Quizás siente que, con el paso de los años, su oído ya no es el mismo de siempre. O que cuando le hablan no logra percibir adecuadamente la información que su interlocutor le quiere transmitir, ya sea por el ruido de fondo o simplemente porque no lo escucha bien. De ser así, usted podría sufrir una pérdida de audición.
Esta se produce cuando el sonido del exterior no logra entrar de manera adecuada en el oído, ya sea por alteraciones en nuestro órgano o en el nervio auditivo. Como consecuencia, el cerebro no puede interpretar correctamente el estímulo que estamos escuchando.
Son muchas las personas que la sufren. Sólo en Estados Unidos, casi la mitad de los individuos mayores de 65 años tiene algún grado de pérdida en el sentido de la audición. En el mundo, la cifra asciende a los 1 500 millones de afectados.
La pérdida de audición genera graves alteraciones en la comunicación de las personas afectadas, porque entorpece la recepción de los mensajes orales o los sonidos externos. En muchos casos, reduce la autonomía personal y afecta al correcto desarrollo de relaciones de afecto o las interacciones sociales.
Envejecimiento y ruidos fuertes
Debido al daño celular acumulado a lo largo de todo el ciclo vital, el envejecimiento es uno de los principales factores que aumentan las posibilidades de perder audición. Otros desencadenantes son los ruidos fuertes, la herencia genética, algunos medicamentos tóxicos para el oído y enfermedades como la meningitis. Todos ellos pueden dañar las células ciliadas que se encuentran en la cóclea, nuestro principal órgano de la audición.
Además, en los últimos tiempos se ha observado que en las grandes urbes existen potentes emisores de ruidos, como el tráfico rodado o las obras de construcción, que también pueden tener un impacto negativo.
Consecuencias de la pérdida de audición
La pérdida de audición se asocia a múltiples condiciones de salud desfavorables, como la depresión, el aislamiento social o el deterioro cognitivo. Cabe resaltar que es el principal factor de riesgo para sufrir demencia en la mediana edad. Además, se ha observado que podría ser un marcador fisiológico para detectar el síndrome de fragilidad, una enfermedad asociada con la mortalidad y la discapacidad en los adultos mayores.
Actualmente, la pérdida de audición relacionada con edad no tiene cura; sólo se puede mejorar parcialmente la sensación sonora de las personas que la padecen. Dentro de los tratamientos más conocidos, encontramos los audífonos y los implantes cocleares. Sin embargo, estos dispositivos electrónicos presentan dos desventajas: su elevado precio y la calidad del sonido que proporcionan, diferente a la de un oído sano.
Sumado a lo anterior, se ha observado en múltiples investigaciones que la constancia de los pacientes en el uso de estos aparatos deja mucho que desear, principalmente por su difícil manejo, el precio de la batería y la necesidad de limpiarlo y someterlo a calibraciones periódicas. De ahí la importancia de la prevención.
Estrategias de prevención
Una adecuada protección frente a ruidos de alta intensidad, escuchar música a un volumen bajo o no utilizar auriculares pueden mitigar el impacto de la alta presión sonora sobre el sistema auditivo. Últimamente se han realizado grandes esfuerzos en este sentido. Por ejemplo, en España se implementaron nuevas políticas públicas sobre los niveles máximos y tiempos que un trabajador puede estar expuesto al ruido, así como planes para reducir la contaminación acústica en las ciudades.
Con sus investigaciones, la comunidad científica internacional también ha desvelado que ciertos hábitos sanos pueden mantener nuestros oídos en forma. Entre otras cosas, incorporar en nuestra dieta alimentos como frutas, verduras, frutos secos y pescado, además de prescindir de carnes procesadas y sal. Por añadidura, una alimentación rica en ácidos grasos poliinsaturados podría reducir el riesgo de pérdida de audición en los adultos.
Otras costumbres saludables con un impacto positivo incluyen realizar ejercicio físico de forma periódica, evitar el consumo excesivo de alcohol, tratar de dormir entre siete y ocho horas al día y mantener conductas que favorezcan el sueño reparador. Además, al igual que ocurre con las enfermedades crónicas, se ha observado que no fumar reduce las probabilidades de perder audición.
Los resultados de nuestros estudios y del resto de la comunidad científica apuntan a que debemos reducir sustancialmente la exposición a sonidos de alta intensidad, disminuir la contaminación acústica y mantener estilos de vida saludables. Pequeños cambios en nuestros hábitos pueden contribuir significativamente a evitar una pérdida de audición en el futuro.
Por:
Humberto Yévenes Briones
Investigador Postdoctoral, Epidemiología y Salud Pública, Universidad Autónoma de Madrid
Esther Lopez-Garcia
Professor of Epidemiology, Universidad Autónoma de Madrid
Francisco Félix Caballero Díaz
Profesor de Bioestadística, Universidad Autónoma de Madrid
Artículo publicado originalmente en The Conversation