Este fue un año que concientizó a todos acerca de una realidad: los cambios llegan en cualquier momento. Para algunos fue perder un ser querido; para otros, el trabajo. Tener que cambiar de planes para el futuro, trabajar desde la casa, no poder salir a lugares que antes frecuentaba, no respirar el aire fresco fuera del hogar son apenas otras de esas pérdidas experimentadas durante 2020. Todos estos hechos generaron un quiebre en la gente, pero cada cual lo vivió de manera diferente. Y no por eso unas pérdidas fueron más importantes que otras.

Quien lo dice es Silvia Trujillo, coach de vida especializada en todo tipo de duelos, desde aquellos que han perdido una mascota hasta un familiar, sin saber qué hacer con ese dolor. Ella los entiende a la perfección, porque ha vivido ese proceso. Hace más de dos años, falleció su hija de 7 días de nacida y por mucho tiempo lloró y buscó respuestas para sobrellevar esa pena. Con esa caja de herramientas encontrada en su propia experiencia, hoy ayuda a quienes viven un hecho similar.

Pero este año fue diferente, pues aparecieron muchos más casos, especialmente grupos familiares afectados por la pandemia que padecieron varios duelos simultáneos. Ante la necesidad, Trujillo hace poco publicó el libro Renaciendo al dolor, en el cual comparte esas herramientas para sanar la herida de un duelo, cualquiera que sea.

Aunque para muchos hay una gran diferencia entre el duelo de perder un bebé frente al de quedarse sin trabajo, para ella todos son iguales, y “ni se compara ni se clasifican. Solo se sienten”. Por eso es tan válido hacerle el duelo a la pérdida de una posición laboral como a un hijo. Ninguno es comparable, pues todos los duelos hacen sufrir a las personas que los llevan a cuestas. Y este año sí que todos perdieron. “Perdimos hasta la libertad de movilizarnos a donde queríamos”, dice ella. Por tanto los colombianos, y hasta el mundo entero, están en duelo y deben procesar ese sufrimiento para seguir adelante.

Para Trujillo, el duelo es cualquier pérdida que cause dolor, y al afirmarlo no cree que haya un escalafón de duelos más grandes que otros. “Sería injusto decir que el de un hijo es el peor”, dice, porque muchos sufren profundamente por otros: el de los padres que no pueden tener hijos o los que son diagnosticados con un cáncer u otra enfermedad. “La única que puede decidir qué le causa ese dolor es cada persona”, explica. A pesar de esto, la gente sí categoriza ese sufrimiento.

Este año, por ejemplo, algunas parejas se divorciaron y llegaron a su consultorio apenadas por hacerle duelo a esa separación en medio de la pandemia. “Sentían que no tenían derecho, porque, en comparación con la crisis, un divorcio no era tan grave”, dice la experta, y explica que en ese caso lo que hicieron fue comparar su dolor con el de los demás y minimizar el suyo. Las mudanzas que muchos emprendieron por la pandemia generaron un duelo y también fueron motivo de consulta. Obviamente, hubo muchos duelos por la muerte de algún familiar. Y los de la covid, dice la autora, fueron diferentes a los demás, dado que son repentinos, y no dan tiempo ni de decir adiós ni de prepararse para la muerte, a diferencia de una enfermedad terminal, pues la gente alcanza a dejar sus asuntos en orden.

Claudia Torres, la mujer de aretes dorados y pelo negro, fue la hija de don Maximino que cuidó de él y de su esposa los últimos años. La que lo acompañó en ambulancia desde Florencia hasta Bogotá y quien se dedicó estos últimos meses a rehabilitarlo. Reportaje gráfico: Esteban Vega La-Rotta

La rapidez con que muchos se fueron por la covid hizo que en el cerebro quedaran archivos incompletos y, por lo tanto, difíciles de procesar: la persona estaba bien hace una semana y a la siguiente todo lo que recibían sus deudos era una caja con sus cenizas. Otra diferencia de la pérdida de un familiar por covid es que la negación, un estado característico en cualquier duelo, se hizo más compleja. A esto se sumó que no hubo ritual de cierre, algo importante en duelos por muerte, y, debido a las restricciones, estas familias no pudieron recibir la compañía de otros ni mucho menos un abrazo de consolación. “Fueron duelos que se vivieron en soledad y eso añade una carga adicional”, señala la experta.

Otro duelo repentino fue la pérdida del trabajo. “Hubo gente que tenía planeado su año y de pronto le dijeron que estaba despedido”. Asimismo, la pérdida de la salud, pues con la covid ese cambio fue súbito: un día la persona estaba bien, y al otro, en una unidad de cuidados intensivos, intubada. Algunos se deprimieron por la pérdida de la libre movilidad o por la soledad o por la incertidumbre, y todos esos factores provocaron que la aceptación llegará más tarde de lo habitual y pasaran mucho más tiempo con ese dolor.

El proceso de sanar esas heridas es igual para todos y comienza por dejar de culpar de las cosas que pasan a terceros, a un dios o, en el caso de la pandemia, a los chinos. En algún momento de la vida, a todos les tocará enfrentar situaciones difíciles que los frenan en seco, pero que brindan la oportunidad para que tomen decisiones sobre qué rumbo elegir. Las personas, según ella, tienen tres opciones: quedarse en la historia de dolor como una víctima, seguir la vida y tapar con tierra ese sufrimiento, y, la que ella escogió, entregarse al dolor y decidir qué ser a partir de ese momento.

Entender que el duelo no tiene tiempo es otra de sus recomendaciones, por lo tanto, pretender que a partir de tal fecha hay que estar totalmente recuperado no solo es poco saludable, sino improbable. Esto es así, pues, como explica Trujillo, hay dos tipos de tiempo: el cronológico, que mide los días, meses y años, y el que ella llama kairós, como el dios griego, que es el de los tiempos sin tiempo. Un duelo se vive en el tiempo kairós. Es más, la tristeza de una pérdida puede que nunca se cierre, pues siempre habrá algo que detone ese dolor. Lo que ella busca es que la gente aprenda a vivirlo sin sufrimiento.

Para sanar, la persona debe aceptar y atravesar el dolor. “Uno no lo puede esconder ni evadir ni saltar, y por eso duele tanto y le tenemos aversión”, dice ella. El lado bueno es que el dolor es como un niño pataletudo, que, así como no se calma si lo ignoran, cuando se le da atención cala en los huesos, pero finalmente se apacigua. Ese dolor, dice, es una invitación a la transformación que la gente puede aprovechar para renacer. Un duelo es la oportunidad de escribir una nueva historia.

Así lo vivió ella. Hace dos años renunció al trabajo en una corporación, volvió a ser mamá, pero de una manera diferente (adoptó una niña, María Paz), y se convirtió en coach de tiempo completo. “No sé si mi vida es mejor o peor hoy, pero es más auténtica y me caigo mejor a mí misma”. En 2020 muchos vivieron o atraviesan por un duelo debido a la covid. Para algunos fue no poder viajar, para otros, la pérdida de capacidad adquisitiva. A mucha gente le tocó un ajuste salarial y en su estilo de vida. Hubo pérdida de libertad, de contacto físico y en las relaciones. En ese sentido, fue un duelo colectivo que, de paso, dejó una enseñanza: la vida es una historia pendiente en la que nada está escrito.

En este caso, el saludo de la paz fue el único rito litúrgico en el que los familiares no pudieron guardar la distancia. La tristeza era tanta que decidieron abrazarse. Reportaje gráfico: Esteban Vega La-Rotta

El camino para sanar

• Aprender a aceptar la pérdida e incorporarla a la historia de vida.

• No comparar los dolores.

• Identificar si es víctima o evasivo.

• Diferenciar entre dolor y sufrimiento: el primero es la sensación emocional que genera la pérdida, mientras que el segundo es la historia mental que cada uno se cuenta acerca de lo que pasó.

• Cuestionar su papel como profesional, mamá o pareja.

• Ponerles nombres a las emociones y permitirse liberarlas.

• Cerrar pendientes de otros duelos.

• Entender que la culpa no lleva a ningún lugar sanador.

• Saber que el duelo no se hace con la razón, sino con la emoción. El dolor no se calma con explicaciones racionales. En últimas, lo que duele es la ausencia de lo que se perdió.