Por malo hábitos alimenticios o conductas irregulares, el hígado es uno de los órganos que mayores consecuencias puede tener. Un mal estilo de vida conlleva a que se vea afectado en gran medida, debido a que cumple un papel importante en la liberación de desechos. Para no comprometerlo, modificar la alimentación es vital para que el hígado tenga un respiro.
En el peor de los casos, la afectación más peligrosa para el hígado es la cirrosis. El Instituto Nacional de la Diabetes y las Enfermedades Digestivas y Renales (NIH) explica que esta condición corresponde a un conjunto de cicatrices en el órgano ocasionadas por varios factores. Posteriormente, generan lesiones o conllevan a enfermedades prolongadas.
Los tejidos del hígado son los encargados de producir proteínas, combatir infecciones, limpiar la sangre, ayudar a digerir los alimentos y almacenar. Por lo que las cicatrices impiden que funcione de la manera óptima esperada. En consecuencia, las toxinas se quedan reposando en el hígado y la digestión opera incorrectamente.
Igualmente, la cirrosis puede generar la formación de hematomas, hinchazón abdominal, sensibilidad a ciertos medicamentos, aumento de la presión en las venas que rodean el hígado, dilatación de las venas del esófago y estómago, insuficiencia renal, picazón y piedras en la vesícula. En el peor de los casos, es capaz de ocasionar cáncer de hígado, siendo un escenario terminal.
Como tal, los expertos indican que esta enfermedad no es esporádica sino paulatina. Por lo cual, los síntomas irán empeorando lentamente si no se hace nada al respecto. Entre las causas, están principalmente el daño ocasionado por el alcoholismo crónico, virus y la hepatitis. Empero, los malos hábitos alimenticios son el escenario perfecto para que la condición haga su aparición.
Del igual manera y aparte de los efectos mencionados anteriormente, esta enfermedad presente en el organismo una pérdida de peso severa, deterioro de la masa muscular, acumulación de líquidos, incapacidad de asimilar nutrientes y mal nutrición. Cuando la cirrosis se encuentra en una etapa avanzada, la única manera de restaurarlo es por medio de un trasplante hepático.
Sin embargo, al ser una enfermedad paulatina, es posible anticiparse a cualquier daño colateral que genera. En ese caso, estar al tanto de antemano y tomar cartas en el asunto es imprescindible a la hora evitar cualquier afectación. Para ello, la alimentación es una alternativa para retornar la salud del hígado.
La investigación Nutritional support in chronic liver disease and cirrhotics de World of Journal Hepatology detalla que una dieta para la cirrosis debe contar con carbohidratos complejos, grasas saludables, proteínas de alto valor biológico e ingesta constante de nutrientes. Asimismo, es importante distribuir el día a día con cinco o seis comidas en porciones balanceadas para que la sensación de saciedad no implique comer en exceso, debido a que el hígado está sensible y no podrá asimilar los productos.
Entre las comidas, es importante contar con una merienda nocturna, la cual debe ser rica en hidratos de carbono y proteínas, bajo el propósito de evitar la pérdida de masa muscular. Esta comida debe tener proteínas y carbohidratos complejos, por lo que la recomendación es comer un emparedado con queso o un yogur de granola.
Es importante comer proteínas de origen animal como huevos, lácteos, pescado y pollo, pero reduciendo ligeramente el consumo al habitual y reemplazarlo por más proteínas de origen vegetal como tofu, soja y legumbres, así como alimentos prebióticos. Esto permitirá reducir la producción de desechos en el cuerpo y acumulación de sustancias tóxicas.
Igualmente, se requiere adicionar frutas y verduras en las comidas, dado que son buenas fuentes de vitaminas y minerales, lo cual implica que sean antioxidantes responsables de la desintoxicación del hígado causado por el daño celular. Los vegetales y frutas pueden ser consumidos crudos, cocidos, con cáscara o sin ésta.
Los otros alimentos recomendados para la dieta son: cereales integrales (arroz, avena, quinoa, cebada, centeno, pan y pastas), proteínas de origen vegetal (fríjoles, soja, garbanzos, lentejas y tofu), proteínas de origen animal (pescado, huevo y carnes blancas), leches y derivados bajos en grasa (queso blanco, ricotta, cottage y yogur), bebidas vegetales (avena, avellanas o soja), grasas saludables (aceite de oliva, girasol, soja, maíz, aguacate, semillas de chía, amaranto, calabaza y frutos secos) y ciertos condimentos (azafrán, canela, comino, laurel, hojas de mostaza, nuez moscada, perejil, cilantro, ajo, orégano, cúrcuma, menta, albahaca, romero y tomillo). Cada quien escoge cómo aplicarlos a las cinco comidas.
En contraste, los alimentos a evitar son: bebidas alcohólicas, carnes rojas, embutidos, lácteos enteros y derivados ricos en grasa, productos grasosos y procesados y dulces.