En 1956 Colombia le dedicó dos estampillas a Javier Pereira, un anciano cordobés que tuvo sus 15 minutos de fama cuando la organización Ripley lo reconoció como el más longevo de la historia, con 167 años.

Avianca lo llevó por el país, y, a bordo de un Rolls-Royce, fue vitoreado en Nueva York como un héroe.

Pero Colombia olvidó el episodio, del cual tampoco parecen saber los estudiosos que creen que el récord lo tiene la francesa Jeanne Calment, fallecida en 1997, con 122 calendarios encima.

El asunto fascina cada día más a los científicos dadas las cifras. A medida que la medicina controla mejor las enfermedades de la vejez, el número de personas que superan el centenario (115 años se considera el máximo en promedio) aumenta significativamente.

La estampilla que Colombia le dedicó a Javier Pereira como el hombre más longevo del mundo en 1956.

De acuerdo con la ONU, el índice pasó de 95.000 en 1990 a 450.000 en 2015, y se espera que sean 25 millones en 2100.

Según un reciente artículo de The New York Times, estos datos inquietan por las profundas implicaciones en el futuro del planeta.

¿Cuánto es lo máximo que puede vivir un humano?, es la gran pregunta. Unos pesimistas opinan que ya se alcanzó el techo de la edad, en tanto que para otros la existencia humana es como una banda suprema y hasta infinitamente elástica.

Entre 2016 y 2018, Naturey Science, las publicaciones científicas más prestigiosas, polemizaron porque la primera publicó un estudio que fijaba la edad máxima en 114 años.

Science lo refutó ardientemente, pero ninguna de las dos pudo negar una verdad muy vieja sobre el tema: antes de los 80 años, una persona tiene muchas probabilidades de morir, pero a partir de ahí la curva se aplana.

Otros expertos le apuntan más bien al enigma fundamental: ¿por qué envejecen y mueren los organismos, incluidos los humanos?

Como lo recordó el Times, el eminente físico Richard Feynman afirmó en 1964 que “la biología aún no ha encontrado nada que indique que la muerte es inevitable”.

Ejemplos de ello son microbios encontrados en el fondo del mar que habrían sobrevivido más de 100 millones de años.

La hidra no envejece jamás y genera nuevos cuerpos cuando se rebana.

Todo parece indicar que estos seres no perecen por imposición de su propia naturaleza, así que, en teoría, un organismo con la suficiente provisión de energía y capacidad de conservarse a sí mismo, además de la suerte de evadir cualquier amenaza, podría vivir hasta el fin de los tiempos.

Empero son más las especies con una fecha de caducidad, y, según explicaron varios expertos a The New York Times, ello tiene que ver con el proceso de selección natural, que prefiere gastar sus energías en rasgos que favorecen la reproducción –con su mejor momento en la juventud–, y no en el mantenimiento de un ser viejo –el cual ya no garantiza la mejor propagación de la especie–.

En fin, solo los avances biomédicos pueden alargar sustancialmente el ciclo vital, pero eso no lo verá ninguno de los vivos hoy, aunque hay perspectivas halagüeñas.

Según el Times, investigadores lograron modificar el genoma de una lombriz de modo que alargaron su vida en diez años, equivalentes a 1.000 en un humano.

Médicos de la Clínica Mayo demostraron que ciertos cocteles de drogas purgan a ratones de células viejas y viven más.

En la Universidad de California en Berkeley, se implementa un método para filtrar la sangre de moléculas que inhiben la sanación y, además, estimula la producción de compuestos revitalizadores.

Se explotan también virus benignos regeneradores.

“El envejecimiento es más reversible de lo que parece”, dice David Sinclair, investigador de Harvard.

Él sigue un tratamiento que, predice, aplicado cada diez años y con variaciones, revertiría los efectos del paso del tiempo en los humanos del porvenir: ejercicio regular, sauna, baños en hielo, dieta mayormente vegetariana y la droga metformina, para la diabetes, a la que se le atribuyen propiedades “antiedad”. A ello se le suman varias vitaminas y suplementos, como el controvertido resveratrol.