La lectora que sueña con ser médica
Para Luciana Rojas García, lograr un buen puntaje en el examen Saber 11 del Icfes fue una misión que se propuso desde hace tres años, consciente de que en su casa no abundan los recursos económicos para costearle una carrera universitaria.
“La meta era lograr un resultado que me permitiera aspirar a una beca, esperaba al menos unos 440 puntos”, cuenta la estudiante bogotana.
A sus papás, Elizabeth y Mauricio, no les sorprendió esa enorme determinación. “Es que ella ha sido siempre así, desde que estaba en preescolar y fue candidata a ser becada. Le gustaba participar en olimpiadas de química y de biología, fue secretaria del Modelo ONU de su colegio. Siempre por su propia iniciativa, siempre deseosa de aprender”, relata con orgullo su mamá, psicóloga y educadora, que aún recuerda con emoción el pasado 4 de noviembre, cuando su hija les contó a todos en casa que había logrado el máximo de puntos posibles, 500, en estos exámenes que evalúan las destrezas académicas de los estudiantes en Colombia.
Con 16 años y a punto de graduarse del Liceo de Colombia Bilingüe, donde estudia desde transición y estuvo becada durante todo el grado 11, Luciana sueña con convertirse en médica. “Le encanta esa carrera porque le implica estudiar mucho. Su abuela murió de cáncer y ella siente que puede convertirse en una médica investigadora para que otras personas no pasen por ese mismo sufrimiento”, dice Elizabeth.
Por ahora, hay dos universidades en el horizonte: la Universidad Nacional y la Universidad de los Andes. Y la esperanza de Luciana y los suyos es que al menos una de las dos instituciones premie su brillante resultado con una beca completa. Es que, aunque suene increíble, ninguna de la dos alma mater le ha planteado esa posibilidad abiertamente a la familia Rojas.
Mientras lo logra, Luciana no se queda quieta. Ya revisó el pénsum de ambas universidades, sus programas de investigación, profesores y red de hospitales. “Es que la educación tiene que ser algo gratificante”, se le escucha decir a esta bogotana, a quien su mamá define “como una viejita en el cuerpo de una niña”, porque es capaz de hablar con solvencia de historia, de fútbol, de literatura. “Sabe de todo, ningún tema le queda grande”, asegura Elizabeth.
Precisamente, cuando se le pregunta sobre el secreto para lograr un puntaje redondo en este examen, Luciana lo hace ver fácil y suelta dos datos claves: confiesa, por un lado, que no hay que esperar hasta décimo y 11 grado para prepararse y que, desde muy jóvenes, es necesario cogerles amor a los libros y la lectura.
“Leer mucho sirve para estas pruebas porque cuando las realizas toca leer demasiado y por varias horas, así que es bueno tener el cerebro entrenado”, relata la estudiante, que es hija única.
En su caso, en un año promedio llega a leer más de 50 libros. Le gusta la ficción y autores como el estadounidense John Green, de quien disfrutó títulos como Bajo la misma estrella y Buscando Alaska. En su cuenta ya suma además toda la saga de Harry Potter, libros de superación y otros sobre sociedades distópicas, como La reina roja.
Su mamá agrega otro ingrediente a la exigente preparación de su hija: Luciana practicaba con las cartillas de simulacro que le facilitaba el colegio “y subrayaba las preguntas que no entendía. Se detenía en cada una hasta dar con la respuesta correcta”.
Y aunque Elizabeth reconoce en su hija a “una nerd”, Luciana cuenta entre risas que estudiar nunca ha sido para ella una obligación y que fue dichosa en la pandemia, encerrada en su casa aprendiendo sin parar, contrario a muchos otros jóvenes de su edad.
“Mis amigos me dicen que estudio hasta para desaburrirme”, confiesa esta hincha del Santa Fe, amante del croissant de almendras con chocolate; que es feliz paseando en el parque a Osa, su perra; jugando tenis con su papá los fines de semana desde las seis de la mañana y saliendo a cine con sus amigos.
Es la misma Luciana que disfruta escuchando pódcast en inglés, y a la que no le gusta perder tiempo en las redes sociales, por lo que cuenta con un sistema en su celular que le avisa si ya lleva demasiadas horas extraviada en medio de likes y ‘me gusta’.
Según su mamá, tampoco es rumbera. “Uno qué aprende en la rumba, me dice Luciana”. Ese tiempo, dirá la estudiante, prefiere emplearlo en estudiar, “que es una forma de felicidad”.
El niño genio de Buenaventura
En el barrio Bellavista de Buenaventura la vida se resuelve entre la esperanza y el temor que durante años han sembrado las pandillas y las bacrim. Grupos armados integrados por jóvenes en su mayoría.
Muchachos como Diego Fernando Castaño, que a sus 18 años convirtió a este sector en noticia, pero esta vez no en las páginas judiciales.
El pasado 4 de noviembre, se recuerda a sí mismo abrazado a su madre, Mónica Liliana Castaño Mosquera, en medio de las lágrimas, después de conocer los resultados del examen Saber 11 del Icfes, que presentó en agosto pasado, y en el que alcanzó una hazaña. Un resultado redondo: 500 puntos sobre 500 posibles.
“Fue un momento de mucha emoción, de no creer lo que había pasado. Pero también de gratitud, a mi mamá, por todo su esfuerzo y su lucha conmigo, y a toda la gente, mis profesores, que hicieron posible este buen resultado”, asegura este bonaverense.
La buena nueva se regó como pólvora en todo el barrio, marcado por el microtráfico de drogas y las fronteras invisibles. Diego Fernando, el juicioso estudiante graduado de la Institución Educativa Termarit, del barrio La Transformación, un colegio público, había puesto a Buenaventura en los titulares de los medios nacionales, esta vez no por la violencia urbana que desangra al puerto desde hace décadas, sino por haber perseverado en su sueño de alcanzar un buen resultado y, con este, una beca para estudiar Medicina. Así lo ha querido desde niño.
Ni siquiera la alcaldesa electa del principal puerto sobre el Pacífico ahorró elogios para su paisano. Ligia del Carmen Córdoba resaltó los resultados obtenidos por el joven y le envió un mensaje de felicitaciones: “Eres un ejemplo a seguir para todos nuestros jóvenes bonaverenses, que cuando trabajan con entrega y compromiso por una meta, logran grandes resultados”.
Lejos de los aplausos, Diego sabe que no la tuvo fácil. Hijo de una madre soltera que trabaja en Cali y se las ingenia todos los días para que en la casa de los Castaño no falte nada, aprendió a vivir desde pequeño en medio de las balas de las pandillas y las necesidades.
Pero, en el fondo de su corazón, sabía que su lugar en el mundo era otro. Y, por eso, nunca quiso tener armas entre sus manos, sino libros.
Con una madurez que sorprende, el joven asegura que por más que la realidad sea ruda, “nunca se debe perder la esperanza y la capacidad de soñar. Uno no puede dejar que las circunstancias en las que vives te definan, uno puede estar por encima de eso”, reflexiona Diego.
Con el resultado de las pruebas en sus manos, Diego cuenta que espera poder hacerse médico en la Universidad del Valle, aunque no descarta que le lleguen propuestas de otras instituciones en el país.
También anhela que su proceso formativo sea igual de gratificante que el que vivió en su colegio, cuya rectora, Hermelia Tovar Cuero, diseñó un modelo pedagógico que fue premiado por la Gobernación del Valle del Cauca. Dicho modelo está enfocado al desarrollo social y comunitario, que ha permitido a lo largo de los últimos diez años la construcción de barrios, vías y escuelas en Buenaventura.
“Funciona en tres sedes educativas con estudiantes de quinto de primaria a grado 11. Nos proponemos formar ‘comunalitos’, a quienes les enseñamos cómo gestionar proyectos y presupuestos, plantear problemas comunitarios y generar propuestas de solución a través de sus vivencias”, dice la educadora.
Y eso es lo que sueña también Diego: transformar, como médico, la realidad de su bello puerto del mar.