Los estudios han demostrado que los humanos aprenden a tener miedo de cualquier cosa. Un poco de miedo es bueno. Nos protege. Mucho miedo no es tan bueno. Genera ansiedad y fobias. Vivimos en una cultura del miedo.  Es importante explorar la naturaleza peculiar y devastadora del miedo humano y el rol esencial que desempeña en la vida, para bien o para mal. Nunca, en la historia de la humanidad ha habido un mejor momento para estar vivo. Sin embargo, se teme a muchas cosas innecesariamente y no se pone atención a otras que se deberían tomar en serio. Los colombianos temen cosas como el castro chavismo o el peligro exagerado de las redes sociales. Pero las amenazas más importantes son en realidad los riesgos de la vida diaria a los que se prestan poca atención, como la deforestación, el cambio climático, el fracking, fumar, no aplicar vacunas a los niños, la nutrición inadecuada o el poco ejercicio. La forma en que estamos biológicamente preparados para percibir amenazas hace que sea muy difícil detectar los peligros actuales. El miedo irracional surge de la forma en que los humanos calculan erróneamente los riesgos basados ??en su cerebro primitivo. Entender los temores irracionales libera en todo sentido y mejora la salud mental y por ende la calidad de vida. La imagen por resonancia magnética funcional (IRMf por sus siglas en inglés) es un procedimiento clínico y de investigación que permite mostrar en imágenes las regiones cerebrales activas. Las situaciones que producen miedo excitan esa parte primitiva del cerebro conocida como la amígdala. Cuando se tiene miedo, se observa que esta área es altamente activa. Se asienta en una parte inferior del cerebro que se habría desarrollado al principio de nuestra historia evolutiva para ayudarnos a evitar peligros. La amígdala, que es el principal núcleo de control de las emociones y sentimientos, controla también las percepciones de satisfacción o miedo. Es como la central 123 del cerebro, es decir, el sistema que se encarga de recibir las llamadas solicitando ayuda en asuntos relacionados con seguridad y emergencias con el fin de brindar una respuesta eficiente y rápida en cada uno de los escenarios que desencadena una reacción de peligro. Está a la espera de que lleguen malas noticias. Lea también: Dejar el miedo a perder el miedo  La amígdala no controla lo que pensamos, sino la reacción corporal instintiva a un evento dado. Evolucionó para reaccionar cuando hay una amenaza, independientemente de si es real o no. La memoria, que tiene asiento en el hipocampo, hace una asociación con lo que se sintió cuando se enfrentó un evento similar. Sin esa parte del cerebro, los humanos no habrían sobrevivido a lo largo de la historia, pues es un sistema de alarma de capital importancia. Desde el punto de vista del ser humano, esas malas noticias vienen en forma de imágenes, sonido, sabores, sensaciones táctiles o dolor que envían una señal para que el organismo responda, aumentando la frecuencia cardíaca, la presión arterial o la respiración y disparando hormonas del estrés al sistema circulatorio, y esto ocurre en milésimas de segundo. Esto es lo que pasa en el cerebro: la amígdala detecta amenazas y da señales para que el cuerpo reaccione. El tallo cerebral desencadena la respuesta de miedo, el hipocampo activa una respuesta de lucha o huida, el hipotálamo estimula las glándulas suprarrenales para que produzcan las hormonas del estrés, la corteza pre-frontal interpreta lo que está sucediendo y lo compara con experiencias pasadas y el tálamo recibe información de los sentidos y decide enviar información a la corteza sensorial (miedo consciente) o a la amígdala (mecanismo de defensa). Algunos miedos son, en efecto, fundamentales. Pero muchos temores son irracionales. Lo que los humanos temen proviene del mal cálculo de los riesgos. Esta constante lucha entre el cerebro primitivo y cerebro moderno no siempre se inclina a la razón y la lógica. Es mucho más fácil aceptar el miedo infundado que tener calma basados en la probabilidad y las estadísticas. Los temores basados ??en el cerebro primitivo se intensifican por la omnipresencia del miedo social y los políticos lo saben y lo utilizan. Los medios de comunicación muchas veces hacen el juego. Lo horrible sale en los titulares. Muchas empresas y corporaciones hacen su agosto con ello. El tsunami de información se experimenta cada vez más, siempre conectados a Internet y teléfonos celulares. Pero el control del miedo debe desempeñar un papel tan importante en la lucha contra los terroristas como la prevención de ataques y la detención de los terroristas.  Atacar el miedo significa evitar las afirmaciones que pintan la amenaza como algo más grande de lo que son. Y atacar el miedo también significa poner en perspectiva el riesgo al proporcionar las estadísticas que los políticos y los medios de comunicación muchas veces desconocen o no comparten. No se debe ignorar la posibilidad de peligro, pero tampoco se debe ignorar las probabilidades involucradas. Desafortunadamente, a la parte más evolucionada del cerebro, el lóbulo prefrontal, le resulta difícil anular la reacción de la amígdala para decirnos que no hay nada que temer. Es difícil para nuestra mente consciente disminuir las reacciones fisiológicas. La duda y las amenazas, mantienen en marcha la respuesta de huida o lucha, provocando esa incómoda experiencia de tener miedo. La forma en que estamos biológicamente preparados para percibir amenazas hace que sea muy difícil detectar los peligros actuales. El sistema de miedo evolucionó en un entorno natural donde las cosas que se suponía que temías eran muy concretas. El problema es que los miedos actuales son muy abstractos y muchas veces no puedes hacer nada excepto sentirse mal por ello. Es distinto tener miedo a algo concreto que pone en peligro la vida. Y es lo que intenta la lucha entre nuestro cerebro de supervivencia emocional-reptiliano y nuestra lógica, el pensamiento, en el neocortex. Algunos miedos son, en efecto, fundamentales. Pero muchos temores son irracionales. Estos temores irracionales son el caldo de cultivo de los trastornos de ansiedad y los ataques de pánico. * Grupo de Investigación Nuevas Perspectivas en Salud Mental, UCMC