Nunca se ha puesto tanto empeño y talento como ahora para buscar no solo la curación sino un cambio sustancial en la discapacidad que provoca la migraña, una enfermedad bastante común. Con todo y con eso, sigue siendo difícil de curar. ¿Por qué no logramos encontrar la llave? ¿Qué mecanismos esconde el cerebro que no nos dejan abrir la puerta a un tratamiento eficaz? Pues bien, hay tres causas fundamentales para que el recorrido sea tan largo: el desconocimiento que tenemos sobre la patología, los tratamientos empleados y la asistencia.
Descomponer pieza por pieza una compleja red cerebral
Todo lo que rodea a la migraña y sus síntomas es difícil de explicar. Tanto el dolor que la caracteriza como las extrañas sensaciones que tienen algunos pacientes antes de padecerla, la resaca que sigue al dolor, el mareo, la molestia abdominal o la especial sensibilidad a ciertos estímulos. Es cierto que poco a poco vamos comprendiendo la causa de las auras (síntomas irritativos, visuales o de lenguaje que preceden al dolor en algunos pacientes), de los síntomas premonitorios y del propio dolor. Incluso somos capaces de localizar las principales estructuras cerebrales implicadas en estos fenómenos y los neurotransmisores que las activan.
Pero, al final, no terminamos de entender el cerebro migrañoso. No estamos seguros de cuáles son los mecanismos genéticos que hacen que un cerebro hiperexcitable, quizá incluso desadaptado, responda con dolor a cambios propios o del entorno. Y tampoco comprendemos del todo las causas por las que este cerebro termina generando un “ataque de migraña sin fin”, dando lugar a dolor diario (o casi).
La clave para despejar estas incógnitas podría residir en aceptar que el cerebro no es solo una concatenación de grupos neuronales. Funciona como una red, e igual que la compleja red de tráfico aéreo, no se entiende únicamente como enumeración de aeropuertos. Nos exige conocer los nodos regionales y las conexiones a larga distancia. Para afrontar este reto, en el caso del cerebro, necesitamos la colaboración de ingenieros y matemáticos.
Tratamientos útiles casi ‘por casualidad’
Hasta hace pocos años, el tratamiento de la migraña se basaba en la serendipia: usábamos fármacos diseñados para otras indicaciones que parecía que podían ser útiles en migraña. Los antiinflamatorios, antihipertensivos, antiepilépticos o antidepresivos eran nuestro principal arsenal terapéutico. Además, a principios de la pasada década empezamos a usar la toxina botulínica, que cambió la vida de un buen número de pacientes antes de que entendiéramos cómo combatía la migraña.
La situación cambió radicalmente cuando se identificó un neurotransmisor llamado “péptido relacionado con el gen de la calcitonina” –conocido por su acrónimo en inglés CGRP– que estaba implicado en bastantes pasos de la génesis y el mantenimiento de la migraña.
A partir de ese descubrimiento comenzamos a diseñar fármacos que actuaban sobre este neurotransmisor. Pero aunque así conseguimos –y conseguiremos– mejorar a un buen número de pacientes con migraña, los médicos que atendemos a estos pacientes sabemos que la migraña no es simplemente una “CGRP-patía”. Nos quedan muchos elementos sobre los que actuar. Para empezar, porque hay otros neurotransmisores y otros lugares sobre los que influyen. Pero es que, además, hay conexiones en las situaciones de dolor, sobre todo con la corteza cerebral, en las que aún no somos capaces de intervenir.
Si la migraña consiste, como dijimos antes, en un cerebro desadaptado que responde a los cambios con dolor, habría solo dos vía para curarla: o bien modificamos ese comportamiento cerebral, o bien aislamos al paciente en una burbuja. De lo primero no somos aún capaces, y lo segundo es inconcebible.
Falta de asistencia multidisciplinar
De poco sirve que acumulemos conocimientos y tratamientos para aliviar a los pacientes con migraña si no somos capaces de aplicarlos. Si no conseguimos que, tanto en las unidades especializadas en cefaleas como en cualquier consulta de neurología, de atención primaria o de otras especialidades, se conozcan y apliquen.
Es indiscutible que hay que trabajar por la mejora de las estructuras asistenciales, por reducir las barreras que impiden a los pacientes ser atendidos por los profesionales formados y recibir los tratamientos que requieren. Simultáneamente, debemos trabajar para convencer a los pacientes con migraña de la necesidad de pedir ayuda.
Hay razones para el optimismo. La cura de la migraña podría estar cerca. Porque hay muchos científicos aumentando el conocimiento de la misma y muchos médicos interesados en ayudar a los pacientes que la sufren. Pacientes que pueden convertirse en aliados para mejorar la asistencia y que, afortunadamente, ya han empezado a moverse.
Por: Ángel L. Guerrero Peral
Grupo de investigación en Cefaleas Servicio de Neurología, Hospital Clínico Universitario de Valladolid, Universidad de Valladolid
Artículo publicado originalmente en The Conversation