La variabilidad es aceptable en algunas cuestiones, como las opiniones y los gustos. Pero en otras, como las decisiones de un médico o un juez, lo mejor es la coherencia. Sin ella habrá más juicios incorrectos, lo que no solo afectaría a las personas, sino a los sistemas, pues muchos los percibirían como injustos y fallidos.
A pesar de lo anterior, en la vida diaria y en casi todos los campos profesionales abundan los juicios incoherentes. Para probarlo, Daniel Kahneman, Premio Nobel de Economía, suministra evidencias científicas en su reciente libro Noise: a Flaw in Human Judgement (Ruido: un fallo en el juicio humano).
En la publicación, cuya autoría Kahneman comparte con Olivier Sibony y Cass Sunstein, aparece, a manera de ejemplo, un estudio con 1,5 millones de decisiones judiciales. Los investigadores encontraron que, cuando los jueces dictan sentencias en los días posteriores a una derrota de su equipo de fútbol, tienden a ser más duros que en los días posteriores a una victoria.
Los médicos no se libran de estas decisiones equivocadas, pues, según la evidencia presentada, se inclinan más a ordenar exámenes para detectar el cáncer en pacientes que ven en la mañana que en los que atienden al final de la tarde.
Y, pese a los esfuerzos de las empresas por procesos de selección justos, Kahneman y sus colegas hallaron que, cuando los empleadores se basan en una sola entrevista de trabajo para elegir un candidato de entre un grupo igualmente calificado, las posibilidades de que el escogido se desempeñe mejor que los demás son de 56 a 61 por ciento.
A esa falla en el juicio se refieren los autores al hablar de ruido. Un sesgo es un equipo de tiradores que lanza disparos siempre a la derecha de la diana o un juez que siempre condena a los negros con mayor dureza. “Eso es malo, pero al menos es consistente, pues el sesgo se puede identificar y corregir”, explican. Pero cuando un equipo lanza tiros que van todos a la izquierda de la diana, aun cuando caen dispersos por arriba y por abajo, no solo hay sesgo, sino también ruido. “Aunque es un poco mejor que lanzar una moneda, no es una forma segura de tomar decisiones importantes”, dicen.
En efecto, si un convicto recibe una sentencia excesiva y otro se libra con una muy laxa, no se ha hecho justicia, sino que se ha equivocado en dos oportunidades. Una compañía de seguros que le paga demasiado a un reclamante y muy poco a otro perderá dinero en un caso y es probable que pierda clientes en el otro. “La coherencia es igual a la justicia. Si se puede eliminar el sesgo y se pueden implementar procesos razonables, deberíamos poder llegar al resultado ‘correcto’”.
A pesar de su prevalencia en tantos ámbitos del juicio humano, los autores señalan que este ruido rara vez se reconoce, y mucho menos se contrarresta. Es por eso que dedican gran parte de la obra a dar ejemplos de ruido y a demostrar lo costoso que es para la sociedad.
Por ende, hay que reducir el ruido, y para ello proponen varias alternativas que llaman “higiene de las decisiones”. Entre ellas, asegurarse de pensar en cada caso no como único sino como un representante de una clase más grande y estadísticamente regular de situaciones.
También recomiendan dividir los juicios complejos en otros más pequeños, y proponen dejar que los miembros de un grupo lleguen a conclusiones verdaderamente independientes antes de tomar una decisión final.
Pero el más importante es prepararse para renunciar al instinto y aceptar con humildad que la capacidad de los humanos para emitir juicios no es buena. “En este momento de polarización y desconfianza en las instituciones, erradicar el ruido que conduce a decisiones aleatorias e injustas ayudará a recuperar la confianza”, concluyen los expertos.