Muchos no entienden cómo una esposa que ha sido engañada por su marido logra reconstruir su relación con él, que una familia distanciada por peleas de dinero se reencuentre o que un niño abusado físicamente por sus padres sea un adulto sin rencores. Este tipo de actos absolutorios hacia el agresor se ven hoy como una falta de carácter o una exagerada generosidad que solo poseen ciertas almas iluminadas. Pero los casos de personas que nunca pensaron aprender a perdonar y lo han hecho son cada vez más frecuentes e incluso se dan en situaciones donde las agresiones eran tan graves que parecían difíciles de absolver. Esto no lo dicen ni la religión ni la filosofía, que por siglos se han ocupado del tema. Lo aseveran científicos sociales y psicólogos que desde hace dos décadas se dieron a la tarea de investigar las repercusiones de perdonar en la salud física, emocional y mental de las personas. Los resultados de dichas investigaciones muestran que hacerlo “no solo es una práctica religiosa sino un componente relevante dentro de una visión amplia de salud”, dice el psicólogo Fred Luskin, director del proyecto Forgiveness, de la Universidad de Stanford. En ese sentido, no solo trae beneficios para el agresor sino principalmente para quien lo otorga. Se han realizado muchos estudios sobre perdón y su impacto en la fisiología, la salud mental, el estrés, así como el perdón en pacientes de sida o cáncer y en relaciones amorosas. Uno de los más recientes, publicado en el Journal of Consulting and Clinical Psychology, revisó una serie de investigaciones y concluyó que cuando se interviene para enseñar a perdonar, las personas reducen más sus índices de depresión y ansiedad. “En la situación contraria se afecta el sistema cardiovascular, el funcionamiento del sistema inmune y aumentan los niveles de la hormona cortisol, causante del estrés”, dijo a SEMANA Everett Worthington, profesor de psicología de Virginia Commonwealth University y coautor de este meta análisis. El perdón restaura la salud porque la hostilidad y el resentimiento, emociones muy negativas para la salud, permanecen cuando no se otorga. “La salud mental se afecta a través de la continua vivencia de los hechos, es decir, de reproducir los pensamientos negativos y la rabia”, agrega Worthington. Un trabajo de Charlotte VanOyen Witliet del Hope College, lo confirmó. La experta le pidió a un grupo de participantes que pensaran sobre alguien que ha sufrido una ofensa grave mientras ella medía la presión arterial, el ritmo cardiaco, la tensión muscular y otros signos fisiológicos. La experta observó que cuando la gente recordaba el resentimiento se incrementaban estos indicadores. Lo mismo sucedió con sensaciones negativas como el estrés, la ansiedad y la rabia. En el grupo donde imaginaron a la víctima perdonando a sus agresores estos indicadores volvieron a la normalidad.En otro trabajo que revisó la evidencia científica sobre perdón y dolor se observó que las personas que perdonan reportan menos dolor. Se ha visto que los pacientes con cáncer dicen tener más esperanza y mayor calidad de vida cuando perdonan. Y gracias a estudios sobre perdón y parejas se evidenció que la clave para mantenerse unidas no es la comunicación ni la habilidad para solucionar conflictos sino la capacidad de reparar los daños. “Y el perdón ayuda a sanar las heridas de este vínculo íntimo”, dice Worthington.Los expertos señalan que hay varios tipos de perdón. Uno de ellos implica no ejercer ninguna revancha contra el agresor sino tratarlo con dignidad. Este elemento ha sido incorporado al perdón por expertos de la Universidad de Harvard quienes sostienen que es crucial en el proceso ver al agresor como una persona vulnerable, que a pesar de lo que hizo, tiene un valor como ser humano. “La conciencia de esa dignidad requiere restaurar la empatía hacia el ofensor y reconocer que todos tenemos instintos tanto agresivos como nobles”, dijo a SEMANA Donna Hicks, psicóloga que ha trabajado ampliamente el concepto.También existe el perdón emocional, que consiste en cambiar poco a poco los sentimientos negativos de resentimiento, rabia y odio por otros más positivos como compasión, simpatía e incluso amor. Esto no significa que el perdón venga necesariamente de la mano de la reconciliación. La psicoterapeuta Lucero Vargas, creadora de los centros de reconciliación en Colombia, dice que es posible que el perdón requiera apenas de un pacto de coexistencia, como podría suceder en el caso de colegas de trabajo que a pesar de la agresión deben seguir colaborando juntos. También se puede perdonar con un pacto de convivencia, con el cual el perdón ayuda a que las partes se respeten para atender asuntos en común, como por ejemplo, un hijo. Así mismo puede haber perdón con un pacto, en cuyo caso la reconciliación se daría a partir de un nuevo acuerdo. Infortunadamente, el desconocimiento sobre lo que significa el perdón ha llevado a que muchos ni siquiera lo intenten. Vargas sostiene que en la cultura colombiana priman la venganza y la retaliación. Además aún se ve como una debilidad humana o una exclusividad divina. “Creen que el único que perdona es Dios”, dice Vargas. Otros piensan erróneamente que perdonar es tener paciencia y autocontrol. Pero eso “apenas es decidir no responder negativamente para preservar la armonía”, señala Worthington. Tampoco significa olvidar porque la gente debe recordar para perdonar; ni requiere que haya o no justicia, o excusar el comportamiento del otro. En la experiencia colombiana con los centros de reconciliación se busca que el ofendido deje su actitud de víctima por una de victoria, lo cual implica levantarse, reconocer el daño y no permitir que aquellos sentimientos negativos que dejó el agresor controlen su vida. Lo contrario es quedarse en una situación de dolor permanente que, como demuestran los estudios, genera un malestar físico y emocional, que eventualmente lo podría enfermar. La evidencia señala que el perdón no requiere de la presencia del agresor porque se trata de un proceso de limpieza personal de las emociones que el culpable dejó en la persona. Se sabe que las mujeres tienden a perdonar más que los hombres y que la edad influye en el proceso porque, como se ha observado en trabajos científicos, las personas mayores de 45 años tienden a perdonar más que los jóvenes. También se ha observado que el impacto físico positivo del perdón es mayor en la medida en que la persona envejece. El psicólogo Robert Enright ha trabajado el perdón en niños irlandeses y, a través de estrategias sencillas como ponerse en los zapatos del otro, ha visto que pueden prevenirse los comportamientos hostiles, lo que a la postre lleva a una sociedad más pacífica. “Así, por ejemplo, cuando alguien no los saluda no se ponen bravos ni toman acción contra esa persona sino que tratan de explicar la situación de otra manera. Son los juicios de valor los que generan malestar y rabia, y la idea es intervenir sobre este tipo de disgustos de la vida diaria”, dice Paula Monroy, directora de la Fundación para la reconciliación.Estas ofensas menores curiosamente son las que más problemas generan en el país. Según Forensis, la revista del Instituto Nacional de Medicina Legal, el 75 por ciento de la violencia en el país es cotidiana y se da por riñas, problemas intrafamiliares, venganzas, y no por el conflicto armado. De esta forma, para lograr un clima de paz necesariamente habría que empezar por perdonar en casa. No se trata de ser pasivo ante una injusticia ni de responder violentamente sino de darse cuenta de que albergar ese rencor por ofensas menores o graves y desearle el mal a la gente, como diría William Shakespeare, equivale a tomar un veneno esperando que el otro sea el que muera.