"Cuando arrancó el pico de la pandemia en Leticia tuve una jornada de hasta 72 horas seguidas, descansaba solo una o dos horas y continuaba la jornada. Vivía con la zozobra de estar pendiente del celular cuando me retiraba a hidratarme o almorzar, porque en cualquier momento me podían requerir para la secuencia de intubación y el proceso de ventilación mecánica con el paciente que solo podía hacer yo. Cuando ventilamos el primer caso de covid-19 sucedió algo muy extraño, mis otros compañeros renunciaron al otro día, solo quedé yo para hacer la terapia respiratoria durante un mes y medio.
Fue difícil, incluso cuando no había paciente no podía dormir, temía que algo pasara y tuviera que irme. Fueron días de estar 24/ 7 en la clínica, prácticamente vivía allá, solo iba a mi casa a asearme. Inicialmente la misma adrenalina lo activa a uno, pero cuando pasaba la descarga de adrenalina comenzaba a actuar por alimentos dulces y luego tomando mucha Coca-Cola, aunque nunca recurrí a bebidas energéticas. Todo extremo tiene sus consecuencias, así que estuve tres veces en el servicio de urgencias como paciente con deshidratación grado 3, por las largas jornadas utilizando los equipos de protección personal.
Era una carga laboral demasiado alta, entonces hablé con los directivos y ellos comenzaron a buscar personas que tuvieran las mismas capacidades y conocimiento del manejo de ventilación mecánica. Fue un proceso difícil, se tuvo que hacer una convocatoria nacional. En ese momento, cosas de la vida, una persona que trabajó en el área sanitaria acá era fisioterapeuta y tenía conocimientos básicos, así que se le hizo un proceso de entrenamiento muy rápido, logró aprender y adaptarse. Así fue que empezó a trabajar conmigo y darme apoyo por lo menos durante seis horas al día para que yo pudiera descansar y hacer turnos de 18 horas. Después, con la convocatoria nacional llegaron otras dos personas y actualmente somos un equipo de 4 fisioterapeutas en la clínica.
Yo vivo con mis dos abuelos maternos de 81 y 78 años, y mis mascotas. Así que cuando empezó la pandemia le planteamos a las directivas el miedo que nos daba exponer a nuestra familia. El dueño de la fundación nos dejó hospedarnos en una casa campestre que tiene a las afueras de Leticia, para evitar el riesgo de un contagio cruzado con nuestras familias. Si hubiera sido así, creo que no hubiera podido manejar esa situación conviviendo con mi familia.
Hubo momentos muy difíciles, como Leticia es una ciudad tan pequeña, cuando llegaba al servicio me encontraba con llamadas y mensajes de personas que decían: ‘tengo a mi abuelita, a mi tío, mi primo, mi cuñado enfermos, lo vas a tratar’. Entonces comenzaba un poco la duda ética frente a la situación, porque se volvía un tema un poco más personal. Estaba la presión de hacer incluso un mejor trabajo del que realizo normalmente porque era un familiar de alguien que conozco, incluso de profesionales que trabajan con nosotros, porque si es una persona que conozco qué cara le voy a poner después, ¿cómo voy a decirle falle lo que estaba haciendo y no logré el objetivo que era por lo menos remitirlo a Bogotá?"