Encuentre todos los artículos de “Universo Crianza” haciendo clic aquí Hay una realidad de a puño de toda madre o padre de un hijo pequeño: no hay forma de ir al baño solo. Es imposible. Bien sea porque uno está cuidando al hijo y no hay nadie más en la casa y dejarlo por fuera del cuarto de baño no es una opción, o que la criatura ya aprendió a abrir puertas y entra a motu propio. Y a decir verdad, si me ponen a escoger, prefiero tenerlo ahí, conmigo mientras estoy sentada en el trono, que afuera jugando con cuchillos, abriendo ventanas, saltando encima de la cama, o saliéndose solo de la casa. También es cierto que tanto mi esposo como yo no le hemos puesto ningún misterio a ese tema en la casa. Luca, de 3 años y medio, se baña con nosotros y no hay tabú alguno en ese aspecto. Cuando mi hijo era pequeño y apenas aprendía a abrir las puertas de los gabinetes y los cajones que quedaban a su altura, descubrió el lugar en donde guardo las toallas higiénicas y los tampones. Pequeños paquetes cuadrados de muchos colores, que a un bebé de un año o un poco más le parecían un gran tesoro y un excelente juguete. Así, para Luca se convirtió casi en un ritual sacar toda mi provisión de productos de higiene femenina y jugar con ellos mientras me acompañaba en el baño. Le recomendamos: ¡Los chicos no lloran! O: ¿Cómo estamos criando a los niños? Pero los niños van creciendo, van descubriendo y preguntan. Nosotros hemos optado, como decisión de crianza, hablarle siempre con la verdad. Responder a sus preguntas, no con fábulas o mentiras, sino con una explicación real pero acorde a su capacidad de entendimiento. Y no lo digo por echarle flores a mi hijo, pero su capacidad de entendimiento es alta. Creo que en general, la capacidad de entender de los niños es bastante alta. El punto es que nosotros como adultos tenemos la responsabilidad de explicarles. Los niños son niños, pero no son idiotas. Y dejarlos en la oscuridad de la ignorancia es, en mi opinión, un error garrafal. En todo caso, Luca empezó a observar y descubrió que en ciertos días, a veces, mamá sangraba. “¿Mamá, por qué estas sangrando?”, me preguntó. Y yo, de inmediato y como ha sido la naturaleza de la relación con mi hijo desde siempre, le contesté: “Porque las mujeres sangramos cada mes. Se llama menstruación”. Me miró con cara de sorpresa. Puede leer: La del espejo ya no soy yo, o cuánto tiempo toma volver a sentirse ‘normal’ después de tener un hijo - “¿Te acuerdas que tú viviste en mi barriga nueve meses, y luego naciste y eras un bebé chiquitito, chiquitito?”. - “Sí. Yo me acuerdo cuando vivía en tu linda barriguita y salí por tu cicatriz”. - “Bueno, para que pudieras vivir ahí, la barriguita de mamá tuvo que hacerte una casita. Y esa casita sale cada mes. Pero si no hay un bebé, se va y la barriguita vuelve a hacer otra. Menstruación viene de la palabra mes”. - “¿Mestruación?”. - “Sí”. - “¿Y esa copita que tienes en la mano, para qué sirve?”. - “Para que no se riegue la sangre y me manche”. Ahora cada vez que entra al baño me pregunta: “¿Mamá, tienes la mestruación?”. Yo le respondo sí o no. Y les quiero explicar por qué opté por decirle la verdad y no esconder mi realidad de mujer menstruante a mi hijo. En el mundo el 51 por ciento de la población sangra, sangró o sangrará, cada mes durante la mayor parte de sus vidas. Aun así, por cuenta de un patriarcado histórico impuesto para someter a ese 51 por ciento, la menstruación es un tabú. Es vista como algo sucio, pecaminoso, impuro y, sobre todo, anormal. Cuando la realidad es que la menstruación es lo más normal que existe. Pero, al ser tabú, prohibido e impuro, también es el hecho fisiológico que mayor discriminación genera sobre ese 51 por ciento de la población. Es lo que hace que, aun hoy, a las mujeres nos traten como minoría. Una minoría que debe esconderse, sobre todo cuando está sangrando, porque además de asquerosa, se convierte en un cúmulo de hormonas que desestabiliza a la sociedad entera. Porque en la modernidad, al quitarle el peso de pecado a la menstruación, la hemos querido convertir en enfermedad y estado de excepción que incapacita, de forma literal, a las mujeres. Le sugerimos: La caída que me puso a pensar. O: Cómo tratar de ser perfectas nos hace irnos de bruces. Es tal el tabú, que aceptamos que la industria nos haga pagar cantidades absurdas de dinero por productos de higiene básica, y que en algunos países (ya NO en Colombia gracias a la magistrada Gloria Stella Ortiz y a la sala plena de la Corte Constitucional) se cobre un impuesto sobre estos productos. Que la falta de acceso a ellos genera tal desigualdad, que muchas mujeres que viven en la pobreza alrededor del mundo opten por no salir de sus casas durante cuatro días del mes, para que no vean su ropa manchada. O que deban someterse a infecciones que ponen sus vidas en peligro, al usar trapos sucios para evitar manchar su ropa. Yo quiero que la menstruación sea un hecho tan natural y normal para Luca, que no se sorprenda con ella si el día de mañana opta por tener como pareja a una mujer que menstrúe. Así comienza la verdadera igualdad, al reconocer nuestros cuerpos y aprender a respetarlos en sus diferencias. *Editora de SEMANA y autora de las novelas Un amor líquido y El cuaderno de Isabel (Grijalbo).