Antiguamente se decía que una cigüeña trae a los bebés desde París. Ahora todo parece indicar que las mejores mamás también vienen de Francia. Esa fue la conclusión a la que llegó Pamela Druckerman, una periodista estadounidense que vive en la capital francesa con sus tres hijos y que acaba de lanzar el libro Bringing Up Bébé, un texto lleno de observaciones sobre el modelo de crianza galo, que para ella es superior al que ponen en práctica las mamás al otro lado del Atlántico. El libro llega un año después de que Amy Chua perturbó al mundo occidental al publicar su manifiesto sobre las ventajas del modelo de educación chino en el libro The battle Hymn of the Tiger Mom. Los dos libros tienen en común que critican el estilo de crianza sobreprotector y al mismo tiempo laxo, que se imparte en muchos países anglosajones y que ha ido penetrando en la cultura colombiana, donde cada vez más los niños son quienes mandan en la casa. Y como el de Chua, el texto de Druckerman también está levantando polvareda. El punto de partida fueron unas vacaciones de Pamela y su esposo Simon con su pequeña Bean, quien entonces tenía año y medio, durante las cuales nadie descansó. No solo se levantaban en las noches a ayudarla a conciliar el sueño, sino que debían calmar sus frecuentes pataletas. En los restaurantes había que pararse de la mesa constantemente a recoger la comida que la niña botaba al piso. Si hubiese estado en su país, esto habría pasado inadvertido porque la mayoría de padres están lidiando con esos mismos problemas, pero, como lo dice en su libro, “después de mirar a las familias francesas me di cuenta de que ellas no estaban en el mismo infierno mío. Los niños de la edad de mi hija esperaban calmados en sus sillas la comida y luego de comer no habían residuos alrededor de los platos”. A medida que fue indagando, la autora encontró más evidencia sólida contra la crianza anglosajona y a favor de que las pautas de las mamás francesas son más efectivas. Sus niños duermen solos y pasan así la noche semanas después de nacidos, mientras que los de acá se demoran más de seis meses. A veces, a los 5 años todavía duermen con papá y mamá. Los niños franceses tampoco tienen rabietas en público, dicen “bon jour” y “merci” cuando toca y saben ser pacientes y obedientes. Y lo más insólito es que comen comida de adultos sin poner mala cara, desde brócoli hasta ensalada nicoise. En los restaurantes del país galo no existe el famoso menú infantil. Detrás de estos logros Druckerman encontró a unos padres que le imponen a sus hijos límites muy firmes en ciertos temas. A esto le llaman ‘cadre’, que traduce ‘marco’. “Pero dentro de ese marco los niños gozan de mucha libertad y autonomía”, señala Druckerman. La clave está en el tono de la voz. Aunque los papás norteamericanos tienen las mismas buenas intenciones de los franceses, no logran ser exitosos porque no sienten la autoridad como los franceses. Mientras los primeros dan explicaciones o negocian con sus hijos casi todas sus decisiones, los segundos ejercen su autoridad de manera calmada pero efectiva. Una de las mamás amigas de Druckerman le enseñó que no se trataba de dar cantaletas de 20 minutos, sino de hablarles con seguridad y firmeza. “Me dijo que no les gritara sino que les hablara con convicción”.La disciplina es crucial. La primera lección en la materia es no salir corriendo a la cuna del bebé cada vez que llora, para que él mismo aprenda a calmarse a sí mismo. Este comportamiento está apoyado por estudios que dicen que lo normal es que los recién nacidos hagan ruidos en las noches, lo cual no significa que se hayan despertado. “Ellos duermen en ciclos de dos horas, pero si se acostumbran a recibir atención cada vez que termina uno de ellos les será más difícil reconectar un ciclo con otro”, le explicó el pediatra Michel Cohen a Druckerman. A medida que los niños crecen, los franceses saben impartir normas que les ayudan a demorar la autogratificación. Por eso, la palabra ‘non’ es muy usada y cuando la dicen no se sienten culpables de traumatizarlos, pues poner límites es esencial no solo para evitar caer en la tiranía de sus caprichos sino para ayudarles a ser pacientes en el futuro. Durante una conversación no pueden interrumpir a los adultos, deben esperar su turno. Tampoco se les permite comer a horas diferentes de las establecidas. Druckerman habló con Walter Mischel, un profesor de Psicología de la Universidad de Columbia, quien en los años sesenta hizo un experimento en el que le decía a un grupo de niños que si esperaban al final de la clase sin comer un dulce se podrían llevar dos. Aquel que se comiera uno enseguida, solo tendría ese y no más. La mayoría cayó en la tentación a los 30 segundos, pero en experimentos posteriores Mischel encontró que aquellos que esperaron 15 minutos mostraron ser mejores en concentración y razonamiento y no se volvían pedazos en momentos estresantes. Aunque el experto no ha hecho un experimento con franceses, “la impresión que tengo es que para los niños de Estados Unidos ese control personal se ha vuelto muy difícil de lograr”, le confesó Mischel a la autora. Las familias francesas no se enfocan en los niños y sienten que no es necesario hacer tantos sacrificios por ellos. Esa actitud se nota desde el embarazo, etapa en la cual las mamás no comen por dos, lo cual les permite guardar la línea. Por la misma razón solo alimentan a sus hijos con leche materna durante tres meses. Tampoco los matriculan en muchas actividades extracurriculares, como hacen las mamás de Estados Unidos. “Los niños en Francia no son los reyes. Se espera que ellos se adapten al mundo de los grandes y no al contrario”.Y tal vez ese punto es en el fondo el señalamiento más claro contra los padres norteamericanos, quienes se obsesionan por ser perfectos hasta tal punto que llegan al extremo de sentirse culpables por dejar llorar al niño o creer que fallaron si llegan con un morado del parque. “Los papás de aquí, que siguen el modelo estadounidense, creen que el niño es frágil y se va a romper”, dijo a SEMANA la psicóloga Annie de Acevedo. Pero aclara que está de acuerdo con que debe haber disciplina porque se educa para que sean independientes, y eso no se logra con permisividad sino con límites claros.Lenore Skenazy, autora del libro Free Range Kids, también está de acuerdo en este punto con Drukerman y cree que el quid del asunto está en que los padres han confundido amor con sobreprotección y se abstienen de poner reglas firmes por miedo a traumatizalos. “Muchos creen que no pueden salir un fin de semana y dejarlos al cuidado de los abuelos porque piensan que los niños no sobrevivirán sin ellos”, le dijo a esta publicación. Pero ambas expertas consideran que el modelo francés también tiene sus problemas. Acevedo piensa que no se puede volver a los tiempos de antes cuando los niños no tenían voz ni voto, porque tratarlos como personas ha sido una gran conquista de los niños en las últimas décadas. Tampoco cree que imponer tantas reglas y seguir un modelo disciplinario muy rudo y estricto sea la solución, ya que puede dejar secuelas. “Estos niños luego sienten deseos de venganza y se rebelan”, dice. Por eso cree que lo mejor es no encasillarse en un estilo de crianza sino tomar lo mejor de ambos. “La meta es que sean independientes y puedan vivir en sociedad y para lograrlo hay que establecer normas con sentido común, pero siempre pensando en que la crianza es a largo plazo”.Skenazy cree que, en lugar de pensar que otros padres son superiores, lo que cada cual debe fomentar es la confianza en sus hijos y en las pautas de crianza que ellos como padres están poniendo en práctica. No obstante, aunque este modelo también puede tener sus fallas, Druckerman está convencida de que la mejor enseñanza que ha recibido de los franceses no es la cultura del vino ni del glamour y la sofisticación sino aprender a usar con maestría el tono de voz para lograr que sus hijos hagan lo que ella quiere.