta. Esa determinación es clave. “La diferencia entre dos físicos talentosos, uno de los cuales gana un Premio Nobel y el otro no, es su voluntad de triunfar”, dice Kendall.
Foto: Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) / A los 5 años ya componía obras, y a los 6 tocaba el clavicordio, el violín y el clavecín. Tenía una memoria prodigiosa y una capacidad asombrosa para improvisar melodías. Todo esto llenaría de orgullo a cualquier padre. Pero las investigaciones muestran que en las familias de genios hay mucha ansiedad y estrés. Los principales desafíos para los progenitores son cómo cultivar ese desarrollo intelectual y, a la vez, lidiar con el aspecto social de tener un niño de 9 años que no quiere jugar con otros de su edad, sino descubrir ecuaciones matemáticas. Por esto, en muchas ocasiones son víctimas de bullying, como sucede con Adhara Pérez, la niña mexicana de 8 años con un CI de 162, mayor al de los genios Albert Einstein y Stephen Hawking, que tenían cada uno 160. Ella padeció burlas e intimidaciones en primaria por culpa de su evidente inteligencia para el cálculo y las matemáticas. La triste realidad es que no todos los niños genios brillan de adultos. Estos niños sufren de desarrollo asincrónico, pues sus mentes mejoran rápidamente ciertas habilidades, como el control para aprender palabras nuevas, patrones y números. Pero no otras como las que controlan las emociones. El mismo Einstein decía que a pesar de ser tan famoso se sentía muy solo.
Ante esto, los padres se debaten entre cambiarlos a cursos superiores, con el riesgo de que tengan problemas de socialización, o dejarlos con los de su edad, con lo cual podrían perder esa capacidad de aprender más rápido. Los expertos aconsejan matricularlos en programas especializados para ellos, como los que ofrecen algunas universidades, donde pueden tomar clases con los grandes, pero también tener actividades sociales con menores de su edad.
La triste realidad es que no todos los niños genios brillan de adultos. Son superdotados perdidos que no se detectaron a tiempo y, en consecuencia, no tuvieron el estímulo ni la preparación en relaciones interpersonales para triunfar en estas condiciones. No es el caso de Simons, que se prepara para obtener su segundo título y ya piensa en su Ph. D.